Que la democracia está reculando es una de las narrativas más persistentes de este lustro. En febrero, Freedom House publicó un informe que documentaba 15 años consecutivos de declive de derechos políticos y libertades civiles en el mundo. Desde entonces, la situación solo ha empeorado. La Cumbre para la Democracia, convocada por el presidente Joe Biden de manera virtual y que se celebrará mañana y viernes, se produce cuando la democracia liberal, abierta, de pesos y contrapesos y de separación de poderes parece estar perdiendo terreno frente a la democracia iliberal y las autocracias. Y es que además las democracias liberales han sido demasiado tímidas y defensivas en la lucha contra el autoritarismo. Por ello, la cumbre presenta una oportunidad para adoptar una postura más asertiva.
Desde los primeros días de su campaña, Biden hizo de la defensa de la democracia un factor central de su estrategia internacional. Pero ha habido un debate sobre sus contornos y un empeño por dilucidar las intenciones del presidente. Algunos lo explican como la restauración de la promoción democrática como pilar de su diplomacia. Otros, como una oportunidad para convocar y sumar aliados para confrontar la vertiente autoritaria en el mundo, encabezada por China y Rusia. Y algunos más lo ven como el reconocimiento de la imperiosa necesidad de blindar y rescatar a la democracia estadounidense. Sin embargo, reubicar a la promoción y construcción de la democracia en el corazón de la política exterior se topó rápidamente con la realidad por la manera en la cual Estados Unidos se replegó de Afganistán. Y la noción de un eje de democracias ha chocado con aliados de EU recelosos de un esfuerzo demasiado público para movilizarse en torno a la promoción de la democracia, ya sea por intereses económicos o comerciales (el mercado chino o suministro de gas ruso) o por un contrargumento de que un “club de democracias” corre el riesgo de elevar las tensiones con China. Pero más que estas dos consideraciones, está la pregunta acerca de si hoy Estados Unidos se encuentra deslizándose en algún punto del camino entre Roma y Weimar. Es decir, ¿estamos ante una potencia hegemónica en declive y a la vez una democracia que hace implosión, sobre todo ante la posibilidad de que en 2024 quien ha sido directa y activamente responsable de minar la democracia en el país pudiese volver al poder?
Las debilidades internas y externas de EU ciertamente se retroalimentan. Y Biden sin duda está librando una guerra en dos frentes por la democracia. En casa, enfrenta la amenaza de un GOP sicofante, esclavo de Donald Trump, el primer presidente que se niega a aceptar su derrota en una elección. En el extranjero, se enfrenta al desafío de una China en ascenso, que Biden ha enmarcado como parte de una lucha más amplia entre democracia y autocracia que definirá el siglo XXI. La situación interna significa que Biden está librando la batalla mundial por la democracia con una mano atada a la espalda. Y la ironía —o la tragedia— es que el GOP se está comportando como otros movimientos liberales en el mundo. El gobierno de EU sabe que no tiene sentido dar la pelea en Kabul, Budapest o Managua si se pierde en Washington. Este es el sombrío telón de fondo de la cumbre que mañana echa a andar la Administración Biden.