Inició el mes de diciembre y con ello el fervor guadalupano se desborda y comienza a inundar las principales calles del centro de Monterrey con las tradicionales danzas de matachines, uno de los mayores atractivos de las festividades religiosas.
Al son de cada pisada y bajo el ritmo del tambor, los penachos multicolores y los lúcidos vestuarios de los danzantes, llegan con fervor al pie del templo, como un ritual de fe y esperanza.
Dicha tradición tan importante, proviene de la cultura nómada, la historia cuenta que desde la época prehispánica, surgió la costumbre en que los pueblos bailaban en honor a sus dioses, se presume que los tlaxcaltecas cristianizados lo practicaban, aunque no se descarta que tal vez fue una mezcla de la cultura guachichil, pues si analizamos la danza a detalle, es evidente que también es un acto de guerra, que tiene que ver con indígenas, cazadores y recolectores, por el uso del arco y la flecha, así como la ejecución del tambor, que llama al combate.
El baile de estos grupos tradicionales mexicanos se ejecuta con un estilo encorvado y pisadas fuertes con grado de dificultad, lo cual la hace lucir con mayor vigor y vistosidad.
Mientras tanto, el vestuario de los matachines consiste en camisa, calzoneras, medias, huarache, nagüillas, corpiño o chaleco, patio o cotense y correleras, además es complementado por el arco y la sonaja.
Durante las danzas, se cuenta con la presencia de uno o dos "viejos", que son danzantes disfrazados de manera grotesca o de algún tipo de demonio, los cual le dan un toque muy peculiar a estas danzas religiosas.
El viejo de la danza representa el mal que acompaña al peregrino en su caminar, cuyo objetivo es lograr que quienes van en la peregrinación orando y alabando se distraigan, mientras con su látigo y sus ropas hechas trizas, amenazan y tratan de asustar a los que sólo observan a los peregrinos en su caminar, en este caso rumbo a la Basílica de Guadalupe en la colonia Independencia.
Por último, cabe mencionar que, en Nuevo León, las danzas de los matachines son organizadas por los creyentes católicos en forma de petición o agradecimiento.