La transición del gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) al de Claudia Sheinbaum Pardo, bien puede pensarse como el pasaje del personaje al movimiento: de AMLO, lo que éste representa para México, sobre todo en lo que se refiere a la lucha por la justicia y la paz, el combate a la corrupción, la legalidad y transparencia en el ejercicio de gobierno, independencia energética, fortalecimiento del sector salud y la seguridad nacional, protección de recursos naturales, reivindicación de los derechos de los pueblos originarios, entre los más característicos, al movimiento que ahora encabezará la Dra. Sheinbaum, junto a millones de mexicanas y mexicanas, dentro y fuera del país.
En la historia de la humanidad en general, y de México en particular, todo personaje fundacional ha tenido la capacidad y la fuerza de condensar históricamente en su persona los valores, anhelos y luchas de una mayoría más extensa, dándole la posibilidad de encabezar un movimiento.
Como lo expresó Freud en Psicología de las masas y análisis del yo, es la gente, el individuo que forma el colectivo, la que otorga la fuerza al líder, al ver en él, la encarnación de un ideal. Ideal que es necesario, en algún momento, desmitificar para que se transmitan sus valores, quehacer, es decir, su lógica y pueda entonces convertirse en acciones concretas y no permanezca en lo abstracto y lo hueco. Sin este movimiento necesario todo líder y su masa terminan estáticos, embelesados uno del otro. Por ello es necesario pasar del personaje al movimiento. Algo que puede apreciarse en la postura de AMLO desaparecer de la vida pública como político para reinscribirse como escritor.
Una marca de AMLO siempre ha sido luchar para que la política transite de la simulación a la acción, de la intelectualidad abstracta y política estática, contemplativa, que buscan conservar el statu quo del poder en manos de unos cuantos, que explota a diestra y siniestra los recursos naturales, al de un pensamiento encarnado y una política de la transformación de la vida pública, que concierne a todos, procurando la justicia y la paz que se desprende de la primera. El desarrollo de un país, la justicia y la paz son efecto del trabajo, no sólo del poder en turno, sino de todos los ciudadanos. Por tal motivo, la participación, crítica y decidida de todos los ciudadanos es vital en todos los niveles y contextos.
Los cambios de una persona, familia, sociedad y nación, no se realizan automáticamente o sólo en el pensamiento que pretende colocar en alguien más, el líder, el presidente, el jefe...la responsabilidad, sino en cada uno de nosotros. Que el tiempo actual, tiempo de transición y apuesta, nos encuentre decididos y creativos a tomar en nuestras manos la responsabilidad de nuestra participación, de nuestra patria.