A pesar de que Intel lleva tiempo arrastrando una crisis bastante considerable, muy pocos esperaban la salida repentina de Pat Gelsinger, su CEO hasta hace algo más de semana y media, de la compañía. Una salida que en un primer momento trataron de enmarcar en una jubilación del directivo, pero que a medida que pasaron las horas iba quedando más claro lo que era: una salida honrosa por la puerta de atrás de un directivo que en poco más de tres años al frente de la compañía, no ha conseguido enderezar su rumbo.
Porque Gelsinger no era, ni mucho menos, el culpable de todos los males de Intel. Sí parece, de momento, uno de sus chivos expiatorios. Como lo son los otros 15.000 trabajadores que han sido despedidos de la compañía este año.
Desde que fue nombrado CEO de Intel en 2021, Gelsinger se puso a trabajar en un plan de rescate exhaustivo para la empresa. Paralelamente empezó a concienciar al resto de directivos e interesados en la empresa de que la solución no iba a llegar de manera rápida. Que llevaría tiempo, sobre todo, por su historial de problemas. Porque la crisis de Intel no se ha gestado de un día para otro. Las pérdidas y los malos resultados han seguido a varios años de errores notables y pasos en falso.
El largo historial de pasos atrás de Intel
Gelsinger, ingeniero de formación, se encontró nada más llegar al puesto con la necesidad de dar la vuelta a casi dos décadas de decisiones equivocadas. La compañía, un gigante gracias en gran medida a una alianza con Microsoft que hizo que durante muchos años se dedicase al desarrollo de chips que funcionaban como un guante con Windows, le había ayudado a conseguir ingentes beneficios y un estatus que le abría no pocas puertas, tanto en el sector tecnológico como dentro de las instituciones.
Pronto llegaron las malas decisiones. Ya en 2005, el CEO de Intel por entonces, Paul Otellini, rechazó la oportunidad de fabricar el SoC del iPhone, algo que no le habría resultado complicado. Ese mismo año, la junta directiva rechazó la compra de Nvidia. En 2006 vendió su división de procesadores XScale a Marvell Technology Group. Creían que con esto tendrían más posibilidades de trabajar en chips para smartphones, y aunque los primeros Intel Atom parecían prometedores, Qualcomm pronto les pasó por encima con sus Snapdragon.
Por entonces, también trabajaban en su propia plataforma GPU, Larrabee, basada en la arquitectura x86, pero volvió a salirles mal. En 2010 decidió dejarlo para utilizar gráficas integradas en sus procesadores. El resultado fue que la mayoría del mercado de las GPUs se lo quedó Nvidia, que lo mantiene hoy en día y es el referente para GPUs de gaming, superordenadores o centros de datos preparados para tareas de IA.
Ya en 2017, no fueron capaces de ver el potencial futuro de la IA, cuando su entonces CEO, Bob Swan, no quiso invertir en OpenAI, que buscaba un partner que les hiciese depender menos de Nvidia. Por un lado, Swan dijo que no creía que la IA generativa tuviese futuro. Por otro, la división de centros de datos de Intel se negó a vender hardware con descuento a OpenAI.
La compañía seguía confiando en la solidez de sus productos y la experiencia de sus equipos de ingeniería para estar siempre a la última. Pero tampoco lo consiguió, y algo empezó a fallar en 2015, cuando no consiguió seguir con los tiempos de su hoja de ruta en la producción de chips de 10 nanómetros. También terminó su estrategia de lanzar un nuevo procesador cada año y una versión mejorada del mismo al siguiente.
La competencia de Intel no perdió el tiempo ni el ritmo, y consiguió lanzar chips con arquitecturas modernas. AMD, que hasta entonces tenía una cuota de mercado inferior al 10%, ha visto cómo esta se doblaba, e incluso superaba el doble de cuota, en solo unos años. TSMC también ha experimentado un crecimiento más que notable, fabricando chips para Apple, Qualcomm, Nvidia, Mediatek, y la propia AMD.
El paso de Gelsinger por Intel
Gelsinger entró muy pronto en Intel, con solo 18 años, y para 2001 ya era su CTO. Pero en 2009 cambió de rumbo, y se incorporó a EMC como su COO. Posteriormente, fue nombrado CEO de VMware, un puesto que ocupó durante casi 10 años. De ahí saltó a Intel, donde como hemos mencionado pronto trazó un plan para enderezar el rumbo de la compañía, dividido en varias etapas.
En la primera se dedicó a dividir las áreas de diseño y fabricación en dos entidades separadas. Centrado en conseguir subvenciones de la administración Biden a través de la Ley Chips, Gelsinger se comprometió a construir dos nuevas fábricas para Foundry en las que se iba a emplear, entre otras, la tecnología de litografía ultravioleta extrema de alta apertura numérica.
Además, consiguió cerca de 9.000 millones en subvenciones para levantar una planta de fabricación de chips en Magdeburgo (Alemania), cuya construcción ahora está parada, como la de otra planta planificada en Polonia. También apostó por la computación cuántica, y se propuso retomar el ciclo de producción y presentación anual de chips y sus versiones mejoradas de Intel. En definitiva, hacer mejores CPUs.
Esta fue la primera de una serie de frustraciones para Gelsinger. Debido a los retrasos en la producción que se habían sucedido desde 2015, cuando se perdió el ritmo anual de lanzamientos, no pudo cumplir su objetivo. Es más, tuvo que aliarse con TSMC para que fabricase algunos de sus últimos chips para no quedarse todavía más rezagada en producción.
