Una de las actividades que más cultiva el alma humana es, sin duda, el viajar. Recorrer los caminos desconocidos es un motivo para descubrir la geografía próxima, la cultura a través de sus prácticas asombrosas, la historia y la identidad de la gente que habita otros territorios, sus creencias, costumbres y cosmovisiones, un cúmulo de diversidad étnica, lingüística y social, que no deja de sorprendernos en cada momento.
Durante mi vida laboral activa tuve la oportunidad de recorrer más de 100 países, la mayoría de los continentes, y desde entonces mi pasión por la geografía ha ido en aumento. Ahora que estoy jubilado, cada vez me siento más inclinado a la posibilidad de llevar una vida nómada, alejado de las ataduras propias de los compromisos sociales. Pero tengo que reconocerlo, lograrlo es verdaderamente difícil, implica desvincularse de las rutinas y la gente que nos rodea cotidianamente.
Sin más aspiraciones que un road trip sencillo, espontáneo y sin mayor pretensión que la convivencia con la familia que me acompaña, decidí aprovechar el período vacacional de pascua, para tomar el vehículo y viajar rumbo al sur. Acordé con mi linda esposa y la figlia Carolina que era importante estar listos a primera hora y que, lo ideal, es encaminarnos a la carretera antes de la salida del sol. Imposible, a esa hora apenas estábamos despertándonos.
Antes acostumbraba comprar un mapa impreso para poder guiarme, hoy es más fácil con el uso de la tecnología; Google Maps simplifica el trabajo de orientación, aunque he de reconocer, estimada lectora y lector, que aun así se me dificulta entender las indicaciones verbales que me brinda la aplicación. Siento desconfianza de que pueda darme una indicación errónea, aunque en realidad, la información es correcta pero no logro descifrarla adecuadamente, por lo que es fácil perder la vuelta o la salida sugerida.
Las autopistas que recorrimos a lo largo de cerca de 2,000 kilómetros las encontré en excelentes condiciones, todas eran de pago; a diferencia, tan pronto entrábamos a una carretera estatal o municipal pública, las condiciones de daño al pavimento eran notorias. También me llamó la atención que prácticamente no había puestos de las fuerzas de seguridad del estado. En este recorrido el único retén, fluido y sin grandes pretensiones, fue el que encontramos al llegar a Arteaga, Coahuila, fuera de ahí, sí era frecuente ver convoyes del ejército trasladándose hacia Monterrey y otros lugares. Después fue hasta cerca de León, Guanajuato, que encontramos algunas patrullas de la Guardia Nacional.
Recorrimos San Luis Potosí y parte de Jalisco, realmente como si nada, es decir, como si viviéramos en un país pacífico y sin riesgos inminentes de inseguridad. Es tan grande la geografía que atravesamos que resulta imposible que se pueda tener un control minucioso y estricto de quienes se desplazan por el territorio nacional. Existen otros países donde tienen dictaduras, como Venezuela, donde es imposible trasladarse libremente por sus caminos, sin encontrar en cada pueblo, un retén de seguridad al entrar y al salir del mismo.
A lo largo del trayecto no existió ningún tipo de control respecto a mi desplazamiento, esto realmente es estimulante ya que te permite sentirte libre, como debe ser en un país democrático, sin embargo, la realidad pronto nos alcanzó.
Como ya comenté, mi linda esposa se ha vuelto muy religiosa últimamente, así que me pidió que pernoctáramos en San Juan de los Lagos, en los Altos de Jalisco. No tuve inconveniente en ello, así que llegamos allí cerca del atardecer, teníamos reservación en uno hotel y todo parecía transcurrir sin contratiempos.
Al entrar a la pequeña ciudad, rumbo al centro, unas personas jóvenes observaron la placa de mi automóvil y trataron de detenerme, luego nos siguieron, se ofrecieron como guías; probablemente era cierto, se trataba de gente decente y trabajadora, pero la desconfianza era imposible de eludir, y también a las motos en las que se desplazaban, uno de ellos adelante y otro al lado del conductor.
Inspirado en las mejores películas y series de acción, tan pronto me fue posible, realicé una maniobra disuasoria al mejor estilo de Jason Bourne, o James Bond, o simplemente el Santo, la cuestión fue que traté de huir buscando otras calles alternas. Nunca será posible corroborar si se trató de una situación propia de unos guías motociclistas que buscan ganarse honradamente la vida, o si eran personas con doble afiliación, y que realmente son vigilantes de las entradas al pueblo, para corroborar que los visitantes sean verdaderos turistas.
Finalmente encontramos el hotel que habíamos contratado previamente. No fue fácil aún con el apoyo de Google Maps y su asistente. Las calles eran antiguas y muy reducidas, era imposible creer que fueran de doble sentido si solo cabe un vehículo en una sola dirección. El hotel nos deslumbró, con la máxima tecnología de punta, habitaciones realmente pulcras y muy bien cuidadas, con un estacionamiento propio, el restaurante con exquisitos manjares y personal que atendía el lugar realmente bien vestido y con indumentaria impecable, al mejor estilo del lujo tapatío. Era evidente que en la infraestructura y el sostenimiento del lugar había gran capital invertido.
Durante la noche se escuchaban las motocicletas que rondaban por aquí y por allá de manera insistente. La policía nunca fue visible, solo el trajín de las motos. No puede evitar pensar que, aunque había una autoridad municipal, en ese bello lugar había otros poderes fácticos que realmente gobernaban y controlaban lo que ahí ocurría.
El domingo de resurrección fuimos a la catedral, el santuario de la Santísima Virgen de San Juan de los Lagos. El párroco insistió en su homilía que los concurrentes afirmaran en voz alta si renunciaban o no a Satanás. La respuesta fue unánime, como en multitudinario coro griego se escuchó: ¡Sí, renuncio!
Antes del mediodía nos encaminamos a la carretera de San Juan de los Lagos a León. Un camino muy transitado por los peregrinos que una vez al año, caminan durante la noche para llegar en procesión al altar de la Santa Virgen. En automóvil fue rápido, en una hora estábamos a la entrada de León, el sol era abrasador pero el cuerpo se sentía fresco, imposible sudar, una ilusión que solo puede explicarse por lo seco del ambiente y la altitud del lugar, cerca de 1,800 metros sobre el nivel del mar.
La bella León, Guanajuato, estaba allí con sus brazos abiertos para recibirnos. Buscamos la calzada de Los Héroes, y recorrimos el Paseo Triunfal. Debajo del Gran Arco, pude finalmente contemplar el enorme león con fauces feroces, que me llevó a recordar la bandera con la insignia del león rampante del viejo Reino de León, que une históricamente, en un fuerte lazo simbólico, a esta encantadora ciudad de León, como al entrañable estado de Nuevo León.