Acercándonos al fin del año litúrgico, en los tres ciclos de lecturas, el Evangelio pone ante nuestros ojos la venida final de Jesús en su gloria, la Parusía. El hecho ha sido revelado por Jesús y se da por sabido y creído; lo que no ha sido revelado es el momento en que ocurrirá. Por eso, Jesús nos exhorta a estar preparados. Con esa exhortación concluye el Evangelio de este Domingo XXXII del tiempo ordinario: «Velen, pues, porque no saben ni el día ni la hora».
Esa exhortación se presenta como la conclusión de la parábola de las diez vírgenes que esperan la venida del esposo. La parábola comienza con la introducción de la mayoría de las parábolas: «El Reino de los cielos será semejante a...». Pero es inútil tomar esta frase literalmente, porque no hay cómo comparar un «reino», menos aún un «reino celestial», con diez vírgenes que esperan al esposo. Esa frase la usó Jesús para introducir la enseñanza sobre su propia Persona. En este caso, la enseñanza es su Venida en gloria, en un día y hora no revelados, de donde se deduce la exhortación a estar siempre preparados.
Para que la comparación con el Reino de los cielos rija, debe cumplirse la descripción que hace Jesús de esas diez vírgenes: «Cinco eran necias y cinco prudentes». Los presentes no saben aún en qué consiste la necedad de esas vírgenes. Pero la necedad es ciertamente negativa y es, por tanto, ya preocupante el hecho de que la probabilidad que establece Jesús de estar en ese caso sea del 50%. Es la misma proporción que establece Jesús en otra ocasión, siempre referida a su venida: «Estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada» (cf. Lc 17,34-35).
Vemos, a continuación, que la necedad de esas cinco vírgenes consiste en la falta de previsión; no habían previsto que el esposo pudiera tardar y no se proveyeron de reserva de aceite para sus lámparas. En cambio, las cinco prudentes tuvieron en cuenta esa posibilidad y se proveyeron de aceite suficiente. Y lo que unas no previeron y otras, sí, es lo que ocurrió: «El esposo tardaba».
La parábola alcanza su punto culminante cuando se anuncia que el esposo ya está a la puerta, pues de esto se trata; se trata de que el tiempo de la espera se ha cumplido y empieza el gozo de su presencia: «A medianoche se oyó un grito: "¡Ya está aquí el esposo! ¡Salgan a su encuentro!"».
Precisamente, en ese momento culminante es cuando queda en evidencia la necedad de unas y la prudencia de las otras: «Las necias dijeron a las prudentes: "Dennos del aceite de ustedes, que nuestras lámparas se apagan"». La respuesta a esta petición, a primera vista, podría parecernos reprobable: «Las prudentes replicaron: "No, no sea que no alcance para nosotras y para ustedes; es mejor que vayan donde los vendedores y lo compren"». Parece contradecir la recomendación explícita dada por Precursor para preparar la Venida del Señor: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo» (Lc 3,11). Juan Bautista, el Precursor, tiene razón. Al hacer esta recomendación, él no está pensando en una venida del Señor en la humildad de nuestra carne, en que «no rompe la caña trizada ni apaga la mecha que aún humea» (cf. Mt 12,20); él está pensando, precisamente, en el juicio del Señor: «Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego» (cf. Lc 3,9). Es la misma recomendación que hace Jesús, pero referida a sí mismo: «Vengan benditos de mi Padre... porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber...» (cf. Mt 25, 34-36). En esta conducta consiste el tener las lámparas llenas y provisión suficiente para todo el tiempo que el Esposo quiera tardar, consiste en ver a Jesús en el hambriento, el sediento, el desnudo... y amarlo y socorrerlo, porque ¡ya está el Esposo aquí!
Los primeros cristianos, sobre todo, los que conocieron a Jesús según la carne y también los que no lo conocieron ya así (cf. 2Cor 5,16), anhelaban la Venida de Jesús y el cumplimiento de su promesa: «Vendré de nuevo y los tomaré conmigo, para que donde estoy Yo, estén también ustedes» (cf. Jn 14, 3). Ellos pensaban que estarían vivos para la Venida del Señor (cf. 1Tes 4,16-17). La primera jaculatoria cristiana expresa ese anhelo: «Ven, Señor» (1Cor 16,22). Nosotros la hemos conservado en la plegaria eucarística, como aclamación después de la consagración. La medida del aceite en las alcuzas es la medida de ese anhelo y del gozo por la Venida de Cristo. Esta medida es intransferible. Los santos tenían la alcuza llena. ¡Cómo habrían querido ellos compartir ese anhelo por el Señor y por el gozo de la unión con Él con todos los demás seres humanos! ¡Cuánto sufrían por la indiferencia respecto del Señor y de su Venida que los rodeaba! ¡Cuánto habrían querido compartir el aceite! Ese aceite todos lo pueden tener en abundancia; consiste, como nos advierte Jesús, en «dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo...». Esta es la prudencia, según el pensamiento de Jesús. Por medio de otra parábola explica Jesús en qué consiste la necedad. No tenía aceite ese hombre rico, cuyos campos produjeron mucho fruto y decía para si: «Tienes riqueza para muchos años, come, bebe, pasalo bien». Es la absoluta despreocupación por el bien de los demás. Pero a él Dios le dijo: «¡Necio!, esta noche te pedirán el alma» (cf. Lc 12,20).
La Venida gloriosa de Jesús encontrará sobre la tierra más que 8 mil millones de seres humanos (número aproximado de los que habitan el orbe en este momento). Pero son muchos más los que ya han recibido esa venida personal y los que la recibirán antes de su Venida final: «De nuevo vendré y los tomaré conmigo». Jesús nos advierte que para esta venida tengamos las alcuzas llenas: «Velen, porque no saben ni el día ni la hora».