Pat Gelsinger, directamente, aceptó que Intel no podía seguir el ritmo deseado y propuso seguir así, al menos a corto plazo, porque era lo mejor para la compañía, mientras se centraba en sentar las bases para el futuro y mantener a raya a sus rivales para que los clientes volviesen a confiar en sus procesos. Para eso, claro está, necesitaba que las cosas no empeorasen. Algo que, finalmente, no sucedió.
La crisis se profundiza, y llega el hartazgo de la directiva
El primer gran fallo de Gelsinger llegó cuando hizo declaraciones sobre TSMC a finales del pasado mes de octubre, señalando que no era deseable utilizar una compañía taiwanesa para fabricar todos los chips, porque no consideraba Taiwan como un lugar estable.
En TSMC se ofendieron bastante, y decidieron poner fin a un descuento del que Intel se había beneficiado durante años. Esto parece que empezó a levantar las primeras suspicacias serias del papel de Gelsinger al frente de Intel en la junta directiva, en la que ya había un cierto runrun desde hace meses en su contra.
Tampoco salió bien el plan de volver al ritmo de lanzamientos y fabricación anterior, ya que los últimos procesadores Raptor Lake empezaron a presentar problemas de inestabilidad en el voltaje. La compañía se vio obligada a ampliar las garantías de los chips afectados, lo que le ha supuesto un coste extra que no podía permitirse.
En agosto pasado presentó unas cuentas trimestrales con 1.600 millones de dólares de pérdidas y anunció la salida de 15.000 trabajadores para intentar mitigar el agujero de dinero y la crisis. Tres meses más tarde, perdía 16.600 millones de dólares, aunque buena parte de esas pérdidas estaba ligada a compensaciones por los despidos y a la reevaluación de los activos de la empresa, que conllevaron no solo la reestructuración, sino la venta de varios activos de la compañía.
Mientras tanto, el nuevo proceso de producción de Intel, 18A, fallaba unas pruebas importantes antes de su lanzamiento, previsto para 2025. El precio de sus acciones, además, seguía cayendo. Tanto, que salió del Dow Jones y llegó a estar a tiro de compra para otros rivales, e incluso Qualcomm mostró interés en hacerse con la empresa, rumores que se desinflaron después de las pasadas elecciones estadounidenses. También hubo rumores de que ARM se había interesado en quedarse con su división de producto, pero nada serio.
Las crisis de Intel se ha acelerado tanto desde este verano, y sobre todo desde octubre, que la junta de Intel se cansó de Gelsinger y su plan de recuperación, porque no estaba dando resultados rápidos. Algo que no estaba ni mucho menos previsto, porque enderezar un rumbo que lleva varios lustros desviado no es precisamente algo que vaya a suceder en tres años. Pero ya les daba igual.
El 1 de diciembre pasado, le enseñaron la puerta. La de atrás. Eso sí, con una más que generosa compensación. En una comunicación al Mercado de Valores, Intel confirmó que el acuerdo al que habían llegado con Gelsinger para la salida incluía una compensación compuesta de tres partes.
Por un lado, se llevará un año y medio de salario de su sueldo base anual, 1,875 millones de dólares. Por otro, recibirá a lo largo de 18 meses su actual su actual bonus por objetivos multiplicado por 1,5. Este bonus supone el 275% de su salario base (1,25 millones de dólares), o 5,16 millones de dólares. Por último, también recibirá un 11/12 del bonus anual de 2024 que habría cobrado en 2024, que al parecer ascendería a unos 2,9 millones de dólares. En total, recibirá unos 9,7 millones de dólares.
Y ahora, ¿qué va a pasar en Intel?
Por el momento, Intel cuenta con dos CoCEOs provisionales al frente, pero está buscando uno nuevo definitivo, para lo que está barajando varios candidatos. Al parecer, entre ellos están los CEOs de Marvell y Ampere, aunque no hay ninguna confirmación oficial sobre su candidatura.
Pero es complicado saber si llegará alguno con la suficiente capacidad, y tiempo, para devolver a Intel a la senda del crecimiento y terminar con su crisis. A no ser que su labor, al menos de inmediato, sea poner un parche a la herida y seguir tirando hasta ver si las cosas mejoran en el futuro. Mientras tanto, desde TSMC ya han olido sangre y su CEO no se ha guardado las críticas a Intel., señalando que deberían haberse centrado en la IA y no en la fabricación de procesadores.
Pero no parece probable que la junta vaya a aceptar dar prioridad a los beneficios sacrificando su futuro a largo plazo y perdiendo progresivamente el liderazgo en chips de equipos de escritorio en favor de AMD o de otras rivales. Más que nada porque tampoco les interesaría a las autoridades estadounidenses. Hacerlo supondría perder el lugar que ocupa un importante activo nacional, y es poco probable que la dejen caer, aunque con la llegada de la próxima administración todo es una incógnita.
Un nuevo CEO, por si solo, no parece la solución a la compañía, puesto que solo puede encargarse de la situación a gran escala, no en el día a día y hasta el último proceso. Más cuando los problemas se llevan años arrastrando, y de ellos solo algunos fallos, como el de TSMC, son achacables al CEO saliente, y la paciencia de la junta directiva es seguro menor para el que esté por llegar. Además, con este panorama, será complicado encontrar a un candidato adecuado que acepte el puesto. Veremos qué depara el futuro a Intel, pero seguro que lo que tiene por delante no es ni mucho menos un camino sencillo.