Tengo el privilegio de ser descendiente de mujeres trabajadoras y de haber sido adolescente en una época de cambio y propuestas. Entonces parecía que un mundo mejor era posible para todos. La rebeldía romántica de los 60 y 70 fue mi escenario formativo.
Mi abuela materna nació en el Madrid de principios del siglo XX, hija de hueveros del mercado de La Cebada, perteneció a una clase media que se preocupó por la formación de sus hijas e hijos. Mi abuela estudió para ser modista, pero el desempeño de su trabajo no fue necesario al principio porque cuando se casó cumplía con el rol tradicional hasta que la Guerra Civil la trajo a México a alcanzar a mi abuelo que se había adelantado con su máquina cortadora de caña que nunca le compraron. Entonces mi abuela, que llegó exiliada con sus tres hijos pequeños, ejerció su oficio enseñando corte y confección en Los Mochis y luego en la capital trabajando en diversos talleres y en el negocio que montó mi padre. Trabajó sin parar. De ella aprendí a enhebrar no solo el hilo, sino el trabajo y el disfrute.
El anhelo de mi madre era estudiar pintura en la academia de San Carlos, mi abuelo, a pesar de sus ideas progresistas, pensó que no era un ambiente adecuado para una señorita, pero entró a la Universidad Femenina y de sus tres hermanos es la única que obtuvo un título profesional. Colocó su talento plástico en el diseño de ropa, artículos y escaparates para el negocio familiar, no se diga para el escenario cálido al interior de las casas que habitamos. De ellas, fuertes y soñadoras, conservo libretas de gastos. La de mi madre del año 65 es La libreta del ama de casa, oficio no remunerado. Tal vez no la tiró porque al final aparecen una serie de recetas, aunque ella no cocinada, o porque mi hermano acababa de nacer. La de mi abuela es muy pequeñita y hay gastos curiosos como una faja junto al kilo de café Villarías y, en ambas, algunos deslices de sus tristezas y alegrías. Me gustan estas evidencias de lo cotidiano para atisbar a las mujeres detrás de la abuela y madre.
En el 68 yo estrenaba adolescencia y el mundo sonreía entre las canciones de Bob Dylan y Joan Baez o We shall overcome, de Peter Seger, poéticas y subversivas, y las de los Rolling Stones rasgaban el aire con la libertad que cosecharíamos nota a nota. Las notas musicales, y no las notas en la agenda doméstica, rubricaron nuestra manera de apropiarnos de nuestro tiempo y del mundo. Nunca pensé en mi condición de mujer para elegir camino profesional, asumí la responsabilidad de la libertad, ser bióloga y luego escritora, ganarme la vida. (Curiosa palabra que sólo se refiere a la proveeduría económica pero que en realidad es una actitud: nos ganamos la vida todos los días.) Ha sido natural para mí estar en experiencias múltiples: desde el básquetbol, al trabajo de campo a los numerosos espacios laborales donde nunca he pensado que ser mujer disminuye mi voz. Pero tuve suerte, unos padres que no habían podido hacer lo que querían y propugnaban porque sus hijos lo lograran, respetando las decisiones y acompañando los pasos. Mi hermana es una artista plástica que, a diferencia de mi madre, se preparó en San Carlos. Tuve suerte de crecer en la época que me tocó y tener amigas y amigos respetuosos e interesantes. Mis contemporáneas, producto de situaciones semejantes, son profesionistas, se han ganado la habitación propia y la manera de costearla y siguen siendo curiosas, preguntonas con un apetito para el mundo y una lealtad a los afectos, cuya compañía me devuelve la frescura de nuestra juventud.
Tengo dos hijas profesionistas que eligieron su formación y tomaron el timón de sus vidas; buscan y procuran sus sueños en un momento donde ser mujer puede ser peligroso. Donde ser mujer puede atentar contra tu vida. Cada noticia con la foto de una joven donde se pregunta si la hemos visto, cada madre que busca a sus hijos desaparecidos es una puñalada en una realidad que necesita ser atendida. Desde cada una de nuestras circunstancias, hombres y mujeres debemos cerrar filas para que esto no ocurra. Para que el respeto por el camino y la vida del otro sea la divisa. Sirva el Día Internacional de la mujer para celebrar lo alcanzado y reconocer lo mucho que es urgente.