Me pondré retro o si lo prefiere, random, para mi ejercicio editorial semanal. Random, como dirían los jóvenes de hoy cuando se refieren a algo raro, casual, aleatorio o impredecible.
Como miembro de la generación "X", creo que retro aplica mejor, pero lo dejo a su consideración.
Como ya he dicho, pertenezco a los nacidos entre 1965 y 1980. No es de extrañar, pues, que crecí románticamente, escribiendo y recibiendo cartas, lo mismo de amigos, que, de familiares, o algún pretendiente. Soy del "selecto club" que acudía a la oficina postal por unas estampillas y posteriormente las depositaba en el buzón con la esperanza de que pronto llegaran a su destino.
Al no haber redes sociales, se cultivaba más el arte de leer, aprender mucho de cosas o circunstancias, personajes literarios y por supuesto, de escribir, al menos, medianamente bien.
Resumiendo, me ejercité en la práctica del género epistolar. Técnicamente se requiere de cierto dominio si se toma en cuenta que requiere de una estructura y contenido, pero aún sin mucha pericia ni elocuencia, en mi generación era algo que se practicaba de manera casi cotidiana, o al menos habitual.
Resulta que cada 7 de febrero, se celebra una efeméride muy particular: el Día de Mandar una Carta a un Amigo.
No un mensaje de texto; no un WatsApp; no un correo electrónico; no un mensaje de voz, sino una carta escrita de puño y letra, sobre un papel y depositada en un sobre, con el único fin de demostrarle a alguien que nos importa y que nos preocupamos por ella.
De acuerdo con la Unión Postal Universal, organismo especializado de las Naciones Unidas con sede en Berna, Suiza, uno de los personajes que más cartas al año recibe, es Santaclós, con seis millones de misivas al año. Claro, este personaje, más que un amigo de todos, es a quién más se le piden cosas, en la mejor temporada del año, que es la Navidad.
Si bien se hacen ejercicios para fomentar el género epistolar, jóvenes y niños de hoy raramente conocen lo que es una carta.
Según la neurociencia, las palabras tienen mayor credibilidad si las escribimos en manuscrito, en vez de hacerlas en máquina de escribir (otra herramienta ya en desuso), en computadora, por correo o por mensaje digital.
De acuerdo a diversos estudios, las personas que escriben cartas a mano suelen ser personas reflexivas.
Si bien nuestra era más digital puede alejarse del lenguaje de las tarjetas de felicitación, el sitio National Calendar Day, arroja que un sorprendente 80 por ciento de los adultos todavía las compra, las envía y las recibe.
En honor a la verdad, los amigos de corazón, los que perduran, no se separan pese a la distancia. Así que vale la pena dedicar un momento del día para escribir una carta a nuestros amigos, cercanos o lejanos.
Si no le apetece "echar rollo", una postal o una tarjeta con un breve mensaje, tendrá el mismo impacto en quien la recibe.
Y si tomamos en cuenta que estamos en el maravilloso mes de la amistad, el efecto será doble.
¿Se anima?