Veraniega ansiedad

Trece años después, Dios apunta en mi libreta ocho mandamientos. Aún no están completos. Serán catorce

Sábado

Carlos A. Ponzio de León

Era sábado, un día antes de mi cumpleaños. Me encontraba en un rancho con amigos de la familia. Por aquellos días yo ya no bebía. Era delgado y no me avergonzaba encontrarme en traje de baño, sin camisa, en una alberca entre hombres y mujeres atractivos. Pero no me quedaría toda la tarde ahí; solo estaría un rato. Quería ir a la Iglesia: Al día siguiente sería domingo de Resurrección, el segundo de los dos domingos de Resurrección que caerían el día de mi cumpleaños, en mi vida. El primero había sido en 2005, a un año de haberme graduado del Doctorado en Economía. El segundo fue ese año de 2011. El próximo será en 2095 y antes de 2005, cayó en 1943, en tiempos en que ni siquiera mis padres habían nacido.

Comenzaba un viaje temerario por la vida: transitando terrenos desconocidos. Quería encomendarme a la concepción más cercana que de Dios tenía. Me encontraba desesperadamente sin trabajo, sabiendo que la precaria situación económica y amorosa que vivía era debido a mi decisión de haber abandonado mi empleo como economista para componer música.

A las cinco de la tarde salí de la alberca, me vestí y subí a mi auto para regresar a la colonia donde vivían mis padres. Conduje durante una hora el camino. No me detuve en la casa paterna. Seguí de largo, rumbo a la Iglesia. Estacioné el auto y encontré la parroquia llena. Había misa. Crucé la puerta de vidrio. Lo primero que noté fue a Selena, con su esposo y sus hijos, entre el gentío. Como si una fuerza hubiera dirigido mi mirada justo a ella. Nos saludamos de lejos con una sonrisa compasiva, dolorosa.

Hacía una semana que se había desecho el romance de primavera que iniciamos mientras ella estaba casada. Una lección para ambos. Esa tarde de sábado, el hecho merecía una promesa de mi parte. El miedo ante lo que podía seguir en mi vida no me haría dudarlo: Me comprometí a no volver a tener un amorío del mismo tipo. Cumpliría mi promesa. Hasta que llegó el momento de SU señal, trece años después.

Subí hasta lo alto por las escaleras e inmediatamente continué al coro, donde se encontraba el grupo de música tocando y cantando. Me senté junto a ellos. Me arrodillé y recé como pude. No me sabía el Padre Nuestro de memoria, así es que hice lo que pude. Una amiga, madre religiosa, me había dicho años atrás, que lo importante era rezar con honestidad, con fuerza. Eso hice. Pedí ayuda con convicción e igual pedí perdón.

Concluí mi oración y aguardé sentado, esperando a que la misa concluyera. Era una misa especial: siendo sábado previo al Domingo de Resurrección. Me quedé reflexionando después de que la misa concluyó: ahí sentado, absorto en mis ideas. Hasta que descubrí que había anochecido y el recinto se encontraba vacío.

¿En qué pensaba? Definitivamente: no en los engaños del Señor. No sabía de ellos. Ese es un secreto que revela en el momento justo a quien es capaz de cruzar paredes con la mente. Poco a poco va revelando la asombrosa verdad. La multiplicación de mentes, las personalidades múltiples, su descomunal obra. La verdad sobre el lenguaje. La fuente del Espíritu Santo y el Verbo Sagrado.

Trece años después, revela guerras. Vuelvo a la misma parroquia, espantado por la honestidad y brutalidad con la que comienza a revelarse el misterio de la vida. Recibo órdenes, mis brazos se mueven, mis ojos miran. Me pregunto: ¿Qué miran? ¿Por qué observan lo que ven? Desaparecen los mandamientos, nacen otros. Viajo al extranjero, encuentro a los otros, descubro que no estoy solo esta vez, a diferencia de otras ocasiones en mi vida; me encuentro acompañado por su raza secreta. Me esperaban. Me conocen mejor de lo que me conozco yo. Saben cosas de mi futuro que no sabía. Guardan secretos que no me revelan; los esconden bajo la tierra como si fueran tesoros. 

Y en esta otra tierra, nadie sabe sobre mí. Solo los cerros observan, silenciosos, aguardan a que todo termine para dar testimonio de lo que han visto. La mujer duerme, los pechos se dilatan, el pozo se abre.

Todos con derecho al agua de la vida: Hombres casados, hombres solteros; mujeres casadas, mujeres solteras. Quien ha caído en la trampa, ha caído; pero que no le impida gozar. En acuerdo mutuo, o en secreto. Que cada uno decida. Las cosas se romperán.

