El Evangelio de este Domingo XIX del tiempo ordinario, retoma la lectura continuada del Evangelio de Mateo, que habíamos interrumpido el domingo pasado, porque se celebró la Transfiguración del Señor con su Evangelio propio. La lectura se retoma, después del episodio de la multiplicación de los cinco panes y dos peces, que ocurrió en la orilla oriental del Mar de Galilea. Habiendo enviado a sus discípulos por delante en la barca, en la cuarta vigilia de la noche (de 3 a 6 horas), aún no habían llegado a la orilla occidental, porque la barca, agitada por las olas, tenía el viento en contra. A esa hora «Jesús viene hacia ellos caminando sobre el mar».
La escena de Jesús caminando sobre el mar, se encuentra también en el Evangelio de Marcos (cf. Mc 6,45-52), del cual la toma Mateo, y también en el Evangelio de Juan (cf. Jn 6,15-21). Pero la parte del relato que tiene a Pedro como protagonista, se encuentra solamente en Mateo, según la intención de este evangelista de destacar al primero de los Apóstoles. En este relato encontramos una expresión griega que se encuentra solo en los Evangelios Sinópticos, siempre en boca de Jesús, siempre para reprochar a sus discípulos la falta de fe y aquí, personalmente, a Pedro. Es la expresión griega «oligópistos», que se traduce literalmente por: «escasodefe». Es una expresión propia de Jesús, que debemos tratar de entender para no merecer de parte de Él ese calificativo, con el cual Él caracteriza una conducta reprochable de sus discípulos (ver Mt 6,30; 8,26; 16,8; Lc 12,28).
Al ver los discípulos a Jesús caminando sobre el mar en la noche, «se turbaron diciendo: "Es un fantasma" y por el temor empezaron a gritar». Jesús, entonces, les habló, diciendo: «Ánimo, Yo soy, no teman». La expresión: «Yo soy» no es simplemente una identificación de Jesús. Estamos ante una teofanía (una manifestación de Dios), porque solamente puede caminar sobre el agua, suspendiendo una ley de la naturaleza, el mismo que ha establecido esa ley, es decir, el Creador. Y Éste se reveló a Moisés con el nombre: «Yo soy», sin más atributo que la existencia, porque con nada creado se puede comparar (Cf. Ex 3,14). Este mismo agrega: «No teman», la expresión habitual de las teofanías, porque el ser humano, ante una manifestación de Dios, experimenta su infinita pequeñez que se manifiesta en el temor.
Ninguna persona humana, por grande que sea, camina sobre el agua. Y ante ninguna persona humana habría dicho Pedro: «Mandame ir donde ti caminando sobre el agua». ¡Lo está diciendo a uno a quien reconoce como una Persona divina que puede concederle lo que pide! Jesús le respondió: «Ven». Sobre la base de esta palabra, «bajando de la barca, Pedro caminó sobre las olas y fue hacia Jesús». El agua se solidificó bajo sus pies y él caminaba sobre base firme. Pero vaciló: «Viendo la violencia del viento, temió y comenzó a hundirse». El agua dejó de sostenerlo, porque Pedro ya no creía que pudiera hacerlo, ya no creía del todo en la firmeza de la palabra de Jesús, que le había dicho: «Ven», se entiende «caminando sobre el agua». Conserva, sin embargo, algo de fe, porque, viendose perdido, aún clama a Jesús con una oración que la comunidad cristiana dirige sólo a Dios: «Señor, salvame». Jesús, entonces, lo tomó de la mano y le dijo: «"Escaso de fe" (oligópiste), ¿por qué dudaste?».
¿Qué habría tenido que hacer Pedro para no merecer ese reproche? Tenía que haber tomado la palabra de Jesús como una roca firme que no cede y haberse apoyado con todo su peso sobre ella. El acto de fe es el encuentro de dos cosas: de la fidelidad de Cristo que ofrece una base firme que no defrauda y de la fe del hombre que se apoya sobre esa base con plena certeza de no quedar defraudado. Esta es la fe que nos salva. Así podemos entender una expresión de San Pablo, que suele tomarse como lo que distingue al cristiano del judío, lo que distingue lo que San Pablo era, siendo fariseo, y lo que fue después de su conversión a Cristo: «El hombre no se justifica (no se convierte de pecador en justo) por las obras de la Ley, sino sólo por la fe en Jesucristo» (Gal 2,16). Las obras de la Ley, es decir, el esfuerzo que el ser humano hace para cumplir lo codificado en la Ley no es lo que lo hace justo, porque el esfuerzo humano no basta. Se justifica solamente por lo que San Pablo llama la «pistis Xristou». Si esto es lo único que hace al ser humano justo (santo), debemos tratar de entender esta expresión. A esto nos ayuda el Evangelio de hoy.
En esa afirmación de San Pablo, la relación entre «pistis» y «Xristou» es una relación de caso «genitivo». Su traducción es «la pistis de Cristo». Esto es lo que hace justo al ser humano. Pero la palabra griega «pistis» tiene un doble significado: significa «fe», como se traduce habitualmente, y también significa «fidelidad». Cuando se relaciona con Cristo en la forma «pistis Xristou», debemos traducir por «fidelidad», porque no tenemos en el Nuevo Testamento algún texto en que aparezca Cristo como el sujeto del verbo «creer». El hombre, entonces, se justifica solamente por «la fidelidad de Cristo», porque Él es fiel, porque Él ofrece un apoyo seguro que no defrauda, Él es la roca sobre la cual debemos fundar nuestra vida.
No conozco ninguna traducción del NT que opte por esa expresión. Todas optan por la traducción de «pistis» por «fe» y traducen: «el hombre se justifica por la fe en Cristo». Se ha prescindido de la relación de genitivo entre «pistis» y «Cristo» y, peor aún, se ha trasladado la justificación a un acto del ser humano: su fe en Cristo.
En realidad, el único medio de justificación para el ser humano, de convertirse de pecador en justo, es el encuentro de dos cosas: la fidelidad de Cristo, que ofrece una base firme que no defrauda, y la fe del ser humano en la firmeza de esa base, hasta el punto de fundar toda su vida sobre ella. El encuentro de esas dos cosas no se puede expresar en una sola frase en español y, como dijimos, se opta por «la fe del hombre en Cristo», dejando en la penumbra «la fidelidad de Cristo». Estoy seguro de que, si San Pablo hubiera tenido que traducir al español, él habría optado como medio de justificación por «la fidelidad de Cristo». Si Cristo no fuera la Roca, si Él no ofreciera una base firme, si, en un imposible, Él no fuera la verdad, entonces, apoyandome en Él yo quedaría defraudado. San Pablo lo dice así: «Si Cristo no resucitó, vana es la fe de ustedes; ustedes están todavía en sus pecados... ¡Somos los más dignos de compasión de todos los hombres! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos...» (1Cor 15,17.19.20). La exclamación de San Pablo equivale a decir: «Cristo es la verdad... fundemos en Él toda nuestra vida con plena certeza». La palabra que dijo Jesús a Pedro: «Ven» era tal, que, fundandose plenamente sobre ella, Pedro sentía el agua firme bajo sus pies. Así es todo Cristo; Él es la Palabra de Dios.