Frente a una realidad llena de enfermedades y males que azotan el mundo, algunos podrían creer que Dios es ajeno al dolor de sus hijos o incluso que los causa; cuando en realidad, el sufrimiento es un misterio que Dios a través de su Hijo eligió llevar por amor a la humanidad.
Regis Martin, profesor de teología asociado a Veritas Center for Ethics in Public Life de la Universidad Franciscana de Steubenville, Ohio, Estados Unidos, explicó al National Catholic Register que “el sufrimiento no es solo un problema que hay que resolver”, sino “un misterio que hay que soportar en unión con Dios Encarnado, que ‘sufrió la muerte, fue sepultado y resucitó al tercer día’.
Martin dijo que algunos pueden llegar a cuestionarse: “¿Por qué los malvados parecen siempre prosperar, mientras que los inocentes sufren al ver que todos sus esfuerzos llevan al dolor?”.
Para el teólogo, esta pregunta “es al menos tan antigua como el Libro de Job, que enmarcó el problema de tal forma que colocó a Dios mismo en el banquillo de los acusados. ¿Quién, a los ojos de un mundo incrédulo, no puede abstenerse de la acusación?”.
Para el autor, el argumento de las personas incrédulas suele iniciar cuestionando la bondad y el poder del Señor: Se piensa que “si Dios fuera todo bueno, entonces obviamente desearía librar al mundo del mal, y si sus poderes fueran iguales a su bondad, entonces seguramente a estas alturas, ya lo habría hecho”, dijo.
Sin embargo, “el mundo que Dios hizo sigue siendo un lugar perdido e injusto, envuelto por las llamas de la malicia y el engaño”.
El autor indicó que algunos podrían pensar que “quizás Dios no posee tanto la bondad como el poder que ingenuamente le atribuimos. Quién sabe, tal vez Dios se parezca más a nosotros de lo que pensamos y no pueda escapar de las limitaciones de los hombres débiles y descarriados”.
Martin señaló que “en la lectura más perversa de la evidencia, tal vez Dios sea una deidad completamente malévola”. Dijo que algunos podrían compararlo con Hitler o Stalin, sin duda “en una escala mucho mayor”, pero de igual modo “consumido por el odio por la raza humana”.
Para otros, “tan incesante y total es el desprecio de Dios por las criaturas que hizo”, que podrían pensar “que no es irrazonable caracterizar sus acciones como positivamente satánicas”, dijo.
“¿Estamos en una especie de mundo de Shakespeare, entonces, donde, en relación con Dios, [los humanos] no somos más que ‘moscas para los niños juguetones’, a quienes los dioses torturan y matan ‘por su deporte’?”, cuestionó Martin.
“Bienvenidos a Teodicea 101, que es el intento, montado por los amigos de Dios, de reivindicarlo de la acusación de que de alguna manera es cómplice de los males que marcan el mundo que hizo”, agregó.
Luego, Martin recordó que a los males está ligado el sufrimiento y dijo que es una realidad ineludible que nos toca sobrellevar. “Sobre los males, hay que decirlo de una vez, ninguna terapia de conversación puede aliviarlos. Cuando un niño sufre cáncer en etapa cuatro, el dolor no desaparece porque la familia pudo pasar tiempo con el Dr. Phil u Oprah Winfrey”, señaló.
“Entonces Dios necesita responder algunas preguntas bastante difíciles” por parte de toda persona que atraviesa el sufrimiento, por ejemplo, cuando la muerte de Abel y el juicio pusieron a Adán y Eva cara a cara con Dios, señaló.
Ellos debieron haberle preguntado al Señor: “¿Por qué permitiste que nuestro hijo fuera asesinado por su hermano? Sin saber, por supuesto, que la misma pregunta podría formularse de una manera bastante diferente: ¿Por qué, oh Dios, permitiste que tu Hijo sufriera y muriera, para ser asesinado por sus hermanos?”, dijo Martin.
Entonces, pueden decir que “si Dios realmente fuera bueno, entonces ciertamente habría descubierto una manera de perdonar a su propio Hijo, sin importar el resto de nosotros, a los que parece haber abandonado de la misma manera alegre y despreocupada”.
“Si sus poderes son iguales a su bondad, ¿por qué entonces lo deja en la cruz, condenado a sufrir una muerte indescriptible?”, dijo.
El teólogo afirmó que “Job no es el único que lucha con el problema. En ese extraordinario libro suyo, Crossing the Threshold of Hope (Cruzando el umbral de la esperanza), hay un capítulo en el que el Papa San Juan Pablo II hace precisamente la misma pregunta: ‘¿Por qué hay tanta maldad en el mundo?’”.
“De hecho, él nos recuerda que personas de todas las épocas, incluidos especialmente los seguidores de Cristo, se han sentido molestos y atormentados por esa pregunta: ¿Cómo se puede confiar en un Dios, que se supone es un Padre misericordioso que se revela a sí mismo como el Amor mismo, donde el sufrimiento, la injusticia, la enfermedad y la muerte misma parecen dominar la historia y el mundo?”, señaló.
Martin concluyó como el Santo Padre que “no puede haber respuesta a esa pregunta, mientras el dolor y el sufrimiento sean vistos como un problema que hay que resolver y no como un misterio que hay que soportar”.
Además, es “un misterio cuya total resolución gira en torno al Cristo traspasado y crucificado, que no vino a librar al mundo de su dolor, sino a entrar en él tan profundamente como para convertirse en el verdadero dueño de él, con el fin de redimirlo. No desde arriba mediante un edicto intelectual, sino desde dentro y desde abajo mediante el compromiso existencial”.
Entonces, “si Dios fuera pura omnipotencia, difícilmente tendría que justificarse ante nadie. Pero Él es más que poder y fuerza. Él es el amor, que siempre aspira a hacerse querer por el amado”, que somos nosotros, que estamos “en constante y abyecta necesidad de amor, de tales ‘ministraciones’ de amor que se conviertan en misericordia”, dijo.
“No es, por tanto, el Dios Absoluto Omnipotente, el Pantocrátor- representación de Cristo sentado en su trono- del planeta, que permanece total y antisépticamente fuera del mundo que Él creó. En otras palabras, Él no es ajeno a nuestro sufrimiento”, aseguró.
Por ello, Martin señaló que Dios no nos deja solos en medio de una realidad donde llevamos la pesada carga del sufrimiento, sino que asume, sufre y soporta con nosotros este dolor.
“Las pérdidas humanas que soportamos son las cargas que Él también soporta, pues eligió libremente cargar con ellas por un amor profundo incomprensible. Porque su nombre es Emmanuel, Dios con nosotros”; dijo.
“Y por eso nunca estamos solos con nuestro dolor; nuestra angustia nunca necesita ser soportada en soledad. Él está ahí para llevarlo con y para nosotros. Y, como un móvil, elevarnos por encima del dolor con grandes y continuas infusiones de alegría y esperanza”, concluyó.