La primera vez que las oí fue en un bello reportaje sobre los monjes de la Iglesia Ortodoxa que viven en los monasterios del Monte Athos, en Grecia. El camarógrafo entró a la celda de un monje que oraba. Me llamó la atención que repetía dos frases una y otra vez, pero no se me ocurrió imitarlo, pensé que era algo que sólo ellos hacían.
La segunda vez que las oí fue en la estupenda charla que Mons. Robert Barrón dio en la JMJ a miles de jóvenes.
Les propuso repetir esas dos frases todas las veces que pudieran a lo largo de su jornada, por ejemplo al hacer quehaceres, al ir y venir, incluso al no hacer nada.
Eso despertó mi curiosidad. Investigué y descubrí que en sitios católicos muy dignos de confianza aprueban repetir continuamente dichas frases, porque ayuda a despejar de la mente los malos pensamientos y a elevarla a Dios. ¡Incluso el Papa Francisco las recomienda!
Estas dos frases constituyen lo que se conoce como ´oración de respiración´, porque la primera frase se dice al inhalar y la segunda al exhalar. Al tomar aire se dice: ´Señor Jesucristo, Hijo de Dios Vivo´, y al soltar el aire: ´ten misericordia de mí, pecador´ (o en femenino: pecadora).
Es una oración perfecta, pues reconoces a Jesús como tu Dios y Señor, con la frase con la que Pedro lo reconoció inspirado por Dios Padre (ver Mt 16, 16), y a la vez confiesas que necesitas Su misericordia y la pides, como el publicano del que Jesús dijo que por su humildad fue justificado (ver Lc 18,13).
Repetirla a lo largo del día te permitirá cumplir lo que proponía san Pablo: orar sin cesar (ver 1Tes 5, 17), serenará tu alma y la unirá más al Señor. Anímate a intentarlo.