El alcoholismo, como las demás adicciones, a menudo es el resultado de una sucesión de acciones, que, en algún momento de la vida, inició con una única y simple ocasión de consumo, pasando a un uso permanente y más prolongado, con incremento, tanto en la frecuencia como en la cantidad de ingesta, hasta desembocar en una franca dependencia, no solo física, cuando el organismo requiere y demanda la sustancia, pues ya cuenta con ese “presupuesto”, esa dosis de alcohol (diaria, semanal…) para poder funcionar “bien”, sino psicológica y social, la cual llega a ser aún más fuerte e imperiosa, por su mandato categórico: ¡Si no bebo alcohol no me divierto! ¡Si no bebo alcohol, no puedo dormir, no me relajo, no soy feliz! Es decir, la persona ya no solo busca la sustancia para divertirse, sino la requiere para poder funcionar, fisiológicamente hablando; cree que no puede imaginar otras formas posibles de vida, otras maneras de experimentar, de vivir el tiempo y la diversión. ¿Qué más hago?
¿Cómo es que una sustancia puede tomar ese lugar y cumplir esa función? A diferencia de otras sustancias, como lo son las ilegales, el alcohol está inscrito en la cultura, no de hoy, sino de siempre. Desde los orígenes de la historia hasta nuestros días, se pueden rastrear en las más diversas culturas, la producción y consumo de bebidas fermentadas, principalmente para consumirse en fiestas y rituales, para celebrar alguna fecha importante, pedir el favor de los dioses, hasta su uso más comercial, como parte del glamur de la cultura del homo felix. También el alcohol ha logrado conquistar al soñador revolucionario y a mujeres frustradas, quienes ansían una vida diferente a la que tienen y no consiguen, a ellos no les ha de faltar una copa en mano, si acaso hasta se consuelen de paso un poco, o simplemente salgan del tedio, con la forma de felicidad embotellada que les da la bebida, la cual siempre está al alcance de la mano, no traiciona y no abandona.
Si lo pensamos detenidamente, no hay institución o práctica cultural, que no esté, de alguna manera, vinculada con el alcohol, sea en su dimensión médico-asistencial, recreativa, alimenticia, relajante-vacacional, exploratoria-trascendental, etc. al grado que muchos artistas, entre escritores y pintores, han declarado, que no podrían explotar su talento, encontrar su inspiración, si no bebieran alcohol; lo mismo para otros, alcanzar la relajación, dormir bien, ser felices…
Podríamos abordar el asunto de la adicción al alcohol desde una dimensión médica, describiendo lo que hace al entrar al organismo, cuál es su farmacodinamia, su metabolización, inclusive hacer un paralelismo psico-social, de los factores medioambientales, familiares e individuales, que hacen que una adicción se instale y permanezca, concluyendo con las medidas en materia de salud pública que se deberían de tomar para… Dichos abordajes nos ofrecerían nutridas estadísticas y descripciones sobre los misterios del organismo humano, los beneficios de no beber alcohol, la cultural del bienestar… buscando producir principalmente dos cosas: informar sobre las drogas y hacer desistir de su consumo. Pues ¿quién en su sano juicio osaría ir en contra de su bienestar, de su salud?
Toda esa cuestión de información y bienestar, por supuesto que suena muy bien, algo muy lógico y bien fundamentado. Sin embargo, ignora una cosa, que los seres humanos no somos seres de bienestar, cuyas vidas simplemente consisten en satisfacer necesidades, sino de placer —de goce, diríamos en psicoanálisis, donde placer y dolor se mezclan— que no buscan necesariamente el bien, la paz y la tranquilidad mesurada, sino el exceso, la destrucción y el desequilibrio, que generan “un más allá” inaudito y traumático para ese cuerpo de conocimientos médicos y psicológicos, que, aunque bien intencionados, son limitados para abordar los asuntos humanos. Esto por supuesto no resuelve el problema personal, familiar y de salud pública, que representan las adicciones, pero es ya un inicio situar su complejidad, pues no es que las adicciones van a desaparecer porque se imparten cátedras sobre los efectos del alcohol en el organismo, cosa que por supuesto para alguien puede ser suficiente, pero no estaríamos hablando de abuso o dependencia, sino de consumo ocasional y responsable; al menos localizar una de las paradojas humanas por excelencia: la realización de la vida humana se encuentra, precisamente en el exceso, cuando se aproxima hacia la muerte, no a pesar del peligro de muerte, sino justamente por ello. Advertir tal contradicción que funda lo humano, permite construir otras formas de lazo social, basados más en la inclusión y participación responsable en las formas en las que cada quien usufructúa de su goce, que, en la culpa y la persecución, no solo en relación con la salud pública, sino a la educación y el campo laboral más amplio. Ya que, en última instancia, más allá de las lógicas de la salud y el bienestar, las preguntas que insisten son: ¿Qué se consume, qué se busca, cuando se consume? ¿Qué o quién es la sustancia, el alcohol, para quien lo bebe? ¿A qué responde? ¿Qué experiencias se están buscando silenciar, o, por el contrario, hacer hablar, a través de las sustancias, a través del alcohol?
¡Muy feliz año nuevo 2022! y ¡Salud!