Trece años después, Dios apunta en mi libreta ocho mandamientos. Aún no están completos. Serán catorce. Algunos han desaparecido, otros son nuevos. Individuales todos. Que cada uno reciba los suyos. Dios ha roto lo que yo enmendé. Voy a recibir el beso de una mujer casada.

Luces en la oscuridad

Olga de León G.

Hay memorias imborrables y hechos que las justifican. Nuestro cerebro simple y llanamente las conserva y la mente bajo ciertos influjos de la realidad, trae a cuento aquellos sucesos, como flashes de cámara fotográfica o elección de recuadros que brillan por sí solos en la oscuridad, salidos de una realidad que pareciera querer escapar hacia el pasado, en busca de respuestas que no encuentra aquí y ahora.

Por si fuera poco, la mente suele ser -a veces- bastante acre e incisiva, y nos trae al presente memorias con las que bien poco tuvimos contacto. Pero, algo debió llamar nuestra atención en aquellos años, por el final de la década de los sesenta: Veo a mi padre en la cama de un cuarto del Hospital San José, recién operado de la vesícula. La que le retiraron sin razón sabida para hacerlo... y, ese acto no resultó en su beneficio. 

En ese entonces, fue enterado por alguno de los amigos que lo visitaron en el hospital, de la muerte de Adolfo López Mateos, quien había estado sufriendo por un período considerablemente largo y tuvo una agonía también larga, del que papá dijo: "por fin, Dios lo castigó y con su sufrimiento y agonía, pagó el infame asesinato de Rubén Jaramillo y su familia (esposa e hijos)".

Yo recién terminaba de estudiar Filosofía (1970), y poco, muy poco conocía de la historia de los presidentes de México y los luchadores sociales y activos en la guerrilla por la defensa de la tierra y los campesinos. Siempre fui más teórica, que práctica, pero igual estaba del lado de los necesitados y no de los poderosos, dueños del capital financiero... y humano.

Mi padre tuvo una agonía también larga y sufrió un largo rato, sus problemas de salud empezaron seis o siete meses antes de que se agravara. Y, por ese tiempo y el de ahora, yo me pregunté: ¿qué hizo mi padre para merecer un padecimiento grave, muy grave, de más de cuatro meses? Y mi conclusión ante la pregunta, fue: Dios no existe. La vida es como es, por muchas causas y razones ajenas a Dios

Dios, visto y explicado desde esa perspectiva, es una Entidad vedada para la verdad y la justicia. Aquí, sí deja que el libre albedrío solucione nuestros avatares: ¡qué conveniente para cualquier divinidad! Es como el acto de Poncio Pilatos: Aquel, a quien condenó varios siglos antes, después, también él se lavaría las manos ante las injusticias inexplicables: El hombre es libre de escoger el camino que quiera recorrer, pero el pecado siempre se paga.

En dónde está Dios cuando más se le necesita: en oración por la humanidad... Y, ¿la humanidad...? Rogando porque Dios aparezca y le resuelva sus problemas.

Aquel día, en el Hospital San José, fue tremendo para nuestro padre. Otra visita, otro amigo, le llevaría la noticia de la muerte con violencia de un entrañable amigo, un abogado quien había aceptado defender a alguien enredado de alguna forma con "los malos", "los narcos" recién aparecidos en el horizonte de finales de los sesenta. "No te metas con esa gente, Ernesto, ni a favor de ellos, ni en su contra; son muy vengativos". Ahora, papá leía en el periódico que alguien le llevo, la triste noticia: "El Licenciado Fulano de Tal, fue acribillado, mientras pescaba en..." Se lo dije, exclamó papá, con los ojos llorosos.

No sé qué tanto le habrán afectado tales noticas, pero su tristeza y su molestia contra el gobierno corrupto, fue clara y evidente. Nunca pertenecí, ni pertenezco o me identifico con partido político alguno, ninguno me parece digno de mi fe y mi confianza; pero mis ideas nunca serán retrógradas ni recargadas sobre la conveniencia de las dádivas de una derecha, que ya no sé si llamarle así, o partido sin más ideología que la riqueza y los bienes materiales, cobijados por una fe y religión dudosas, pues cómo pueden decirse cristianos quienes venden y compran capital humano como si se tratara de ganado.

México es mi identidad, mi nación dolida de tanto engaño, injusticia y mentira enarbolada en su nombre y asesinada en las urnas o en la calle... Para el caso de la memoria histórica, da lo mismo. "Pobre México, tan lejos de Roma y la verdad sabida, como cerca del engaño y la mediocridad".