Epigmenio Montelongo cargaba un Cristo de madera cuando salía de la mina El Pinabete, en Sabinas, Coahuila, donde su padre Jaime Montelongo Pérez y otros nueve carboneros cumplieron un mes de quedar atrapados.
Caminó más de 500 metros desde la mina hasta la carretera, vestido con una playera blanca con la foto de su padre y la leyenda: "Jefe siempre estarás en mi corazón".
Habían transcurrido cerca de tres horas desde que las familias se congregaron en la zona cero de la tragedia que enlutó la región carbonífera, para celebrar una misa en memoria de los 10 trabajadores.
Llegaron con camisas blancas que llevaban las imágenes de sus familiares. Llegaron con rosas rojas y blancas, ofrendas, retratos o lonas con las imágenes de los mineros, globos blancos con los nombres escritos y figuras de la Virgen de Guadalupe.
Las familias tenían que ser transportadas al perímetro de la mina en camionetas de la Guardia Nacional o del Ejército, debido a que las últimas lluvias que han azotado a la región enlodaron el camino e imposibilitaron el acceso.
Después de más de casi tres horas en las que celebraron una misa y un mariachi entonó canciones como Amor eterno o Ángel mío, las familias regresaron arriba de las camionetas. Todavía cargaban algunas ofrendas porque no pudieron dejarlas en el pozo. ¿La razón? El inicio de los trabajos para hacer el tajo que durará hasta 11 meses, según las autoridades federales.
Fue la primera ceremonia que terminó por cerrar una espiral de esperanza por rescatar a los 10 mineros con vida, y que concluyó con la aceptación de que los trabajadores fallecieron en el fondo de la tierra.
Sin embargo, para las familias de los mineros, los que decidieron hablar unos minutos, los trabajadores seguirán vivos en la memoria.
"Están dando el adiós, pero para mí siempre va a estar presente mi padre. En la casa, en mi mente, en mi corazón", comentó Epigmenio Montelongo, con el Cristo en los brazos y un rosario al cuello.
"Mi hijo no está muerto. Cuando uno cree en Dios, ellos no mueren. Para mí, mi hijo siempre va a estar vivo. Mi amor es eterno hacia él y no lo declaro muerto, lo declaro vivo", afirmó cuando salió de la mina la madre del carbonero Ramiro Torres Rodríguez.
Para Epigmenio fue difícil dar el adiós y aseguró que siente que su papá lo cuidará a donde vaya, incluso si ese camino es regresar a los pocitos.
"La mera verdad, no sé si regresaré [a los pocitos]. Yo por mí sí, no tengo miedo, para morir nacimos, pero más que nada mi mamá, la voy a matar de preocupación y la quiero un chingo. A los dos los quiero mucho", indicó.
Aseguró que no le tiene miedo a bajar a las minas, pero si es necesario tampoco tendría problema en barrer o lavar platos. No teme trabajar fuera del carbón.
"Está con madre jalar debajo de los pozos, pero también arriesgas tu vida, para qué voy a decir que no", comentó.
Además de su papá, su abuelo también fue minero. "Lo traigo en la sangre", añadió.
Antes de que se decidiera que la forma de rescatar a los mineros era mediante un tajo a cielo abierto, Epigmenio estaba dispuesto a bajar por su papá si el agua en los pozos descendía de nivel. No tenía miedo y no le importaba si hubiera perdido la vida.
El dolor de dejarlo
en la mina
Martha María Huerta se fue de la mina destrozada por dejar a su "flaco", su pareja Sergio Gabriel Cruz Gaytán, enterrado en el lugar.
La señora bajó de la camioneta que dispusieron autoridades convencida de que estuvo hasta donde podía estar, pero esperanzada de que en unos meses más pueda tener a su "flaco" con ella.
"Se hizo lo que se pudo. Estamos conscientes de que hicieron todo lo posible. Van a empezar los trabajos para hacer el tajo, esperamos en Dios que tengan éxito", lamentó la señora Huerta al salir de la misa.
Contó que fue una ceremonia bonita, pero triste porque la esperanza era que los sacaran con vida. "No quería dejar a mi flaco, quería traérmelo", insistió.
Martha María comentó que tuvieron que aceptar el tajo porque, de no haberlo hecho, se podría haber parado todo. Y por eso la esperanza es que en unos meses pueda darle cristiana sepultura a Sergio Gabriel.
"Queremos que nos los entreguen. No pudo ser pronto, pero tenemos la esperanza en Dios que nos los van a regresar", imploró la mujer.
Por lo pronto, en su recuerdo quedará lo que vivió con él, los años que compartieron juntos. "Me quedo con eso, pero con un gran dolor de dejarlo aquí e irme".
Confían en que no queden enterrados
Sobre el temor de que sus familiares pudieran quedar enterrados, Epigmenio Montelongo comentó que sólo Dios decide cuándo es el llamado.
"Sólo él es el bueno [Dios], sí sabe si los van a sacar o no", dijo Montelongo. Es una frase de resignación, porque para familias como la de Epigmenio, el recuerdo nunca se olvida.
"Hasta que me muera, hasta que mi corazón deje de latir. Él me enseñó a trabajar, siempre lo recordaré", añadió.
Martha María Huerta admitió que existía el temor de que fueran a dejar enterrados a los mineros, pero contó que el Presidente les mandó decir que existe la promesa de sacarlos.
"Pronto iré a reunirme con él", agregó la señora Huerta.