¿No es acaso el tiempo del máximo cierre también
el tiempo en el que es posible una nueva apertura?
Massimo Recalcati
En la vida, en más de un momento, hay quienes pueden experimentar un intenso deseo de desaparecer. Por ejemplo, desde la manera más cómica, al estilo de una secuencia de dibujos animados, en la que el personaje se esfuma gracias a la acción de una varita mágica empuñada por una tierna brujita, similar a aquella expresión coloquial de "trágame tierra" que se exclama ante un momento incómodo que avergüenza, pasando por aquella de la esperanza del cambio (de lugar, ocupación, trabajo, pareja, amigos, estilo, look...) que, se cree, traerá por sí misma nuevos aires, hasta la extrema del deseo de huir y salir corriendo, de abandonar, simplemente desaparecer, como lo han hecho algunas personas, al aprovechar catástrofes naturales, para que los den por muertos, hasta la extrema e irreversible de contemplar la propia desaparición mediante el suicidio. Todas esas experiencias tienen en común al menos dos elementos: surgen de un límite, de una experiencia insoportable que concierne a cada persona y el hecho de acariciar la idea de que el simple cambio traerá una solución. Puede ser que sí o puede ser que no, no hay garantías, sino sendas y exploraciones, se hace camino al andar.
Muchas personas pueden cambiar de trabajo, pareja, vida, círculo de amigos, hábitos...es decir, transformar las coordenadas de las propias referencias, tan sólo para darse cuenta que por más cambios, siempre habrá "algo" incomodo, insoportable y desajustado que insiste, y que, de alguna manera, aguarda a la espera de no ser transformado en sufrimiento, en motor de huida, sino en otras posibilidades a través de ser reconocido y transformado en algo más, en algo diferente, como lo planteó Sigmund Freud, "Darle una forma artística a lo vivido". Es decir, abrir la posibilidad para otras formas de integrar lo insoportable de sí mismo, responsabilizándonos por ello, sin pasarlo a alguien más.
Por otro lado, cuando el deseo de desaparecer se aproxima peligrosamente a prácticas riesgosas donde la vida se pone en un hilo, la persona se adentra en una especie de espiral autodestructivo en picada, una especie de muerte silenciosa, un tipo de suicidio velado, una muerte de liberación prolongada caracterizada por una vida vista como un peso, cansancio y prisión, de la cual se tiene la sensación de que no hay escapatoria posible, entonces se puede aproximar al riesgo del suicidio. Y ahí los cercanos, o incluso extraños, pueden leer algunos indicios y atender ese sufrimiento, dándole otra salida. Pero a veces eso termina siendo inevitable, pues la decisión lamentablemente ya está tomada. Sin embargo, ese momento de desorientación, dicha encrucijada de alto riesgo puede experimentarse al mismo tiempo, de una buena vez, como hartazgo y empuje necesario para que algo cobre otro desenlace, darle una nueva forma a lo vivido, ofreciéndole a la vida una nueva oportunidad de reiniciar. Con lo cual el deseo de desaparecer termina siendo un deseo de transformación, con lo cual la vida en sí ya no está en riesgo, sino cobra otra salida, una creativa y responsable, gracias a lo cual la persona entiende que no necesita terminar con su vida, matarse, para que algo cambie, sino cambiar y elaborar ese pesar, dándole otra forma, haciendo de la herida una nueva poesía.