Recientemente leí una nota alusiva a un artículo donde supuestamente el “New York Times” esbozaba que “la educación digital era para los pobres y los estúpidos”, alegando que la exposición regular a las pantallas creaba dependencia y adelgazaba la corteza cerebral. Más aún, la gratificación digital y la consecuente dopamina de los dispositivos móviles provocaba que los usuarios gustosamente comprometieran la intimidad de sus gustos y decisiones en el mundo real. Naturalmente, más tardó la invectiva en aparecer, que sus detractores en argumentar una horda de beneficios. Lo cierto es que la era digital es irreversible en la educación, como en casi todos los ámbitos de la vida y el Coronavirus lo está evidenciando.
Según la revista Forbes, el comercio electrónico en EE.UU. se ha incrementado 146% comparado con los mismos meses del año pasado y los ingresos se ampliaron 68% calculados hasta mediados de abril. Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas ya que la intensidad de la demanda ha provocado paroxismo en países como Italia donde el tráfico incrementó 109.3%, mientras que la velocidad de descarga, asociada con el ancho de banda, disminuyó 35.4%. Indubitablemente se ha colapsado la conectividad e Italia precisará tanto de inversión como de una mejor tecnología como la 5G. Quien diría que aquella negociación, inicialmente subrepticia e incómoda para la Unión Europea, entre los gobiernos de Italia y China por instalar antenas con la tecnología de Huawei, pudiera ahora justificarse ante la contingencia.
Otro cambio tecnológico disruptivo en China ha sido el anuncio de la introducción a modo de prueba en cuatro de sus principales ciudades, de su moneda digital e-RMB operada por el banco central y ligada al Yuan. Indistintamente de si dicha criptomoneda soberana, la primera de una potencia mundial, se pudiera convertir en una alternativa funcional a los impactos de sanciones comerciales de otros países, es una realidad que el gobierno chino piensa ir gradualmente eliminando las transacciones en efectivo y teniendo aún mayor control de los flujos en su país. Caray, estas son palabras mayores que ponen a temblar al gobierno norteamericano y China lo anuncia en medio de la peor crisis económica desde la gran recesión de 1928. Quizás nuevamente el COVID19 atestigua que “cuando unos lloran, otros venden pañuelos”.
Indistintamente del grado de digitalización en la educación, en las transacciones bancarias o la comunicación interpersonal, la migración hacia lo digital ha dejado de ser una moda y se han convertido en nuestro nuevo normal. De ello se desprende un doble reto tecnológico; conectividad y latencia, y se desdobla un desafío social duplo: cambio de mentalidad y de vida. En el ámbito laboral hay empresas como McKinsey que han destinado un presupuesto para que sus colaboradores adecuen sus espacios de trabajo con una silla ergonómica, con mayor conectividad e incluso que puedan hacer una remodelación en el hogar. En una encuesta realizada por la firma consultora Sintec, el 80% de los CEO’s entrevistados dijeron que, más allá de la contingencia, destinarían más tiempo a trabajar desde casa. A pesar de que Tim Cook, CEO de Apple, exhortó a sus trabajadores a trabajar remotamente, no todos logran ese enroque mental, y se ven liados entre obligaciones laborales y familiares. La triada de vida, familia y trabajo no siempre se mira desde el mismo ángulo ni está en un terreno de juego parejo. Justamente ante esta prueba de administración y ponderación del tiempo surgen nuevos liderazgos, que antes habían permanecido ocultos ante una rutina entendida. Entre aquellos que se han adaptado rápido, se estima un aumento en productividad de 28%, mientras que otros, ante la falta de supervisión y controles, procuran su propia hermenéutica y “nadan de muertito”.
Como la vida misma, habrá quienes aprendan a adaptarse y en el balance vida – carrera y se comprometan como el Buen Pastor que da su vida por las ovejas del rebaño laboral. Habrá otros que trabajan como asalariados y se limitan a “barrer por donde pasa la suegra”, sin reparo de que nada permanece oculto bajo el sol y por sus obras los conocerán.