La relación con nuestro vecino siempre ha estado llena de complejidades. Hoy para muchos resulta sorpresivo que el gobierno de México le plante cara a los Estados Unidos (como el boicot de facto a la Cumbre de las Américas de Biden cuando López Obrador se negó a asistir) y éste, lejos de responder simplemente ponga su mirada en otro lado. Sin reclamos, sin discursos encendidos, solo silencio. ¿Por qué?
Lo ocurrido con Cuba nos da dos elementos para entender al gobierno actual y su relación con Washington. Mientras el Presidente se toma alegremente fotografías abrazando y agasajando al dictador cubano, en los hechos, sigue diciendo que sí a las solicitudes del gobierno de los Estados Unidos, eso porque en el fondo, López Obrador nunca ha dejado de ser él mismo un conservador, y más importante aún, nunca se ha despojado de su naturaleza de priísta de los años 70.
Históricamente, el gobierno de México ha cedido lo que, convenientemente, bajo los reflectores ha negado. Particularmente en el caso de Cuba y la supuesta defensa al régimen y a la revolución cubana. En los años 60’s nuestro país accedió a jugar un doble papel con respecto a Cuba y a la relación con los Estados Unidos.
En diversos documentos desclasificados en años recientes se da cuenta de conversaciones y grabaciones en las que es claro que los embajadores mexicanos de aquellos años, así como los presidentes, particularmente Díaz Ordaz, no tenían ningún inconveniente en servir de escucha e informante para la Casa Blanca a cambio de que Washington pasara por alto los posicionamientos de México con respecto a temas controvertibles sobre Cuba. En 1964, año en que Díaz Ordaz se convertía en presidente, México era el único país que mantenía una embajada en Cuba.
Las conversaciones y cables entre el embajador estadounidense y el embajador mexicano en Cuba detallan la forma en que el segundo se habría de convertir en el responsable de reportar sobre la situación política en la isla poniendo especial atención a eventos relacionados con la Organización de los Estados Americanos (OEA), la situación de enemistad con los Estados Unidos y sus lazos con la Unión Soviética.
Por décadas, México fue capaz de mantener el mito de ser aliado de Cuba frente al “imperialismo yanqui” negándose, por ejemplo, a romper relaciones con la isla o a que la OEA les impusiera sanciones económicas a cambio de mantener informado al gobierno estadounidense o asegurarle su apoyo en asuntos de gran importancia (como lo hizo durante la Crisis de los Misiles en 1962). Los Estados Unidos era consciente de que la doble posición de México debía mantenerse en absoluta confidencialidad pues de haberse conocido esta información en aquellos años habría dañado públicamente al gobierno mexicano.
Hoy López Obrador juega también al doble discurso. A pesar de su demostrado conservadurismo (como lo he explicado aquí en el pasado) ha estado dispuesto a utilizar la narrativa cubana y la imagen de los médicos y el dictador cubano para convencer a una parte de su electorado de que es un hombre de izquierda. Sin embargo, tras bambalinas acepta condiciones inaceptables como el trato de tercer país seguro (de facto desde hace 4 años) o utilizar a miles de elementos de la Guardia Nacional para vigilar la frontera.
Esos acuerdos, alcanzados fuera de los reflectores son la razón del silencio estadounidense ante los exabruptos del habitante de Palacio Nacional. Igual que en la época del antiguo PRI, aprovechando el mito de la Revolución cubana mientras confidencialmente negocia con Washington.
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