Hablar de las técnicas de los de Redmond con Microsoft Edge, de las malas técnicas, quiero decir, le sume a uno en una especie de bucle temporal similar al que sufría Bill Murray en «Atrapado en el tiempo» (también conocida como «la peli del día de la marmota»). Un bucle que ocasiona tedio y un cierto enfado, pues como me he cansado de repetir en otras ocasiones, Edge es un buen navegador, un buen trabajo que no merece ganarse el rechazo de los usuarios por la más que criticable política de Microsoft a la hora de intentar imponerlo a los usuarios de Windows.
A lo largo de los años, hemos visto cómo Microsoft ha recurrido a una lista interminable de tácticas para retener a los usuarios en Edge, a menudo a costa de la libertad de elección y la experiencia del usuario. Desde impedir que otros navegadores se configuren como predeterminados en Windows 11 hasta mensajes emergentes que disuaden la descarga de Chrome, la historia de Edge está marcada por estrategias que difícilmente pasan desapercibidas. Algunos de estos métodos han sido particularmente invasivos, como la importación automática de datos de otros navegadores, los mensajes persuasivos al intentar cambiar de navegador o la decisión de abrir enlaces de servicios como Outlook o Teams exclusivamente en Edge, sin importar el navegador predeterminado. Cada uno de estos movimientos ha ido erosionando la confianza de los usuarios, mientras el navegador iba acumulando un historial de controversias.
Ahora, en una nueva vuelta de tuerca, Edge vuelve a destacar, desgraciadamente, en este sentido Con su última actualización, el navegador presenta una ventana emergente al abrirse, que sugiere importar datos de Chrome para «mejorar la experiencia de navegación». La opción aparece preseleccionada, lo que facilita que los datos de Chrome se transfieran sin que el usuario lo perciba plenamente. Esta medida ha sido criticada por expertos y usuarios, quienes consideran que Microsoft está volviendo a cruzar los límites de la privacidad y del respeto a las preferencias de sus usuarios.
Si bien Microsoft defiende estas iniciativas argumentando que ofrecen una experiencia de navegación más integrada, el problema de fondo sigue siendo el mismo: la insistencia en retener a los usuarios en su ecosistema, aun cuando estos hayan mostrado preferencia por otras alternativas. Con cada nuevo intento de promoción agresiva, Edge pierde puntos de aceptación, dejando de ser valorado por sus méritos técnicos y siendo percibido, en cambio, como el navegador que se impone más que el que se elige.
Para muchos usuarios, las constantes recomendaciones y la falta de consideración por sus preferencias generan una reacción adversa hacia Edge. En un ecosistema donde la libertad de elección es fundamental, la percepción es clave. Y, lamentablemente, Microsoft parece estar dejando que su insistencia empañe lo que podría haber sido una adopción más genuina de un navegador que, en otras circunstancias, podría ser realmente valorado.