"Cualquier cosa que se quiere decir sólo hay una palabra para expresarla, un verbo para animarla y un adjetivo para calificarla"
Guy de Maupassant
Los políticos de la nueva hornada tienen la imperiosa necesidad de a cualquier cosa que dicen, comentan, publican en sus redes sociales, declaran o expresan en un discurso, colgarles un sinfín de adjetivos en grado aumentativo.
Nosotros también fuimos niños y en nuestras discusiones infantiles era común llegar a los extremos con el fin de ganar una discusión y así era normal el que alguien te dijera: "Mi papá es bombero y te moja" y no faltaba quien respondiera "pues el mío es soldado y tiene pistola".
Hoy todo cuanto hacen nuestros políticos y servidores públicos es "más grande que nunca antes en la historia", es "como no se había hecho en tantos mil años" o "es lo más mejor del mundo mundial".
Se equivocan irremediablemente, porque el juicio ciudadano no se cimentará en sus pomposos adjetivos, sino en la utilidad práctica, beneficio e impacto que esas acciones tengan en la comunidad, de manera que sus aumentativos salen sobrando.
Además de presuntuosos y chocantes, nuestros jóvenes políticos con demasiada frecuencia terminan siendo exhibidos como desinformados y mentirosos, ya que la historia se encarga de demostrar que sus obras ni son tan grandes, ni tan fastuosas como ellos presumen porque ya antes hubo alguna "mucho más mejor", para ponerlo en sus propios términos.
Fallan porque al engrandecer innecesariamente los hechos lo único que logran es construir una barrera mental en los receptores de la información al sembrar una duda: ¿será o no la más grande, será o no la mejor, será que nunca antes se hizo algo igual", misma que en la mayoría de las ocasiones no queda resuelta por falta de tiempo o interés, pero que deja el mal sabor de boca en la sociedad.
El presumido jamás ha sido bien visto.
Los ciudadanos y el tiempo son los jueces de la historia y para ellos no hay adjetivos que valgan. Por mucho que presuman se requiere la prueba de la funcionalidad de una obra para saber si es buena o no y, también, es necesario esperar un tiempo prudente para saber si dicha acción mantiene su status y resuelve el problema para el cual fue construida. Ahí tiene el caso de las estaciones de la Línea 2 del Metro que nos presumieron como una magna obra de ingeniería y resulta que se estaba cayendo a pedacitos.
Por eso no es bueno ponerle tanta crema a los tacos, ni echarse completo el tarro del aceite uno mismo.
Deberían dejar que sean los usuarios, y no ellos, sus colaboradores y achichincles, quienes califiquen la utilidad de una obra y permitir que sea el "boca a boca" el que les ensalce y engrandezca.
Sería de gran utilidad el recordarles aquella frase que reza que "alabanza en boca propia es vituperio" y recomendarles que antes de que empiecen su perorata de adjetivos, le bajen unas tres rayitas al tigres y se inyecten una dosis doble de prudencia, porque sus palabras se las van a recordar y eso sí, mucho antes de lo que se imaginan.