Cartas

Dígame romántica. Dígame “vintage”. Sí soy.

Dígame romántica. Dígame “vintage”. Sí soy. Soy de las personas que sigue gustando de escribir. Escribo de mucho y de nada, pero no me veo de otro modo. Malo o bueno, escribir es lo mío.

Especialmente me gustó y me sigue gustando el género epistolar. De esas cartas de antes, en un papel lleno de letras, ideas, sueños o lo que sea, que se coloca dentro de un sobre y cuando es necesario, se lleva a una oficina postal donde se adquiere una estampilla antes de meter el preciado tesoro al buzón, en la espera de que pronto llegue a su destino.

Con cartas me conquistaron; con cartas dije lo que sentía: amor, dolor, tristeza y también pedí perdón. Sí, me queda claro que este género, quedó en otra época. A lo más existen e-mails, WhattsApp, Telegram.

De acuerdo con el Servicio Postal Mexicano, en el territorio nacional se realizan aproximadamente 2 millones de entregas por año y trata de retomar su papel en la vida cotidiana de los mexicanos. Recientemente, con motivo del Día de Reyes, para incentivar a los pequeños a escribirle a Melchor, Gaspar y Baltazar como parte de una tradición, tuvieron que mostrarles cómo es que se debe hacer una carta, qué elementos debe reunir a fin de que la misiva llegue a su destino.

No digo que esté mal; al contrario, creo que son de las cosas que se deberían seguir enseñando en las aulas a temprana edad, decirles a los niños que es una forma de comunicación y que es ampliamente enriquecedor; es una forma, además, de fortalecer los conocimientos ortográficos, el trazo de ideas.

No estoy en el afán de despertar su interés diciéndole que estamos atravesando la efeméride del Día Nacional del Correo, que dicho sea de paso se conmemora en el mes de octubre, pero sí que se celebró el Día del Sello Postal, vulgo estampillas, otra belleza que también vamos desplazando por emojis, gif y “ene” cantidad de herramientas digitales.

Tampoco es que lo digital sea malo; al contrario. Y muy especialmente en los tiempos de pandemia acortó distancias y nos permitió estar con nuestros seres queridos a pesar de las nada favorecedoras circunstancias.

Todo en la vida se trata de balance, o quizá sea mi particular óptica. Las cartas, como las fotografías son ese no sé qué, que románticamente guardamos en una pequeña caja o cofre para abrir, con el pasar de los años para evocar a esa persona especial que nos dedicó unas letras.

Los principales canales de aprendizaje, son el visual, auditivo y el kinestésico. Todos tenemos un poco de los tres, pero me declaro ampliamente del tercer equipo: yo necesito sentir un libro, una carta, practicar, experimentar.

En un mundo tan evolucionado y cambiante como el que vivimos, claro que agradezco el amplio catálogo de herramientas que nos permiten estar comunicados y presentes en cualquier latitud del planeta.

Simplemente extraño la calidez que una carta puede dar. Ojalá que el Servicio Postal Mexicano no quite el dedo del renglón para que siga vigente el envío de cartas y no sólo de facturas. Y ojalá que este ejercicio también sea replicado en las escuelas. Quién sabe si en un aula nos encontremos con la sorpresa de que a la niñez le gusta esta forma de comunicación.