Bailan las hojas al caer de los árboles en el escenario que construyó el aire que llega del norte; “el chipi, chipi” que baja de las nubes se convierte en acompañante de la danza que nos brinda el espectáculo por la llegada del otoño, sin embargo, pocos mortales ven la función que esta tarde de lluvia nos regala la naturaleza, están perdidos en las pantallas que les informan sobre lo que pasa en el mundo, y se quedan en la virtualidad… mientras va caminando a su lado la vida.
Mis divagaciones “filosóficas” me llegan mientras espero “el Álamo”, subo en el camión y me encuentro a esas “tribus virtuales” en que nos hemos convertido, desde el obrero, el estudiante, la ama de casa y el burócrata que soy yo; “convivimos” democráticamente sin vernos la cara, estamos prisioneros de las pantallas de nuestros celulares. Me tocó ventana, por lo cual decido ver el espectáculo de las montañas, la lluvia y un cuervo que desafía mojar sus alas al estar parado en un árbol ya sin hojas… Hoy disfruto que no tengo carro y me tocó ir en el camión el Álamo.
El caos de manejar con lluvia, de salir de Monterrey, para ir al pueblo mágico de Santiago no me tocó; en cambio, disfruto ir en camión a pesar de que dependo del tiempo de las paradas que tenga que hacer, de “la incomodada” de cargar mi maletín del gimnasio y el de mi oficina; pero esa dificultad no es nada al ver que se suben mujeres con bolsas pesadas de mandado, otras cargando a sus niños, estudiantes con sus mochilas, albañiles con sus herramientas de trabajo, todos con la pesadez del trabajo físico que hicieron y esa rutina que a diario hacen de esperar, la única opción que tienen, al camión Álamo, para llegar a sus casas; quizás por eso recurren al mundo de la matrix que les ofrece el celular.
Me bajo del camión y el chofer amablemente me deja a un lado de la carretera, a la entrada que va a la “Cola de Caballo”, aunque no sea parada. La pequeña aventura parece que termina, pero para llegar a la casa aún me faltan algunas cuadras, puedo tomar un taxi o también podría pedir que vengan por mí, pero solo me quedo parado entre la pelusa de la lluvia que moja mis maletines, mi ropa, mis zapatos, por supuesto no soy el único; ahora ya en el pueblo, con estas gotas que nos regala el cielo y quizás por no mojar “al Dios celular” los que se bajaron nos saludamos y nos vemos la cara, nos bendecimos sin saber al intercambiar el “Buenas noches”. No pude evitar seguir a un lado de la carretera hasta que dejé de ver el camión Álamo.