Culpar a otros de la propia desgracia, implica, psicológicamente, poner la propia maldad —no reconocida en sí mismo— en alguien más, para, desde ahí, tomar distancia y atacarla, hacerla desaparecer cual chivo expiatorio. Operación con la cual se cree mantener una cierta distancia del mal y conservar así una ilusión de perfección y pureza, ya que el mal siempre estaría del lado del otro, en los demás, en el mundo y nunca en sí mismo. Esa es la base psicológica de la discriminación, el machismo, el racismo, la xenofobia y el genocidio.
Culpar a los otros del propio mal es una estrategia parcial e ineficiente, ya que "eso", que es propio, seguirá afectando "desde adentro" a la espera de ser reconocido y, en todo caso, transformado en otra cosa. Uno no se puede deshacer, huir de lo incomodo de sí mismo tan solo culpando a alguien; sólo si se reconoce como propio se puede transformar en otra cosa. De lo contrario siempre se necesitará localizar en alguien más eso incomodo. Gracias a lo cual, el Yo (Ego) se cree dueño de la verdad, de los límites y contenidos "positivos" y "bonitos" y distante y ajeno a lo insoportable de sí mismo, que es depositado en el otro. No un otro cualquiera, hay que aclararlo, sino en un otro que se cree que encarnaría una especie de ideal inalcanzable. Por ello, en cierta manera, en toda forma de discriminación existen marcas del deseo envidioso: se envidia la vida del otro, la forma de ser y disfrutar del otro, por eso se le hace depositario de esas partes "malas" de sí mismo, precisamente porque se le envidia algo que se cree que posee.
Echar culpas, repartir culpas, crear la explicación simple de "Si el otro no hiciera x, entonces no padeceríamos y" es una ficción que de tanto repetirse, crea consistencia. Gracias a lo cual la persona no cambia, ni de idea ni de posición, su pensamiento es la terquedad, las explicaciones fijas no son flexibles, la ausencia del pensamiento crítico. Ya que no es un pensamiento que busca pensar desde diferentes flancos y considerando diversas variables, sino sólo las que confirmarían las premisas a las que se quiere llegar, antes siquiera de haberse planteando las preguntas; entonces se funciona más por contagio, sensaciones, si se siente bien, entonces es bueno y verdadero –se cree– que por un pensamiento en movimiento que cambia en su proceso. La evidencia que cuestiona dicha posición es automáticamente desechada, lo único que importa es la reiteración.
El humor como una forma muy creativa y libre del pensamiento crítico expone las vanas ilusiones de propiedad, mismidad y pureza que tanto encantan al Yo (Ego) y a sus posiciones dogmáticas que lo hacen creer que posee la verdad. Es por esto que, Sigmund Freud, al inventar el psicoanálisis dijo de manera clara y directa que el sistema inconsciente muestra que la consciencia y el yo no son "amos en su propia casa", mostrando con ello que existe una verdad que nos rebasa y trasciende, que es nuestra verdadera esencia vacía: el deseo humano, no un deseo de propiedad a perpetuidad, de conquista y dominio, sino de realización, de causa, de realizar lo imposible...no con los elementos ideales ni constituyendo al otro como obstáculo y lugar de la culpa, "él tiene la culpa", sino con los elmentos que están al alcance de la mano, asumiendo como propio lo más exterior e incomodo que habita en el corazón mismo de cada persona, en el corazón mismo de la humanidad, y que mientras no se reconozca como propio, se está condenando a repetir una y otra vez la construcción de un chivo expiatorio a modo para culpar de lo que no ande bien de la propia vida. f