Hoy conmemoramos la fundación de nuestra maravillosa ciudad de Los Ángeles, bajo el manto de Nuestra Señora de los Ángeles de la Porciúncula, de Nuestra Señora Reina de los Ángeles.
¡Nuestra Santa Madre María es la Reina del Cielo, la Señora de toda la Creación! A ella, que está revestida del sol y con la luna bajo sus pies, le rinden homenaje todos los ángeles y los santos, los profetas, los apóstoles y los mártires.
Y nosotros también lo hacemos.
Ella es la Madre de Dios y nosotros somos sus hijos, cada uno de nosotros. ¡Ella es una sola madre y nosotros venimos de muchos pueblos!
Hoy estamos celebrando nuevamente la hermosa diversidad de culturas, de pueblos y de lenguas que conforman la unidad de la familia de Dios aquí en la Arquidiócesis de Los Ángeles. Hoy acudimos a María, desde muchas naciones diferentes, con fe y con amor filial.
Ponemos la mirada en Nuestra Señora, tal como lo hicieron San Junípero Serra y sus hermanos franciscanos, tal como lo hizo aquella primera generación de angelinos de la Misión San Gabriel, entre los que están nuestros hermanos y hermanas Tongva, los primeros pueblos que habitaron esta tierra.
Le imploramos a ella su intercesión por nuestra ciudad, por nuestro país, por todos los países del continente americano y por el mundo entero. Hoy elevamos nuestras oraciones especialmente por nuestras familias y nuestros niños. Le pedimos a ella que dirija su mirada misericordiosa hacia nosotros, que nos proteja con su cuidado maternal.
Nuestra Señora sigue anhelando que su Hijo nazca en todo corazón humano; en el corazón de ustedes y en el mío. En el corazón de cada uno de nuestros seres queridos y en el de cada uno de los que nos rodean.
El Papa Francisco hablaba esta semana acerca de la hermosa historia de San Juan Diego. "Detengámonos entonces en el testimonio de San Juan Diego", dijo. "Que es el mensajero, es el muchacho, es el indígena que recibió la revelación de María: el mensajero de la Virgen de Guadalupe".
Nuestra Señora de Guadalupe se le presentó en los tiempos del nacimiento de la fe en el continente americano y le pidió que la ayudara a difundir el amor de Jesús por toda esa tierra.
Nuestra Señora le habló con un amor sumamente tierno y maternal, dirigiéndole estas palabras: "Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargue que lleven mi aliento mi palabra, para que efectúen mi voluntad... pero es necesario que tú, personalmente, vayas... que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad
Me parece que en esta generación Nuestra Madre nos está dirigiendo esas mismas palabras a ustedes y a mí.
Es muy necesario que cada uno de nosotros vayamos personalmente a hacer realidad los deseos de nuestra Madre, en el tiempo y lugar en que nos ha tocado vivir. Así como María le dio su "sí" al ángel Gabriel en el Evangelio de hoy, ella nos llama a cada uno de nosotros a que pronunciemos también nuestro "sí".
Todos sabemos de memoria las hermosas palabras que pronunció María: "Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho".
En este día, pidamos la gracia de hacer vida estas palabras en nuestra propia existencia. Pidamos la gracia de decir que "sí", como María lo hizo, de hacer la voluntad de Dios en nuestras vidas, de traer a Jesús al mundo.
Nuestra Señora nos está llamando a que continuemos la misión en Los Ángeles, y debemos responder a su llamada, pues es urgente. ¡Cuántas almas están esperando conocer a Jesús y cuántas de ellas se pierden sin él! Y es posible que estas almas nunca lleguen a encontrarse con Jesús a menos que nosotros se los demos a conocer.
Nosotros somos apóstoles y misioneros, somos servidores y misioneros, tal como lo fue Juan Diego, como lo fueron Junípero Serra y aquellos primeros angelinos de la Misión San Gabriel.
¡Ustedes tienen que desempeñar un papel que nadie más puede desempeñar! Y es muy hermoso hablarle a los demás de Jesús, compartir con los demás el amor que le tenemos a él y a nuestra Madre Santísima. El propósito de nuestra vida es amar a Jesús y compartirlo con los demás.
Así que pidamos hoy por la gracia de ser verdaderos mensajeros, para todos, del amor de Dios y del amor de María, nuestra Madre Santísima.
Si le hablamos a los demás con honestidad y desde lo más profundo de nuestro corazón, amándolos con un afecto genuino en toda situación, si llevamos la paz a dondequiera que podamos, ¡Jesús hará el resto! Él hará realidad el deseo de Nuestra Señora, a través de ustedes.
Entonces, que ésa sea nuestra oración de hoy y la de todos los días. Santa María, Reina de los Ángeles y Madre de la Iglesia. ¡Ruega por nosotros! VN