El desastre socioecológico que ha provocado la sobrepesca en los océanos del mundo prefigura el colapso civilizatorio si no evitamos de forma generalizada y contundente el saqueo al que hemos sometido los ecosistemas del Planeta. Los ecosistemas marinos han sido afectados profundamente en los últimos cincuenta años provocando que actualmente más del 60% de los recursos pesqueros mundiales están en estado de sobreexplotación y que el pico de extracción pesquera fue alcanzado en 1996, con 84.4 millones de toneladas pescadas.
Los gritos de alerta provocados por tal decaimiento por fin fueron escuchados dando origen a las primeras medidas realmente efectivas de regulación de las pesquerías en la Unión Europea desde finales de la década de 1990, pero de forma mucho más estricta y dotada de medidas eficientes de vigilancia a partir de 2009.
Sin embargo, en los otros continentes, especialmente en Asia y África, la presión excesiva sobre los recursos pesqueros sigue siendo la norma y están en franco declive. Además, hay que considerar la pesca ilegal, que por definición es sumamente difícil de evaluar, pero cuyas estimaciones oscilan en 30% de las capturas realizadas en los países asiáticos y 20% en Suramérica.
La sobrepesca tiene profundas y diversas consecuencias adversas. Evidentemente afecta la totalidad de los ecosistemas marinos, pero también atenta conta la seguridad y la soberanía alimentaria de la creciente población mundial, afecta económicamente un sector que en algunos países es de fundamental importancia, y amenaza con la desaparición de la diversidad de culturas de pesca en el mundo. No obstante, nos aporta varias enseñanzas que trascienden por mucho el sector pesquero y cuya amplitud debe ser amplificada al destino compartido por los seres humanos en su conjunto.
La primera es reconocer los límites de la biosfera, los recursos renovables solo lo son hasta cierto nivel de explotación. Vivimos en un planeta en el que la capacidad de resiliencia de todos los ecosistemas – incluyendo el geosistema mismo— es limitada, así como lo es el uso y abuso que de ellos hacemos. Este límite incluye la posibilidad de su recuperación, que eventualmente es viable siempre y cuando las medidas correctas y suficientes se adopten oportunamente y de forma efectiva.
La segunda, pero no menos importante, es que somos absolutamente ecodependientes; nuestra reproducción social – como especie (biológica) y como sociedad (cultura)— depende de todos los bienes, servicios y funciones de la naturaleza. Según la FAO (Food and Agriculture Organization), la acuicultura es el sector productivo de mayor crecimiento en el mundo, y es así porque intenta suplir la insatisfacción de la demanda de alimentos de origen marino provocada por la drástica disminución de las pesquerías. No obstante, la acuicultura es totalmente incapaz de suplir la abundancia y diversidad de ese tipo de alimentación que otrora nos brindó el mar.
La tercera tiene que ver con la ilusoria infalibilidad que las sociedades modernas otorgan al desarrollo tecnológico como garante incuestionable de una mejora de nuestras vidas, como puntal del progreso. En la historia de la pesca Didier Gascuel (2019), identifica tres revoluciones industriales marcadas por innovaciones tecnológicas que acrecentaron enormemente la capacidad extractiva: los primeros motores que aparecieron hacia 1860; después de la II Guerra Mundial cambiaron drásticamente los métodos de pesca; el tratamiento y la conservación a bordo, así como la capacidad de los barcos; y en el último cuarto del siglo XX el equipamiento electrónico de las flotas. En menos de un siglo la presión de la pesca ejercida sobre los recursos marinos se multiplicó por 15. La jauja así generada duró poco, el incremento de la extracción provocó el decaimiento acelerado de la productividad. Ante la ilimitada capacidad tecnológica se impuso el límite natural bajo la forma del agotamiento sucesivo especie tras especie, un mar tras otro.
La cuarta lección es que el desastre puede evitarse si realmente se entienden sus catastróficas consecuencias y se actúa pronto (en el corto plazo) y congruentemente (anteponiendo el largo plazo). La historia de la pesca demuestra que cuando realmente existe la voluntad de regular, el orden puede imponerse. Pero, por el contrario, debemos entender que la codicia ilimitada que impulsa el enriquecimiento ilimitado de unos cuantos pone en riesgo la consecución de todas las formas de vida en un planeta generoso pero limitado.