El título de este escrito ya es sugerente, indica que hay una relación entre fe y cultura. Y para analizar dicha relación lo primero que tenemos que señalar es que no hay cultura sin seres humanos. De manera contundente, el hombre es su creador. Pero también tenemos que expresar que es su consumidor. Es decir, la cultura lo recrea, estableciendo así una relación dialéctica. La cultura es constituyente de lo humano. Y así, el modo de vida de cada sociedad, de cada conjunto de individuos, se halla culturalmente determinado por un conjunto de instituciones, prácticas y creencias compartidas.
La cultura como expresión de nuestra humanidad
La cultura es producto global de la praxis humana y condicionante de ella como medio que constituye el peculiar habitat de los hombres de cualquier sociedad; es mediadora de todas sus manifestaciones. Cada ser humano nace y vive en un marco cultural determinado.
El mundo occidental o, si se puede decir, la cultura occidental, ha nacido y se ha sostenido en tres pilares, los mundos judeo-cristiano, romano y griego. Esto implica que el cristianismo, y la fe profesada por él, ha configurado una forma de vida, de estar, de habitar y de ser. Lo que se ha proclamado desde el ser cristiano, creyendo en Jesucristo, revelación de Dios, ha sido propuesto como configurador de la plenitud del ser humano y, junto a ello, como generador (productor) de una cultura. Desde su inicio la fe cristiana y la cultura conviven. Esto es innegable.
Sin embargo, en un contexto de secularización y/ o de postsecularización, es imposible pensar en una cultura cristiana, pues esto puede generar un oculto constantinismo solapado. Bajo este panorama la relación fe-cultura la comprenderemos desde un carácter práctico-operativo que proyectaría una fe consciente de la cultura actual. No se trata de que la fe cristiana caiga en integrismos o en progresismos, pues estaría latente el negar la cultura, en el primer caso o de identificarse con una cultura de moda, en el segundo caso.
A pesar de estos peligros es necesario recobrar la confianza en la capacidad de la fe para incidir positivamente en la configuración de la cultura.
Una propuesta de fe como configuradora de la cultura
Junto a la relación dialéctica fe y cultura, encontramos otra relación también dialéctica entre la pretensión de significatividad y relevancia universales y el deber de fidelidad a la propia identidad de la fe cristiana. El concilio vaticano II resaltando la importancia de la cultura para los seres humanos en Gaudium et spes (GS 58) señala que la iglesia "Fiel a su propia tradición y consciente a la vez de la universalidad de su misión, puede entrar en comunión con las diversas formas de cultura; comunión que enriquece al mismo tiempo a la propia Iglesia y las diferentes culturas.
Y en ese sentido, es preciso cultivar el espíritu de tal manera que se promueva la capacidad de admiración, de intuición, de contemplación y de formarse un juicio personal, así como el poder cultivar el sentido religioso, moral y social (GS 59).
Es conveniente destacar la importancia de la misma raíz de las palabras cultura y cultivo, pues cuando el concilio vaticano II se refiere a la(s) cultura(s) enfatiza la palabra cultivar.
Es decir, cultivar el espíritu.
Con relación a la idea anterior, adoptamos que cultura, cultivo y culto tienen la misma raíz. En latín, las palabras cultura y cultus se referían al cultivo del campo y el culto a los dioses protectores del campo, pero se extendieron al cultivo de sí mismo. Se remonta a la raíz indoeuropea kwel cuyas derivaciones tienen dos vertientes semánticas. Una agrupa los significados de "lejos" y otra, más rica en derivaciones, agrupa los significados de "girar", "hacer girar", "revolver", "dar la vuelta", "andar por ahí", etc.
De kwel vienen, además, las raíces latinas de agrícola, colono, cultivar, culto (a los dioses), inquilino y quizá domicilio. A este subgrupo (que no tiene antecedentes griegos) pertenece cultura, que deriva de colo. En latín, el verbo colo significaba "andar habitualmente en el campo", y de ahí se extendió a "habitar" (los colonos) y "cultivar" (la tierra). Como los dioses del lugar también lo habitan y protegen, colo se usó además en el sentido de "proteger, cuidar" y, recíprocamente, "venerar" (a los dioses protectores). Así se pasó del significado "cultivar el campo" a "dar culto". No es momento de profundizar etimológicamente en la palabra "cultura", pero sí era necesario expresarlo para sustentar la correlación entre cultura, cultivo y culto, sobre todo porque en GS 59 se habla de cultivar el espíritu.
En esta perspectiva, recordemos lo que nos dice Evangelli Nuntiandi del papa Pablo VI al señalar que evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad, teniendo presente que la finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres. (EN 18). En otras palabras, con la fuerza del evangelio se busca transformar los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación. Se plantea entonces que una fe que crea cultura no puede evadir la vital relevancia de cultivar el espíritu.
Recuperar la espiritualidad cristiana: buscar el primado del ser sobre el tener
Por la naturaleza de este escrito, sólo mencionaremos que es necesario recuperar las grandes corrientes de la espiritualidad cristiana con la pretensión de cultivar el espíritu y, cuidar con ello lo que nos transforma y proteger las fuentes inspiradoras de significatividad de nuestros modos de vivir, de habitar y de ser. De tal manera que una propuesta de la fe cristiana que pretenda cultivar el espíritu tendrá que recuperar el primado del ser sobre el tener. El ser humano que instrumentaliza y es instrumentalizado se desvive en el tener, se aliena en la acción y en el poder.
Voltear a ver la espiritualidad cristiana y su capacidad transformante y transformadora implicaría retomar aquello que estaba en las fuentes de su espiritualidad y ha estado presente en diferentes corrientes espirituales cristianas: la contemplación y el silencio.
Desde y por estas prácticas la cultura se crearía por otros caminos; nuestro ser cristiano y la espiritualidad y fe cristianas fraguarían de diferente manera desde y por la contemplación y el silencio. Esto se aprende, se cultiva.