A principios de año, un estudiante mexicano de la Universidad de Nueva York (NYU) campus Shanghái, fue reubicado al campus de Londres por el COVID-19. Tan solo dos meses después de haber comenzado sus clases, NYU envió un correo a los padres de los estudiantes indicando que cerraría todos sus campus a nivel mundial y exhortando a que regresaran a sus hijos a casa. Para el semestre de otoño 2020 indistintamente del país, existen aún dos interrogantes: la apertura del campus y el otorgamiento de visas de estudiante. Todo indica que lo más seguro es que continúen las clases en línea y la gran incógnita es por cuánto tiempo.
Mi amigo, el Dr. Carlos Medina, me comentó que si no se desarrolla una vacuna pronto, será imposible pensar a corto plazo en una inmunidad de rebaño cuando tan sólo el 0.2% de la población mundial se ha contagiado. Así es, el mundo está “patas para arriba” y el virus está haciendo estragos en lo sanitario, económico y también en la educación tradicional. El Dr. Francisco Marmolejo de la Fundación Qatar tiene una frase muy adecuada, “cuando pienso en el futuro, me asusta el presente”. De acuerdo al portal de EdSurge, el número de estudiantes en EE.UU. que están considerando tomar un año sabático se ha incrementado 150%. A diferencia de otros años donde la razón era que no tenían aún definida su especialización, el motivo ahora es que no están dispuestos a tomar clases en línea o a pagar lo mismo por ellas.
Es irónico cómo la educación es el gran promotor de la igualdad, pero también es el mayor factor de inequidad entre los pocos privilegiados y los muchos desfavorecidos. Es urgente socializar y masificar la educación de calidad para lograr la movilidad social, pero difícilmente se podrá hacerlo en la modalidad presencial. Nadamás en EE.UU. la deuda adquirida por los estudiantes para costear sus estudios asiende a un monto similar al PIB de México, USD1 billón. La pandemia ha hecho más evidente la inequidad, desde quienes no podrán costearse los estudios hasta el 75% de los mexicanos de los quintiles socioeconómicos más bajos que no tienen conexión a Internet.
Existen, sin embargo, algunas oportunidades. Según un artículo publicado por la revista Faculty Focus hay una correlación directa entre las calificaciones del alumno y la ubicación donde se sienta en el salón de clases. Dividiendo el aula en cuadrantes, la distribución de calificaciones altas se concentra en el cuadrante de adelante y al centro, cercano al profesor. De la misma manera, los estudiantes que se sientan en la parte de atrás, tienen seis veces más probabilidad de obtener calificaciones bajas. Pues bien, con la educación en línea, se podrá capitalizar el hecho de que el 100% de los estudiantes tendrán que estar sentados en primera fila.
Los problemas nunca se acaban y las soluciones tampoco, será que esta pandemia nos obligue a utilizar la tecnología para mejorar la educación y reducir los vectores de ignorancia. Como ejemplo están las plataformas educativas de Coursera, con certificaciones de las mejores universidades del mundo, temporalmente gratuitas para alumnos universitarios. Igualmente, el WTC Monterrey UANL, junto con Territorium, han puesto sin costo la oferta de habilidades blandas de Pierson para las PYMES. Más aún, en Internet están disponibles un sinnúmero de herramientas como: H5P, Genially, Classtools y Quizlet, para que el docente imparta su cátedra de manera más amena interactuando con los estudiantes.
Dicen que la vida y el tiempo son grandes maestros; la vida nos enseña a aprovechar el tiempo y el tiempo a apreciar la vida. Quizás esta pandemia nos abra los ojos para valorar más la vida y con ello aprovechemos mejor el tiempo. Simón Bolívar decía: “un pueblo ignorante es el instrumento ciego de su propia destrucción”. Pues bien, el COVID-19 nos brinda la oportunidad para educar en forma virtual a todos por igual y en particular, al 23% de la población de jóvenes en América Latina que no estudian ni trabajan (ninis), o a los 360 millones a nivel mundial.
Solo el tiempo nos dirá si por la pandemia la educación tradicional migrará a un esquema virtual donde se impartan clases y carreras más cortas, con programas modulares relevantes y menos rígidos, sin vacaciones en verano, con tarifas más económicas y centrados en la condición humana. Quizás el paradigma actual de evaluar la calidad de las universidades de acuerdo a rankings y acreditaciones pierda relevancia. Pudiera ser que surjan una nueva generación de profesores sin doctorados, ni “papers”, ni investigaciones, pero con competencias técnicas, habilidades blandas y valores humanos para conectarse con los alumnos. Desconocemos si en un futuro se impartirán las asignaturas básicas en línea y solo las de especialización en forma presencial, o si exista, contrario al ultranacionalismo, un título avalado por múltiples universidades. Tal vez haya universidades que, al igual que las 100,000 PYMES en EE.UU. que han cerrado en forma definitiva, no puedan continuar operando ante una inminente baja en su matrícula. No sabemos, pero ante la nueva realidad, en el proceso de adaptación y reconfiguración, las universidades y sus alumnos pudieran asimilar la frase de San Pío de Pietrelcina: “bendita la crisis que te hizo crecer, la caída que te hizo mirar al cielo y el problema que te hizo buscar a Dios”.