«Habiendo oído los fariseos que Jesús había dejado callados a los saduceos, se congregaron...». Así comienza el Evangelio de este Domingo XXX del tiempo ordinario. Es claro que, entre el Evangelio del domingo pasado sobre la licitud de pagar el impuesto al César (Mt 22,15-21), y el Evangelio de este domingo, ha habido otro episodio, precisamente, aquel en que Jesús, puesto a prueba por los saduceos, responde «dejandolos callados», es decir, sin argumentos. En efecto, los saduceos le habían preguntado, de quién sería esposa en la resurrección -en la cual ellos no creen- una mujer que en esta tierra había tenido siete maridos. Jesús responde que en la resurrección ese problema no se presenta, porque en ese aspecto, los que resuciten «serán como ángeles en el cielo» (cf. Mt 22,30), los cuales, obviamente, no tienen vida conyugal. Esta importante enseñanza de Jesús no queda excluida de la liturgia de la Palabra dominical, porque se lee en la versión de Lucas (Lc 20,27-38) en el ciclo C de lecturas el Domingo XXXII del tiempo ordinario.
Los fariseos, que creían en la resurrección (cf. Jn 11,24; Hech 23,6-7), quedan contentos con la respuesta que Jesús da a los saduceos, dejandolos callados; pero no ceden en su intento de hacerlo caer. Ya hemos visto que, para ponerlo a prueba, «celebraron consejo sobre el modo de ponerle una trampa en sus palabras» (cf. Mt 22,15) y vinieron, junto con los herodianos, con la pregunta sobre el impuesto al César. Ahora, nuevamente, «se congregaron» con este mismo objetivo. El verbo «congregar» se dice en griego «syn-ago», de donde resulta el sustantivo «congregación», que se dice: «synagogué», palabra que se adopta en español sin traducir para describir la asamblea sabática de los judíos y también el lugar donde se reúnen: «sinagoga». De esta congregación salen los fariseos con otra pregunta que hacer a Jesús: «Uno de ellos para tentarlo le preguntó...». El verbo griego «peiradso = tentar» tiene el sentido de «poner a prueba» para verificar la fidelidad, y en este sentido suele ser Dios o Jesús el sujeto (cf. Jn 6,6; Heb 11,17) o el sentido de hacer caer y en este sentido suele ser Satanás el sujeto (cf. Mt 4,3). En el caso que nos ocupa los fariseos están en el rol de Satanás.
¿Cuál es la difícil pregunta que le hacen? Leamos: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la Ley?». Al leerla, nos parece que algo no corresponde. En efecto, ¡es una pregunta demasiado fácil! La habría respondido cualquier niño en Israel, desde que llegaba a la edad de «bar mitzwah» (hijo del mandamiento), y la recitaban todos los días, tomandola de la Ley en Deuteronomio 6,4-5: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza». ¿Esperaban que Jesús se equivocara? No, pero esperaban que diera más importancia a otro mandamiento.
La enseñanza de Jesús era pública y los fariseos sabían que Jesús decía: «Les doy un mandamiento nuevo: que ustedes se amen los unos a los otros... Este es el mandamiento mío: que ustedes se amen los unos a los otros... Lo que les mando es que se amen los unos a los otros...» (Jn 13,34; 15,12.17). Los fariseos sabían la respuesta que Jesús había dado al joven rico, cuando éste le preguntó cuáles mandamientos debía cumplir para heredar la vida eterna: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre». Le indica solamente mandamientos de la segunda tabla del Decálogo, los que se refieren al prójimo, que Él resume así: «Y amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 19,18-19). Esto es lo que esperaban que Jesús respondiera y, entonces, lo habrían acusado de estar contra la Ley de Dios.
Jesús responde: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Y, para que no haya dudas, declara: «Este es el mandamiento grande y primero». Pero agrega algo nuevo: «El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». En la enseñanza de Jesús estos dos mandamientos no son iguales, porque uno se refiere a Dios y es el grande y primero y el otro se refiere al prójimo y es el segundo; pero Él enseña que son «semejantes» en importancia e inseparables en su observancia. O se observan los dos o no se observa ninguno. Bien conocía la explicación de esta respuesta de Jesús el apóstol San Juan que escribe: «Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: "Quien ama a Dios, ame también a su hermano"» (1Jn 4,20-21).
¿Por qué llama Jesús «nuevo» al segundo mandamiento, cuando dice: «Les doy un mandamiento nuevo»? Lo nuevo está en la medida del amor al prójimo: «Que como Yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros» (Jn 13,34). Es nuevo, porque antes de Cristo nadie había amado en esa medida y, por tanto, el amor era desconocido. Nuevamente nos instruye el apóstol Juan: «En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros» (Jn 3,16). ¡Absoluta novedad, considerando quién es Él! Y, puesto que el mandamiento nuevo es que nos amemos unos a otros como Él nos amó, concluye el apóstol: «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (Ibid.). Mientras no se ha llegado a esta medida no se ha observado ese mandamiento.
Observamos que en la formulación del grande y primer mandamiento Jesús introduce un cambio y lo hace, no en un texto cualquiera de la Ley, sino ¡en ese texto! En efecto, la formulación del Deuteronomio mandaba amar a Dios «con todo el corazón, con toda el alma y con toda la fuerza» y Jesús formula ese mandamiento diciendo: «Con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Y no es una variante del evangelista, porque en los textos paralelos de Marcos y Lucas se tiene el mismo cambio (cf. Mc 12,30; Lc 10,27. En estos dos «con toda tu mente» se agrega). Ahora preguntamos nosotros: ¿Con qué autoridad lo hace? Lo hace con su propia autoridad, porque Él es la Palabra de Dios y todo lo que Él dice es Palabra de Dios. Si el A.T. decía algo, Jesús puede decir: «A ustedes se les dijo... Pero Yo les digo...» (cf. Mt 5,22.28.32). Jesús cambia -o agrega-: «Con toda tu mente», porque en el mundo donde se difundió el Evangelio, faltaba una referencia a la actividad intelectual del ser humano. En el mundo semita del A.T. la actividad intelectual tenía su sede en el corazón y estaba incluida en el precepto: «Con todo tu corazón». Un judío del A.T. ama y conoce con el corazón. En nuestro mundo, que es más tributario del intelectualismo helenístico, se ama a Dios muy poco con la mente; se dedica muy poco esfuerzo a profundizar en su conocimiento. La catequesis suele impartirse como condición para la recepción de los Sacramentos y luego cesa. Debería prolongarse durante toda la vida por amor a Dios y por el deseo de saber más sobre el Amado.