El Domingo IV de Pascua, que celebra hoy la Iglesia, adquirió el nombre de «Domingo del Buen Pastor», porque en cada uno de los tres ciclos de lecturas, se lee en este domingo sendas partes del capítulo X del Evangelio de Juan, donde Jesús desarrolla la alegoría del pastor y su rebaño y repite: «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,11.14). Esto motivó al Papa San Pablo VI, en el año 1964, a dedicar este domingo a la oración por las vocaciones, en modo especial de los que están llamados a la misión de pastores en el Pueblo de Dios. Este domingo celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones N. 60.
Leemos este domingo en el ciclo A de lecturas la primera parte de ese Capítulo X de Juan. Jesús comienza abruptamente con una declaración solemne: «En verdad, en verdad les digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas». ¿A qué viene? ¿Qué relación tiene con lo anterior? También nosotros quedamos en la incomprensión de quienes lo escuchaban: «Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba». Si examinamos más atentamente el contexto en que introduce el evangelista este discurso del Buen Pastor, veremos que tiene una íntima relación con lo que antecede.
En efecto, el evangelista acaba de relatar en el Capítulo IX el milagro -que él llama «signo»- en el que Jesús da la vista al ciego de nacimiento y, según su procedimiento habitual, al milagro sigue un discurso de revelación de la identidad de Jesús. Intervienen las autoridades judías que asumían la tarea de «guías del pueblo» y, dado que Jesús había hecho ese milagro en sábado, dicen el que había sido ciego: «Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es un pecador... Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es» (Jn 9,24.29). El que había sido ciego reacciona cuestionando la autoridad de esos guías: «Eso es lo extraño: que ustedes no sepan de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores... Si Él no viniera de Dios, no podría hacer nada» (Jn 9,30.33). Las autoridades judías le dijeron: «"Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?". Y lo echaron fuera» (Jn 9,34). Lo expulsaron de la sinagoga, es decir, de la comunidad religiosa de Israel.
El que había sido ciego fue expulsado de ese rebaño. Pero, inmediatamente, Jesús lo busca, lo encuentra y, después de que el hombre confiesa su fe en Él, lo acoge en el verdadero rebaño: «"¿Crees tú en el Hijo del hombre?" – "Creo, Señor", y se postró ante Él» (Jn 9,35.38). Entonces Jesús hace la declaración anotada: «El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador»; y más adelante aclara: «Todos los que han venido antes que Yo son ladrones y salteadores; pero las ovejas no los escucharon». Uno de los que no los escucharon y se presenta como ejemplo de fe para los discípulos de Cristo es ese ciego de nacimiento.
Ante la incomprensión de su auditorio, Jesús aclara: «En verdad, en verdad les digo: Yo soy la puerta de las ovejas». Jesús es el Buen Pastor, el único Pastor. Nadie puede pretender cumplir esa misión, si no entra por la puerta, si no entra por Cristo. Para ser verdadero pastor en el Pueblo de Dios es necesario escuchar de labios del mismo Jesús el mandato: «Pastorea mis ovejas» (cf. Jn 21,15.16.17) y es necesario conservar la unión con Él hasta identificarse con Él, de manera que cuando dice: «Esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes», sea verdaderamente Cristo mismo quien lo dice y, por tanto, se realiza. Entra por esa puerta al rebaño solamente quien ha recibido el Sacramento del Orden, que le encomienda la misión de pastor en la Iglesia de Cristo y le concede un poder sobrenatural para ejercerla.
Jesús usa la analogía de la puerta del rebaño a doble nivel. En efecto, Él es la puerta del rebaño para cada fiel particular y también para los que deben ser pastores. Respecto de cada fiel dice: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto». Y respecto de los que reciben de Él la misión de pastores dice: «El que entra al redil por la puerta es pastor de las ovejas».
Jesús es extremadamente severo contra quienes asumen la misión de pastores, pero están movidos por intenciones torcidas -poder, dinero, fama, etc.- y son un obstáculo para sus ovejas: «El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir». En cambio, respecto de los que entran por la puerta y se identifican con Él, declara: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia». En estas pocas palabras resume Jesús toda su misión; su misión consiste en la vida. Donde hay muerte, allí no está Jesús. Para poder realizar acciones de muerte -el aborto, la eutanasia, el crimen, la delincuencia, el abuso- los seres humanos rechazan a Jesús, porque Él dondequiera que está sigue declarando: «Yo soy la Vida... Yo he venido para que tengan vida» (Jn 14,6, 10,10). ¿Por qué agrega Jesús la cláusula: «Vida en abundancia»? Porque Él no sólo nos concede la vida terrena, en nuestro breve paso por este mundo, sino también la Vida eterna, que comienza en este mundo y se prolonga eternamente. Jesús nos comunica esa Vida dandonos el Pan de Vida eterna: «Yo soy el Pan de Vida... El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,48.54).
Todos los pastores en la Iglesia, los que entran por la Puerta, tienen la misma misión que Jesús. Ellos también entregan la propia vida para que los fieles tengan vida y la tengan en abundancia. En este Domingo del Buen Pastor toda la Iglesia ora para que no falten en la Iglesia esos pastores, de manera que todos puedan acceder a los Sacramentos de vida eterna.