Asael Sepúlveda: los últimos caballeros

Asael fue, sin duda, un caballero. En un mundo donde las palabras a menudo se las lleva el viento, él supo honrar sus compromisos, cumplir con sus promesas

Todo se mueve, se acelera. En la Ciudad de México, el tiempo parece que corre y que estallará. El caos del tráfico, la frenética actividad de la ciudad que no duerme, el bullicio constante. Es como un corazón que late con prisa, que se acelera, y que, en un segundo, de manera abrupta, se detiene. Y en medio de esa espléndida majestuosidad, de esa ciudad que todo lo devora, alguien muere. Hoy ha sido un amigo: Asael Sepúlveda

Lo conocí hace más de dos décadas, en el 2003, gracias a Ricardo Cantú. En ese entonces, Ricardo era miembro del Cabildo y Asael, Secretario de Desarrollo Social, quería presentarle un proyecto cultural. Asael, con la serenidad que siempre lo caracterizó, escuchó con atención, con esa paciencia infinita que lo caracterizaba. Y no sólo escuchó, sino que hizo lo posible para que ese proyecto se realizara, porque más allá de los colores partidistas, lo que le importaba era el beneficio de la ciudadanía de Monterrey. 

Asael, sin embargo, era mucho más que un político. Antes que eso, fue un gran periodista, una voz que supo transmitir las inquietudes de la gente. Pero, más que periodista o político, Asael era, sobre todo, un ser humano sensible que sabía escuchar a la gente. Un activista social comprometido, que supo arropar las causas de aquellos que no tenían un lugar donde vivir, de los más necesitados, de los olvidados, como esa gente de Tierra y Liberta. Donde se formó el Partido del Trabajo, junto con Beto Anaya, el fundador.  

En los años siguientes, nos encontramos en numerosos eventos políticos y culturales. Asael era un nombre ligado a la educación, a la cultura, siempre dispuesto a trabajar por el bienestar de la comunidad. Volvimos coincidimos en el 2018, durante la campaña electoral en la que AMLO ganó la presidencia. Asael como representante del PT en las mesas de conversación política.  Negociar y llegar a acuerdos con él siempre fue un placer, porque realmente no solo le importaba su partido, sino la comunidad, sabia cumplir acuerdos. 

Recuerdo la última vez que lo vi. Fue en la Macroplaza, caminando por las calles, agitado y sudado. Venía de una marcha del PT, el partido al que siempre perteneció. Era la tradicional marcha del 2 de octubre, esa que cada año recuerda a los estudiantes asesinados por el gobierno de Díaz Ordaz en 1968. Asael estaba ahí, como siempre, defendiendo las causas en las que creía, levantando la voz en memoria de aquellos que habían sido silenciados. 

Cuando recibí la noticia de su muerte, me encontraba en la Ciudad de México, precisamente, de arriba para abajo, mi corazón acelerado, atrapado en el caos de la ciudad. Y en ese breve instante en que el teléfono me reveló la noticia, sentí que todo se detenía, como si el mundo, por un segundo, hubiera hecho una pausa para recordar a ese gran ser humano. Llamé a su hermano, Javier Sepúlveda, también un gran amigo, y me contó que fue un paro cardíaco, repentino. Hubo silencios en la llamada, quizás los dos queriendo pensar que era una llamada equivocada. 

Asael fue, sin duda, un caballero. En un mundo donde las palabras a menudo se las lleva el viento, él supo honrar sus compromisos, cumplir con sus promesas, dialogar con integridad. El mundo del periodismo, de la política, y de la educación hablarán de él como un hombre de palabra, como uno de los últimos caballeros.