En dos semanas más México estará recordando el primer caso documentado de Covid-19 y a casi un año de tan deprimente fecha, créalo o no, me sigue pesando el estar alejada de mi familia nuclear.
Claro, le concedo razón al doctor Manuel de la O cuando dice que gracias este tipo de acciones es que a vuelta de un año puedo alardear de tener a mi familia completa. Pero eso no quita que extrañe el abrazo, el café y la buena charla presencial.
Justo ayer organizamos una reunión familiar por Zoom para celebrar el cumpleaños de una de las más peques de la familia, Alessa, en honor de su onomástico número 7. Ello me remontó al 29 de febrero del 2020, cuando fue la última reunión familiar “en vivo”, con pastel, tamales, mesa de postres y buen ambiente para honrar a la matriarca, Doña Hope.
Como dicen unos memes por ahí: “éramos felices y no lo sabíamos””. En realidad sí lo sabíamos, pero lo que desconocíamos es que la pandemia tuviera tal magnitud que a un año del primer caso, no podemos terminar de vacunar al personal de salud y que aunque se supone ya se elabora un padrón para aplicar la dosis a nuestros adultos mayores, un día se dice una cosa y al día siguiente, otra muy distinta.
Respeto por mucho lo que en familia cada cual acuerde y es así que las convivencias no se detienen, los desplazamientos a sitios turísticos con la consecuente frase de “no pasa nada”, se siguen dando, y los contagios y los decesos, son noticias del día a día.
Hasta cierto punto lo entiendo, porque si el presidente se pasea, se contagia y contagia y una vez “curado” sigue rechazando el uso del cubrebocas, por qué habrían de quererlo hacer los demás, justo en momentos en que ahora se recomienda el uso de doble mascarilla para la mejor protección.
Y aunque ahora hay hasta un marco normativo para su uso de manera obligatoria, la reticencia se mantiene.
Por charlas con amigos maestros y personal administrativo de educación he escuchado que las clases presenciales se reanudarán hasta marzo del 2022 y eso me genera mayor inquietud ya que significa un año más de lo mismo: manoseo informativo; politización de las vacunas, desesperación de quienes ya no toleran el aislamiento; descenso en la matriculación escolar en los niveles medio y superior y por supuesto, una economía que va, lo deseemos o no, hacia atrás.
Ya nos merecemos buenas noticias, pero reales, tangibles; no esas promesas que se quedan en el aire como “ahí vienen las vacunas”, “ya mero se mejora esto”, porque el desencanto crece y la credibilidad de quienes nos gobiernan, merma.
Dicen que la esperanza es lo último que muere ¿será?