Homúnculo, explica el Diccionario de la lengua española, quiere decir "hombre pequeño". Algunos letrados dirán que describe a un ser diminuto, pero dos o tres sabedores apostillarán que, en política culta, esa palabra es usada en sentido despectivo: hombrecito. Tienen razón esos doctos tribunos, porque el término es aplicable a cualquier persona, sin importar su estatura, como sucede en el caso de Vicente Fox, que al inicio del siglo fue la mayor decepción democrática que pudo haber tenido México, luego del enorme trabajo que costó echar al PRI de Los Pinos: el bravucón de las botas, el machito de rancho, se convirtió en un enano y eso lo reconocen hasta sus panistas más cercanos.
Así las cosas en la semántica léxica, Fox fue y seguirá siendo siempre un homúnculo de la política, un tipo que al final de su sexenio exhibió su talante antidemocrático y casi provoca un estallido social en 2004-2005, cuando urdió una inaudita estrategia jurídica para meter a la cárcel a Andrés Manuel López Obrador e impedir que fuera candidato presidencial. Por si hubiera sido poca su insensatez, el tipo se entrometió ilegalmente en los comicios de 2006 y puso en riesgo la validez de la elección, tal como lo determinó en su momento el Tribunal Electoral.
Si usted tiene dudas de la inadmisibilidad del personaje, remítase a lo que ha tecleado recientemente en Twitter, donde se dijo arrepentido... de no haber liquidado políticamente a AMLO a través de "una gran estocada". Desbocado, este viernes se mostró antisemita: "Sheinbaum es judía búlgara", tuiteó. Luego pidió perdón a la comunidad, pero no a Claudia.
Ese era y ese es Fox, pero, ¿qué brota hoy desde Palacio Nacional contra una aspirante presidencial (Xóchitl Gálvez)? Para usar el término que repiten sin cesar sus propagandistas, padecemos a un Presidente con las mismas mañas del viejo régimen. AMLO no solo ha degenerado en Fox, sino en Salinas de Gortari. Él es el jefe de campaña, el propagandista número uno del war room de sus aspirantes, el primer morenista de la nación, el candidato sin ser candidato, el tonto útil de Morena, el representante más nítido de lo que era aquel PRI autoritario y tramposo del siglo veinte, ese priismo de la alquimia electoral que tanto jodió y retrasó a México.
Por desgracia, en la Presidencia y sus oficinas doctrinarias ya se percibe ese olor agrio y fétido del autoritarismo más recalcitrante, la mano dura de la propaganda y el dogma para destazar de forma inquisitorial a quien sea necesario rumbo al 2024. Su modus operandi y sus vínculos ideológicos con las trapacerías electorales del anterior régimen son evidentes. Como esbocé la semana pasada en la versión digital de mi columna, cuando el Presidente interviene en el proceso electoral (lo cual le está vedado por una ley que impulsó su partido) le veo cara de Fox, de Zedillo, de Salinas, de López Portillo, de Echeverría, de Díaz Ordaz, de Miguel de la Madrid, ese gris personaje que ordenó a Manuel Bartlett el fraude del ´88.
Cada vez que AMLO arremete con saña para calumniar y amenazar a un opositor, le brilla el rostro nítido del policía Fernando Gutiérrez Barrios, o del otro veracruzano imputado como represor, Miguel Nassar Haro. Cuando se pone así de antidemocrático, tiene el semblante de su propio verdugo, aquel necio fiscal que lo persiguió por órdenes de Fox, el anodino subprocurador de Investigación Especializada en Delitos Federales, Javier Vega Memije.
Vaya anemia democrática (y moral) la de Andrés, como le dicen los suyos. Si leyera o alguien le leyera Los miserables de Víctor Hugo, tal vez comprendería que durante aquel episodio del desafuero él era un Jean Valjean al que defendimos muchos, muchísimos, incluidos militares (generales), pero también entendería (quizá, es sólo un buen deseo) que se está convirtiendo en un penosísimo Javert cegado por su fanatismo... de sí mismo.
BAJO FONDO
El López Obrador de este sexenio, que llegó al poder gracias a la ilusión con la que votaron millones de personas que enarbolaban ideas liberales, progresistas e incluyentes, traicionó esa confianza electoral. El Andrés Manuel de estos años, con sus posicionamientos, devino un ente que representa a la derecha más conservadora, retardataria, patriarcal, religiosa, machista, misógina, homofóbica, clasista e intolerante. Si, todo eso junto en la Santísima Inquisición Política de la 4T, porque no se trata de una batería de calificativos proveniente del hígado reporteril sino de un retrato hablado producto de sus discursos, los cuales usted puede cotejar en la página de Presidencia de la República.
¿O me va a decir alguien aquí mismo que luego de evocar a Jesucristo el señor termina su misa matinal avalando la libertad identitaria y sexual de las minorías y el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y vidas?
¿No es verdad que en sus homilías, luego emuladas por sus evangelistas de Morena, se decide quién es mexicano y quién es traidor a la patria? Quién es pueblo bueno y quién corrupto. Quién es ratero y quién flota inmaculado. Por ejemplo, un pobrecito amigo inocente e inexperto, un ingenuo colmilludo de su movimiento que fue "engañado" por sus amigos rateros el muy santo, como sucede en el caso Segalmex de Ignacio Ovalle y la estafa de al menos nueve mil quinientos millones de pesos.
Los fieles devotos del lópezobradorismo, propagandistas desmemoriados que se encargan de adoctrinar gente en las redes sociales, también en reuniones a puerta cerrada organizadas en grandes salones, así como en tertulias reducidas, quirúrgicas, todo a través de estrategias que denominan "actos de formación política"; esos obispos de Su Santidad Transformadora, en especial algunos que hacen cartones políticos, se olvidaron muy pronto de su procedencia de izquierda y hoy defienden las arbitrariedades que ayer combatían con gran talento. Ellos y ellas son ahora los camisas guindas de su movimiento, grupos ultra racistas que expiden certificados de mexicanidad y otorgan constancias de indigenismo.
¿En serio no se ven en el espejo (en la tele, en sus videos), no se escuchan desde lejos (en la radio), no se leen? ¿No alcanzan a observar, a distinguir, a atisbar en su sectarismo ni el menor reflejo de ciertas hordas de Franco, de Mussolini y de Stalin?
Nomás pregunto, (ex) camaradas.
TRASFONDO
De verdad ya no hay medias tintas: dentro de Palacio todo lo que sale de su boca tiene que ser escuchado como verdad inconcusa.
Todo.
O desciendes a las mazmorras de su desconfianza.
Y de ahí, a la hoguera.
jp.becerra.acosta.m@gmail.com