Según la mayoría de las casas encuestadoras, el demócrata Joe Biden aventaja sobre el republicano presidente Trump. Incluso la famosa empresa 538 pronostica que Biden tiene un 89% de probabilidades de ganar. Así es, a pesar de las previsibles demandas, litigios y disturbios, el mundo sabrá con certeza en unos días o semanas si la Casa Blanca cambiará al elefante por un burro.
Cuando así suceda, se escuchará nuevamente el grito de “el rey ha muerto, viva el rey” y modificarán colores, programas, iniciativas, alianzas, compromisos y, seguramente, la geopolítica. Al respecto, el centro de pensamiento (think tank) Pew Research Center concluye que la división entre ambos partidos ha crecido en temas fundamentales y habrá, sin duda, un alto costo de oportunidad al destruir y desmantelar iniciativas de color rojo, para reinventarlas de color azul. Caray, ya sea por motivos partidistas, por la estulticia o prevaricación de los gobernantes, parece que la democracia está condenada a dar los mismos pasos o más hacia atrás, de los que pudo avanzar. Algo tiene que cambiar.
Es preciso subrayar que los radicales giros de timón obedecen a decisiones personales de los nuevos políticos empoderados, basados en ocasiones, en posturas fundamentalistas. Al respecto, hace unos días el polémico expresidente uruguayo, Pepe Mujica, advirtió: “América Latina tiene que copiar el modelo de Estado chino… Se tiene que avivar. Si no, seguimos con las venas abiertas, no queda nada acá”. Naturalmente, el “comunismo capitalista” con características chinas parece ser más un traje a la medida que una receta aplicable para todos los países. Sin embargo, tiene aspectos dignos de emular como la continuidad en sus programas y la visión de largo plazo reflejada en sus planes de gobierno China 2025, 2035 y 2049. La gran interrogante es cómo alcanzar una constancia duradera y sostenible en la democracia occidental. Quizás encontremos la respuesta a mitad del puente observando el modelo de Singapur.
Singapur es una república parlamentaria auto declarada como una democracia multipartidista, aunque el Partido de Acción Popular, creado por el fundador de la patria, Lee Kuan Yew, siempre ha estado en el poder. De hecho, Singapur es considerado por la Economist Intelligence Unit como un régimen híbrido y por otros, como una democracia defectuosa, parcialmente libre, con rasgos simultáneamente democráticos y autoritarios … un eufemismo para no llamarla una dictadura benevolente. La verdad, qué más da su apelativo, los resultados de su democracia con características singapurenses, al igual que con China, han dado ejemplares y encomiables resultados. Un notable punto de encuentro entre los sistemas de gobierno de dichos países asiáticos es la continuidad y la visión de largo plazo. Naturalmente no hay sistema político perfecto y ellos han tenido que privilegiar crecimiento y seguridad a costa de libertades individuales.
Como dato curioso, de acuerdo con la revista USA Today, el primer ministro de Singapur, Lee Hsien Long, graduado de matemáticas por la Universidad de Cambridge, tiene un sueldo anual de USD$1.61 millones, cuatro veces más que el presidente Trump. Al ser cuestionado por su sueldo, contestó enfático: “Fíjate lo que está en juego”. Claro, de las decisiones del primer ministro y demás servidores públicos depende el bienestar de la nación entera. Gracias a ese valor, ese diminuto país que obtuvo su independencia hace apenas 55 años, ahora goza de un producto interno bruto per cápita de USD$87,000.00, nueve veces mayor al de México.
A diferencia de México donde solo el 13.9% de la población tiene algo de confianza en los partidos políticos y servidores públicos, el índice de aprobación en Singapur es de 65%. Más aún, independientemente del nivel jerárquico, es un privilegio y una gran distinción trabajar para el gobierno. En esa isla-país, los servidores públicos son graduados de las mejores universidades del mundo y son escogidos de entre los mejores en base a sus méritos. En contraste con México donde el 61% de los diputados locales en 2015 tenían un promedio de estudios de secundaria, en Singapur todos los políticos y servidores públicos cuentan, al menos, con una licenciatura.
Aunque no es garantía, con ese perfil de puestos y el nivel de expectativa, al menos aumenta la probabilidad de continuar eficazmente un mapa de ruta y no guiarse por ocurrencias ideológicas, partidistas o fundamentalistas. Parece que Singapur ha encontrado la causa raíz de los problemas de la democracia occidental; la falta de criterios de elegibilidad entre los servidores públicos, electos o no.
Pretender una deseable y necesaria “inmunidad de rebaño” a través de la educación para que escojan a los mejores candidatos, siempre tendrá el reto de que haya opciones viables. El tener a un pueblo educado constantemente ayudará para discernir entre los aspirantes, pero estará a expensas de la calidad de los mismos. Una patética realidad en América Latina es que comúnmente está muy flaca la caballada y el pueblo opta por lo que considera el mejor o el menos malo entre paupérrimos contendientes. Pero, ¿qué pasaría si, al igual que en Singapur y en las empresas, hubiese criterios mínimos de selección para los candidatos?
Es francamente increíble como un pequeño grupo de políticos han secuestrado y dañado tanto a nuestras naciones sin que nadie haga nada. No por nada el ex primer ministro de Francia Charles de Gaulle decía: “La política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”. ¿Qué no se supone que quien paga manda? y quien paga somos los contribuyentes, físicos y morales y no los servidores públicos.
No hay tiempo que perder. El camino más expedito, no fácil, sería cerrar filas para exigir pruebas de aptitud, educación, inteligencia, sicométricas y de confianza entre los candidatos. Quizás con exámenes de capacidad no habrían llegado al poder Hugo Chávez y Nicolás Maduro, causando el mayor éxodo de ciudadanos por motivos no bélicos en la historia reciente. Tal vez con una preparación holística a los candidatos, como lo recomienda Alternativas por México, nadie hubiese propuesto el BREXIT. Con pruebas se reduciría la probabilidad de tener líderes despóticos, megalómanos, corruptos, perversos, inmorales o populistas y se podría planear a largo plazo. Con esa exigencia no existiría el Foro de Sao Paulo, el socialismo del siglo XXI, las dictaduras, las tiranías ni el comunismo.
Aunque sea una utopía, mientras no exijamos pruebas entre los candidatos, seguiremos inexorablemente con las venas abiertas y con dos problemas atávicos: una sistémica destrucción de lo pasado y deleznables servidores públicos.