CIUDAD DE MÉXICO.- El inmenso abismo entre Hawái y México alberga miles de especies aún desconocidas pero más numerosas y sofisticadas de lo previsto, según nuevos estudios que alertan sobre su fragilidad frente a los proyectos de extracción minera de los grandes fondos marinos.
Las compañías mineras se interesan en particular en la inmensa planicie en los abismos de la zona de Clarion-Clipperton (CCZ), por su riqueza en "nódulos", concentraciones en el fondo oceánico que contienen minerales cruciales para las baterías y otras tecnologías de la transición energética.
Esas profundidades sin luz, a más de 3 mil metros, eran antes consideradas como un verdadero desierto submarino, pero el interés creciente por la explotación minera llevó a los científicos a explorar la biodiversidad, especialmente en los últimos 10 años gracias a las expediciones financiadas por empresas privadas.
Y mientras más buscan los científicos, más descubren: un pepino de mar llamado "la ardilla gelatinosa", un camarón de largas patas peludas, muchos pequeños gusanos, crustáceos y moluscos, etcétera.
Estos descubrimientos alimentan preocupaciones frente a los proyectos industriales. El viernes, la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (AIFM) adoptó una agenda que busca la adopción en 2025 de reglas que encuadren la extracción minera submarina, ante la conmoción de las ONG, que reclaman una moratoria.
La AIFM, con sede en Jamaica, es una organización internacional autónoma establecida en virtud de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982 (UNCLOS).
Las planicies de los abismos cubren más de la mitad de planeta, pero permanecen aun ampliamente inexplorados por la humanidad. Son la "última frontera", según el biólogo Erik Simon-Lledo, quien realizó una investigación publicada el lunes en la revista Nature Ecology and Evolution.
Este estudio cartografió la repartición de los animales en la CCZ y reveló comunidades más complejas de lo imaginado.
"En cada inmersión, hacemos un descubrimiento", dice Erik Simon-Lledo, del Centro oceanográfico nacional de Gran Bretaña.
Para los defensores del medio ambiente, esta biodiversidad es el verdadero tesoro de los grandes fondos marinos, amenazados por la enorme capa de sedimentos milenarios que la explotación minera tendrá que levantar.
Los nódulos mismos son un hábitat único para criaturas fuera de lo común. La fauna única de la CCZ se explica por su edad y su excepcional inmensidad.
La región es "increíblemente vasta", subraya Adrian Glover, del Museo de Historia Natural de Gran Bretaña, co-autor del estudio de Erik Simon-Lledo y también del primer inventario de especies de la región publicado en mayo en Current Biology.
Según este inventario, más del 90% de las 5 mil especies registradas son nuevas. Su diversidad es ahora ligeramente superior a la del Océano Índico, afirma Glover. Y hay que explorar muy lejos para hallar dos veces la misma criatura.
Gracias a vehículos submarinos autónomos recientes, los científicos constataron que los corales ofiuras, animales cercanos a las estrellas de mar, son comunes en las regiones del este de la CCZ, pero están casi ausentes en las más profundas, donde se encuentran más pepinos de mar, esponjas y anémonas de cuerpo blando.
Cualquier reglamentación futura de la explotación minera debería tener en cuenta esta repartición "más compleja de lo que pensábamos", según Erik Simon-Lledo.
Los nódulos se formaron probablemente a lo largo de millones de años: fragmentos sólidos como diente de tiburón o hueso de oreja de pez se depositaron en los fondos marinos, luego crecieron a un ritmo muy lento por acumulación de minerales presentes en concentraciones muy bajas, explica Glover.
La zona es también "pobre en alimentos", lo que significa que pocos organismos muertos derivan hacia las profundidades para fundirse en el lodo del fondo oceánico.
Según Glover, algunas partes de la CCZ solo agregan un centímetro de sedimentos cada mil años.
Contrario al mar del Norte, cuya formación terminó hace 20 mil años en el último periodo glaciar, la CCZ tiene una antigüedad "de decenas de miles de años".
Es poco probable que el medio ambiente afectado por la explotación minera se restablezca a escala del tiempo humano.
"Este ecosistema sería condenado por siglos, inclusive miles de años", advierte Michael Norton, miembro del Consejo consultivo científico de las academias europeas (EASAC).
"Es difícil pretender que eso no constituya un grave perjuicio", agrega.
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