“Me llamo Damián, pero en el barrio me dicen El Dartañán. También El Perro. Yo sí soy bien macho. ¿Cómo sé que soy bien macho? Un día estaba con mi novia y me le quedé mirando a otra mujer. Estábamos en una fiesta y ella me regañó. O sea, tuvo el descaro de arruinarme la fiesta. Me reclamó: “Llevas horas viéndola así, suciamente, ¿qué te pasa?” Y yo le dije: “Qué culpa tengo yo de que ella esté bien buena y tú no.” Hasta la peda se me bajó del pinche coraje, pero la puse en su lugar, como se debe. Si no fuera por nosotros, los machos, tendríamos un país de maricas y viejas argüenderas. La neta. Y qué pinche vergüenza”.
“Me llamo Oscar. Me dicen El Chichifo. Un día estaba echando pasión con una morra. Ya estábamos medio borrachos. No éramos novios pero teníamos varias semanas dándonos. De pronto ella voltea a verme, ahí en la cama, con su carita tierna, y me dice: “Oye, después de esto, tú y yo qué somos”. Yo no dije nada, ni la pelé, seguí dándole. Y que insiste: “No, en serio, tú y yo qué somos. Y le contesté: “Tres cuartas partes de agua”. Jajaja. Se la pasó deprimida como un mes, chillando. Yo no sé por qué se ponen así, si uno nomás es sincero”.
“Me llamo César y me dicen El Espectro. “La neta chale con eso de la igualdad. No somos iguales, claramente los hombres somos superiores. Eso se ve luego-luego, para empezar en la fuerza. Las viejas no te aguantan un madrazo. También somos más inteligentes, sino quién es jefe en la mayoría de los trabajos. Exacto, un hombre. Se van perdiendo los valores. En mi casa sí se reconocía la jerarquía. Desde chiquitos mis hermanas tenían que levantar los platos de la mesa, lavarlos, barrer, trapear, lavar nuestra ropa, plancharla, guardarla, y nosotros los hermanos estábamos para que nos sirvieran porque nosotros íbamos a ser los que trajéramos lana a la casa. Mi jefa sí las ponía en su lugar, les decía a mis hermanas, ya cuando estaban más grandes: “Le cocinas a tu hermano, le sirves la cena, lo obedeces, y no me repeles porque te doy un fregadazo”.
“Me llamo Alejandro y me dicen Marranet: Las mujeres ya no están entendiendo cuál es su lugar en la sociedad: estar en la casa y cuidar a los hijos y ser fieles y proveer los gustos de su pareja. Mi novia no puede andar saliendo con amigas ni puede andar yendo vestida como quiera, si no va conmigo. Ni que fuera puta para ponerse minifaldas y para andar enseñando chichis. Por eso luego les dicen de cosas y las abusan. Así como andan en la calle, parece que piden a gritos que les den. Es como cuando hablan. Yo ya se los he dicho varias veces a mis viejas: “Nadie te está pidiendo tu opinión cuando estemos en reuniones familiares o en cenas. Calladita te ves más bonita, perra”. Ella no tiene que andar opinando, ella nada más está para escuchar y aprender, no para estar dando sus opiniones pendejas. Por eso luego les dan un chingadazo, por faltarle al respeto a uno o a la suegra. Es que, de veras, ahora las mujeres no aprenden eso de que un chingadazo a tiempo educa y demuestra quién manda. Se sublevan. Cuando una mujer se pone a discutir gacho es porque está en sus días. Y si no está en sus días, es porque está loca o es tóxica. No hay quien las entienda, yo por eso prefiero darles un putazo preventivo. Ja”.
“Me llamo Héctor. Me dicen El Gavilán. Las mujeres no deberían de estudiar más allá de la secundaria porque entonces empiezan a querer hacer otras cosas que no tiene que ver con su papel de mujer en la familia. Cuando las mujeres empiezan a estudiar entonces se empiezan a perder los valores familiares y se desintegra la sociedad. Además qué es eso de que ahora uno no les puede decir nada a las mujeres. Ni un piropo, o agarrarles tantito a la nalga. Si de eso deberían sentirse agradecidas, de que uno les haga caso y uno esté valorando su belleza. Qué tiene de malo decirles que están bien buenas. Si no quieren que les digan nada para qué salen así, vestidas con sus escotes, sus minifaldas y sus cadencias. Nadie es imprescindible, pero las mujeres son remplazables”.
“Me llamo Carlos, Carlitos. Me dicen El Payaso. Una de las cosas que más me divierte de la desigualdad de género (cómo viste mi frase desincluyente, jajaja) es ver cómo son taradas las mujeres. Yo les tengo que estar explicando todo para que entiendan, me cae, ¿a poco no? Uta, y luego lo que ellas acaban de decir, pon tú en una reunión, yo lo tengo que volver a explicar porque ellas no saben explicar y los hombres no entendemos las mamadas que dicen y nos hacen quedar en ridículo, ponle con los amigos o la familiy”.
Estas anécdotas machas, recogidas por cuatro colegas y yo (somos tres mujeres y dos hombres), retratan lo enfermo que sigue estando este país misógino, porque esa monstruosidad social no se limita a cinco historias, a cinco estampas de pensamiento cavernario: el año pasado hubo 948 feminicidios y 2,808 homicidios dolosos. Un total de 3,756 mujeres asesinadas durante 2022.
Fueron 10 mujeres ejecutadas por día (10.29), una cada tres horas (1.28), en promedio. Más de las que se registraron en 2021, cuando hubo 3,728 casos, lo que representó también un promedio de 10 asesinatos por día (10.21).
Los golpes de cada día
Pero eso no es todo: paso previo a los feminicidios, la violencia no letal también sigue creciendo de forma alarmante: en 2021 hubo 62 mil 370 casos de mujeres víctimas de lesiones dolosas, 170 mujeres golpeadas severamente cada día, en promedio. En 2022, se registraron 67 mil 318, casi cinco mil mujeres más agredidas, lo que representó un promedio de 184 casos por día, 14 más por jornada que el año previo.
¿Cuándo va a parar esta barbarie? Cuando los hombres acorralemos y aislemos socialmente a los machos violentos, cuando no seamos sus cuates, y cuando haya procesos y castigos ejemplares contra quienes agreden y matan mujeres, lo cual implica capturar primero a los agresores y evitar que queden impunes porque de otra manera golpearán y matarán a una mujer más y, en muchos casos, dejarán en la orfandad a miles de niñas y niños víctimas colaterales de los feminicidios y asesinatos de sus madres.
Una vergüenza, este país macho y feminicida. No dejaré de documentarlo y decirlo nunca, mientras perviva este México espantoso que debe indignarnos profundamente todos los días, no solo el 8 de marzo de cada año.