Los partidos políticos, pareciera, van perdiendo credibilidad, no solo en México. Es un mal mundial.
En nuestro vecino del norte, la superpotencia por excelencia, Estados Unidos, se ha despertado una campaña demócrata contra Joe Biden, por su desempeño en el reciente ejercicio periodístico promovido por la cadena CNN, donde quedó "mal parado" ante un combativo Donald Trump.
No es que Trump, del Partido Republicano y primer ex presidente condenado por falsificar documentos empresariales, sea el mejor o el peor de los candidatos, es que algunas decisiones de Biden han incomodado a muchos estadounidenses en el tema de migración, aborto y las guerras en Ucrania y Gaza.
A estos mismos estadounidenses se les olvida otras tantas malas decisiones de Trump y cómo se quiso preservar en el poder tomando el Capitolio.
En el Reino Unido, el Partido Conservador del primer ministro, Rishi Sunak, enfrenta serios retos para preservarse en el poder y aunque no lo crea, lo más duro contra su gobierno se dio por su falta de tacto político al decidir abandonar anticipadamente las conmemoraciones de los 80 años del Día D en el norte de Francia el 6 de junio.
En Francia, Emmanuel Macron y su coalición centrista, tiene también sus yerros. Muchos franceses no podrán olvidar la postura de Macron en el tema de las pensiones y cómo fue en contra de la voluntad popular, pese al cúmulo de protestas. A eso súmele la postura del galo en torno a la política exterior, especialmente en el apoyo al presidente Zelensky, en su lucha contra los rusos.
El Partido Socialista Obrero Español que encabeza el presidente Pedro Sánchez la sufrió para seguir en el poder, orillándolo a hacer lides con otras corrientes políticas que, a cambio, le pidieron la amnistía para algunos líderes separatistas, cosas que no tiene contento a muchos.
En México, la elección del 2 de junio nos demostró que la gente, mucha gente, ya no cree en los partidos políticos, algunos porque son más de lo mismo con candidatos reciclados; otros, por tener candidatos que anduvieron brincando de partido en partido, pero, sobre todo, la real molestia es que en mayor o menor proporción han quedado mal con los electores.
Resultado de este descontento está la desaparición del Partido de la Revolución Democrática, nacido en 1988, fuerza política que surge precisamente de un cisma en el Partido Revolucionario Institucional.
Algunas fuerzas políticas nacieron y seguro emergerán otras tantas porque, al fin organismos dirigidos por seres humanos, sus militantes no siempre están de acuerdo en los proyectos o en las formas de trabajar, como recién sucedió con Enrique Alfaro, gobernador de Jalisco, quien se dijo en desacuerdo con los resultados alcanzados por Movimiento Ciudadano el 2 de junio.
Este mega recuento de cosas que suceden con los partidos, habla de la crisis global de las fuerzas políticas que, se supone, deberían velar por el bien común, por generar prosperidad y bienestar.
En todos estos casos, creo, el común denominador es que el electorado deja de creer en una sigla política, en un color y hasta en un candidato, por la sencilla razón de que va en contra de lo que la gente quiere; en pocas palabras, lo que el votante quiere es ser escuchado y que la promesa empeñada en campaña, se convierta en una política pública, cosa que muy pocas veces sucede.