¡Viva la libertad, carajo!
Javier Milei
Uno de los planteamientos más lapidarios, que, a pesar de las distancias, no ha sufrido desgaste, e inclusive, en estos últimos tiempos ha cobrado más fuerza, actualizándose de manera particular y preocupante, es el de Wilhelm Reich, psicoanalista del primer grupo de discípulos de Sigmund Freud, que dice, palabras más palabras menos, lo traumático no sólo es que haya tenido lugar el fascismo (nazismo) sino que las masas lo hayan deseado. ¿Por qué desearía una persona o un grupo de personas un gobierno de ideas fascistas, conservadoras, de extrema derecha o de extrema izquierda?
No es desconocido que nuestros tiempos están marcados por muchas crisis –por lo líquido de lo que antes se creía sólido, diría Bauman– declinación del padre, la patria, la religión, la ideología, los líderes, los colapsos económicos, pandemias, crisis de identidad, guerras, tragedias ecológicas...Algunos autores también han hablado, ya no de lo liquido, sino de la evaporación. Massimo Recalcati se ha referido a la evaporación del padre y su función. De tal forma que, lo que antes era un organizador social, un referente fijo que daba orden e identidad, se ha perdido, produciendo cambios y crisis a todos los niveles y contextos, desde el sujeto, la familia, la escuela y el trabajo, la vida amorosa, social y política se ha visto afectada.
Las ideologías, ya en desuso como referentes fundamentales por una gran mayoría (catolicismo, comunismo, capitalismo...) se han derrumbado o si acaso algo queda de ellas, y para poder seguir con vida, no les queda más que compartir el espacio junto a un mercado global horizontal donde los referentes son múltiples, variados y flexibles, bajo la imparable programación caprichosa de los algoritmos, con sus propuestas de consumo, inteligencia artificial, libre mercado (sólo entre unos cuantos). Y es en ese contexto donde, cómo lo ha teorizado de manera aguda, Jorge Forbes, surgen al menos dos tipos de respuestas: aquellas reaccionarias que apelan a refugiarse en el pasado, creyendo que otro tiempo fue mejor, aumentando la vigilancia y el control, y las respuestas creativas y responsables, que buscan darle lugar a los mejores cambios de nuestro mundo, no viendo en ellos signos de final de los tiempos, sino reposicionando nuestra humanidad ante ellos, para solucionar de mejor manera nuestras problemáticas.
En gran parte del mundo muchos han optado por las respuestas reaccionarias: vuelta a un pasado cargado de vigilancia y control, de burocracia del odio y medias extremas, donde se cree que todo estará mejor, que nos van a proteger y a extirpar "lo malo", al tiempo que hablan de amor, paz y libertad; en lugar, de legitimar un mundo incompleto, variado, donde las identidades (personales, nacionales, políticas...) son soportes siempre limitados y parciales, y que no basta con crear ordenes duros (muro, guerras, exclusión étnica, violencia hacia las mujeres, bloqueos económicos, poner todo al mercado para que todo sea eficiente...) para diferenciarse e identificarse, justo como lo que ha tenido lugar en el fascismo tanto de izquierda como de derecha, sino legitimar todas las formas de vida, amplificar la responsabilidad y articulación creativa.
Si damos una rápida revisión histórica de las campañas políticas de los últimos 50 años podemos ver un claro intento del ascenso de un fascismo disfrazado de liberalismo y lucha por la paz. Es preocupante y las fuerzas políticas e intelectuales, que podrían todavía funcionar como contrapeso, parecen no advertir lo que se está produciendo. Quizás porque ellos mismos han sido un factor importante en el derrumbe de sus propias propuestas. Hoy, algunas izquierdas del mundo han dado muestras de ineficiencia en diversas materias, atrincheradas en discursos nostálgicos y populistas, sin darse cuenta han fortalecido al populismo de derecha con su meritocracia liberal enmascarada de más dominación, donde los ciudadanos no parecen advertir que han sido reducidos a clientes y consumidores, han facilitado el ascenso de la extrema derecha con sus discursos de rescate, defensa de la libertad, la paz, el orden en la familia, la escuela, el trabajo y el libre mercado. Siempre igual, siempre de la misma manera: exaltar al enemigo, el enemigo siempre está afuera, distante, es a quien hay que eliminar, al otro, al impuro. Aquí podemos ver cómo las tres principales religiones (judaísmo, islam, cristianismo) poseen, cada una a su manera, la figura de un maligno al cual es necesario eliminar, un impuro, que después es reinterpretado por el mercado con su conservadurismo ideológico (libre mercado, pero ausencia de pensamiento liberal en las costumbres) como el mal que habita en el ciudadano que defiende sus derechos y libertades, enemigo de la libertad y el progreso, un rojillo en contra del progreso. Un verdadero absurdo. Pero es un discurso para muchos atractivo, ya que apela a la protección y a la seguridad, cuando no parece advertirse que verdad implica una puesta en venta de todo lo que una nación y sujeto poseen, creyendo que se libera, pero se vuelve aún más esclavo de un orden mucho más implacable que el que se creía estar combatiendo.