La semana pasada la Universidad de Cambridge publicó que se estaba preparando para continuar con cursos en línea hasta el semestre de otoño de 2021. Así es, si con todas sus implicaciones el virus impidiese la continuidad de clases presenciales, los estudiantes tendrían que esperar un año escolar completo para reencontrase en las aulas. Indistintamente de cuando se puedan reanudar físicamente las clases, el “nuevo normal” indudablemente incluirá un porcentaje de clases virtuales. Esto representa retos y oportunidades tripartitas: para los estudiantes, las universidades y los mismos profesores.
Aristóteles definió, 300 años antes de Cristo, que las personas somos seres sociales por naturaleza. La personalidad del ser está integrada a su dimensión colectiva requerida para su sana convivencia en comunidad. Una de las etapas más relevantes para el desarrollo de habilidades comunitarias y blandas es justamente la etapa de estudiante. En su fase de universitarios, muchos conocen a sus amigos vitalicios e incluso encuentran al amor de su vida. Durante el período universitario los “socialistas” y soñadores educandos alcanzan la mayoría de edad gestándose una de sus mayores metamorfosis. Entonces, ¿Qué pasará con esta generación privada de la oportunidad de interactuar con sus pares? Durante su discurso a la nación en 1997, el expresidente Clinton lo hizo patente al afirmar que, entre sus metas estaba la interacción social y emocional, para moldear el carácter de los estudiantes. Entonces, ¿Qué tendrán que hacer las universidades para menguar el daño de la falta de convivencia entre alumnos?
En tiempos del COVID-19 las universidades a nivel mundial se verán severamente afectadas en su matrícula por cuestiones sanitarias y económicas. Para el caso particular de los EE.UU., el profesor Vijay Govindarajan de la Universidad de Harvard, alerta sobre una franca reducción en la matrícula de estudiantes nacionales y, particularmente extranjeros. De acuerdo a la revista La Conversación (“The Conversation”), del total de ingresos por colegiaturas, los estudiantes internacionales, al pagar hasta 3 veces más que los locales, aportan entre el 30-40%. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura (UNESCO) calcula que en 2017 había en los EE.UU. más de 5.3 millones de estudiantes internacionales acumulando 5.5% de la matrícula nacional. La contribución de los dichos estudiantes foráneos, al compartir sus valores, cultura, idiomas, vivencias y mejores prácticas con sus pares norteamericanos, va mucho más allá de lo económico.
Para los EE.UU., el problema subyacente de una matrícula internacional reducida es aún mayor en las áreas científicas, tecnológicas, de ingeniería y matemáticas (STEM). Con datos del 2017 del Servicio de Investigación del Congreso de los EE.UU., el 25% de los estudiantes de doctorados STEM fueron extranjeros. Con visión de futuro, muchos de estos estudiantes se han quedado a trabajar en centros de investigación universitarios de ese país. Entre el impacto económico del Coronavirus, la tendencia hacia lo local y la retórica antagonista del presidente Trump hacia otros países, la reducción de alumnos nacionales y extranjeros es inminente. Sin embargo, la baja de la matrícula universitaria no es privativa de ningún país y tanto naciones como sus universidades deberán hacer frente a esa nueva realidad.
Hace unos años fui invitado por Robert McKinley de la Universidad de Texas en San Antonio a participar en un panel sobre educación junto con quien fuera Ministro de Educación en Costa Rica. Ella, repentinamente me preguntó sobre cuál pensaba yo que debiera ser la prioridad educativa en todo país, y, sin darme oportunidad de contestar afirmó, los educadores. Caray, tenía toda la razón. El historiador estadounidense, Henry Brooks Adams decía: “los profesores afectan hasta la eternidad ya que nadie puede saber dónde termina su influencia”. Para los profesores el reto digital es singular y trascendental ya que no todos sabrán adaptarse ante esta era que se nos ha adelantado.
Particularmente para los profesores, de manera enunciativa y no limitativa, se piensa en cinco grandes obstáculos: adaptación, temas técnicos, dominio computacional, administración del tiempo y automotivación. Quizás la mayor barrera será cambiar la estructura mental del catedrático para adaptarse a métodos síncronos y asíncronos de enseñanza en línea. No hay más, el mundo estuvo participando en una carrera contra el tiempo y el tiempo se agotó. Tocante a temas técnicos, de acuerdo con cifras de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), México se encuentra entre los últimos lugares de acceso a banda ancha fija y móvil. Algunos profesores no cuentan con el ancho de banda de Internet requerido o viven en zonas de baja conectividad. Por el lado del dominio computacional, a diferencia de los alumnos que son nativos de la tecnología, un alto porcentaje de los profesores son inmigrantes a la era digital y no dominan las computadoras. Según la OCDE, el 25% de los docentes en México tienen 50 años o más. Asimismo, los profesores tendrán que hacer uso de sus mayores destrezas para administrar disciplinadamente su tiempo, manteniendo un justo balance trabajo y familia. Finalmente, en cuanto al reto de la automotivación para los profesores, según datos de la Organización Mundial de la Salud, ha habido un aumento considerable de miedo, angustia y preocupación en la población en general y nadie escapa de ello.
Quizás una idea que coadyuve a la misión del educador sea la que compartió el Papa Francisco a la luz del Día del Maestro. El profesor es como el sol que no deja de irradiar luz y calor a sus educandos, aunque solo sabrán apreciarlo aquellos que se dignen girarse hacia su influjo.