La palabra exilio me es familiar: quedarse sin nada, crecer sin los abuelos, los primos, las raíces. Porque mi madre vino de niña con sus padres como exiliada de la guerra civil española. Entonces México fue absolutamente generoso como pasó con el golpe militar en Chile y Argentina, en donde abrimos las puertas para todos aquellos que huían de sus regímenes dictatoriales. Ahora que el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, ha despojado de la ciudadanía y de todos sus bienes a quienes considera, por ser opositores a su perpetuidad en el poder y las formas de lograrlo, traidores a la patria, México no ha alzado la voz como lo han hecho España, Chile y Argentina para dar cobijo a las víctimas de esta vileza: presos políticos y quienes ya estaban en el extranjero amenazados de ser encarcelados si volvían a Nicaragua, como es el caso del escritor Sergio Ramírez, vicepresidente con Ortega, en la primera fórmula de gobierno después de derrocar a Somoza, y la escritora Gioconda Belli, compañera de lucha en el Ejército de Liberación Sandinista de ambos. (Habría que colocar la palabra traidor en el lugar que le corresponde.) Desde todas partes del mundo nos hemos solidarizado con nuestros amigos escritores; la solidaridad se extiende a todos aquellos que ahora resultan apátridas por no congeniar con el discurso oficial en Nicaragua.
El año pasado, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara tuve el privilegio de acompañar a Gioconda Belli en la presentación de su libro Luciérnagas (Planeta), que reúne una serie de artículos desde los años 80 hasta 2022 publicados en distintos diarios de su país y de España. Además de ser poeta y novelista, Gioconda Belli siempre ha alzado la voz por las causas justas, entre ellas la defensa de los derechos de las mujeres. Los artículos reunidos muestran la paulatina distorsión del líder enfebrecido de poder que va encontrando las maneras de perpetuarse y de nombrar a los enemigos sean estudiantes, profesionistas, amas de casa, curas, o compañeros de lucha. Estremece la entrevista a la hija de Rosario Murillo, quien denunció a su padrastro de abusar de ella desde niña, por lo que Rosario Murillo pide perdón públicamente a Daniel Ortega por la conducta de su hija. Leerlo refleja la postura moral, machista y soberbia de un dictador y de quien lo secunda. (De cuando en cuando hay que volver a La fiesta del chivo, donde Vargas Llosa hace un retrato electrizante del dictador dominicano Trujillo. Las formas se repiten: la sumisión de los demás, el silencio, el miedo. El discurso único. La verdad única.) Y un dictador lo es sea de derechas o de izquierdas.
Es verdad, nada va a despojar a los nicaragüenses expulsados de su identidad, su memoria y su pertenencia. Basta leer lo que dice Gioconda Belli de su Nicaragua; o recordar lo que Adriana Malvido nos compartió en su artículo de hace algunos días sobre Sergio Ramírez. Por eso ahora que en nuestro país peligra la larga construcción de la autonomía para lograr elecciones transparentes, libres e imparciales y la convivencia de las distintas posturas, es de llamar la atención que el Ejecutivo y su séquito ya hayan usado la expresión traidores a la patria para quienes no han acatado las reformas que se han querido imponer sin discusión y diálogo.
Para quienes defendemos la democracia, que ha resultado en una alternancia en el poder después de los tiempos en que el priísmo controlaba todo a dedo alzado, cualquier denostacion al que cuestiona, disiente, propone un encuentro para la diferencia de opiniones, es una señal de alarma. No queremos ser llamados traidores a la patria quienes no ovacionamos sin reparo alguno la voluntad presidencial. México es de todos.