La sinrazón de la locura
Olga de León G.
Decir que el mundo parece haberse vuelto loco, que anda sin rumbo y sin sentido, es un viejo cliché y una opinión aburrida por repetitiva. Pero, no es una mentira. El horror y el terror se han convertido en arte, cuando son expuestos en alguna excelsa narrativa o buena película. Sin embargo, siguen siendo horror y terror, no pierden su esencia; tan solo se les ha adaptado para el consumo casi cotidiano, como hechos que permean el ambiente y, poco a poco, nos reeducan y vuelven nuestros sentimientos y emociones inmunes ante su existencia y, lo que es peor, ante su presencia de facto y no solo virtual.
Algunas personas -actualmente- sufren las consecuencias de una vida asentada en la violencia y el horror de crímenes diversos; de ellas, las hay que cierran las cortinas de las ventanas de su casa, las de sus propios ojos y los de su familia, en un intento porque negando la realidad, esta desaparezca. Pero, nunca es así. Esa no es una solución al problema y al daño que hacen a la sociedad los actos violentos, la ignorancia malsana, las injusticias y el fanatismo.
Pero, todavía, además del terrible daño que causan y se refleja claramente en la vida de las personas, hay un perjuicio silencioso, la pérdida del equilibrio mental, la locura. La que aparece con cualquier pretexto o razón, inclusive sin razón alguna.
Y, la locura puede ser vascular, senil, por fármacos que alivian parcialmente alguna otra enfermedad, o de "modus vivendi" o estilo estrambótico de algunos jóvenes y no tan jóvenes que con gran facilidad acceden a diversas drogas legalmente acepadas (fármacos), que pueden ser prescritas por receta de algún médico que trata de resolverle al paciente otro problema diverso, que nada tiene qué ver con asuntos de la memoria. Extraño, pero cierto.
Son las dos de la madrugada, de un día cualquiera y nuestro familiar enfermo, se incorpora de la cama, estirando sus brazos busca sus zapatos, los zapatos, no las pantuflas; los encuentra y se los calza, para cuando me asomo a la recámara, ya está sentado en el borde y le exige al hijo que lo saque de allí, porque tiene que irse a dar su clase de Derecho, en la Universidad...
Comenzamos a sospechar que lo que le disparó su locura, fue una medicina nueva, recientemente administrada, para sacarlo del adormecimiento, junto con otra que toma desde hace más de dos años y que un médico internista al que le consultamos sobre los cambios observados, nos recomendó se la suspendiéramos, no, sin antes consultarlo con el médico que más lo ha visto.
Qué difícil es decidir qué hacer, cuando no consigues hablar con el médico. Los cuidadores no logran dormir ni siquiera 5 horas completas, la alerta está siempre... La locura se apodera de todos. Y, sin embargo, la vida continúa con regularidad o sin ella.
El asesino silencioso ha entrado en el hogar y parece no querer irse. A pesar de todos los pesares, esa no es la única forma de locura que existe en el mundo... Hay otras formas de locuras, como las que entran por los ojos de los televidentes desde niños y las que están en las redes sociales y a las que hasta un niño puede tener acceso. La condición indispensable es que pongan en sus manos un celular o una Tablet.
La locura entra lentamente, nadie parece detectarla. Hasta que un día ese niño, o esos niños crecen y juegan juegos verdaderos que consisten en "ganar", el que gana puede matar a sus contrincantes y coronarse líder. Líder de qué... Líder de nada... Líder de nadie.
Una mañana se levantan los padres y no encuentran a sus hijos, se han ido de casa, porque necesitan nuevos juegos. Que no haya reglas, que nadie les diga qué y qué no hacer. Que nada esté prohibido. Y los padres se resignan y dicen para sí y para sus vecinos: los niños y los adolescentes ya no son como los de antes, ahora nacen genios y se vuelven líderes. ¡Los padres se volvieron locos, también!
La locura sí existe y la peor de todas es la silenciosa. Un día u otro cualquiera, el mundo ya no será el límite... La violencia será lo común: horror y temor dominarán nuestras formas de vida: ¡¡¡No!!!
Despierta de tu letargo, hombre moderno y contemporáneo, o mañana será demasiado tarde.
El intruso en la casa
Carlos A. Ponzio de León
Con la mano izquierda sostenía la manija mientras con la derecha manipulaba el alambre que introducía en la cerradura. Batalló unos segundos hasta que escuchó el sonido que venció el candado de la puerta. Giró la manivela y la puerta se abrió. La empujó lentamente con la mano izquierda, mientras que, con la derecha, fue sacando despacio, su pistola Sig Sauer calibre .45, con silenciador. "¿Quién anda ahí?", escuchó a una voz de hombre decir, proveniente de la recámara. Aguardó junto a la pared y espero a que el caballero apareciera en el pasillo. Fue certero. Una bala ingresó por la frente, entre las cejas y le destrozó el cráneo. El inquilino calló luego de desparramar pedazos de masa encefálico sobre la pared.
El intruso se quedó quieto, con el oído atento. Escuchó el grito y posteriormente lloriqueo de una bebé que venía desde la recámara. La llave de la ducha se escuchaba abierta en el baño. "¿Qué pasó?", escuchó decir a la voz de una mujer desde lejos. Luego, nuevamente, "¿Qué pasó, Ramiro?". El extraño guardó su arma en la sobaquera y de la funda de su cintura obtuvo un cuchillo militar de ocho pulgadas. Escuchó cómo: el agua dejó de correr y la toalla resbaló desde el travesaño del cortinero hasta el piso. "¿Raúl?", escuchó decir a la voz de la mujer tambaleante.
El intruso se acercó a la puerta. Pegó el oído sobre la madera. Escuchó los pasos mojados de la mujer acercarse. Él dio un paso hacia atrás y colocó el pie izquierdo delante del derecho, con el brazo que sostenía el cuchillo echado hacia atrás, listo para lanzar una estocada. La puerta se abrió intempestivamente y entonces apareció ella, tapada con su toalla, gritando como loca. El extraño enterró una primera vez el cuchillo sobre el estómago y lo giró un poco, para luego sacarlo. La mujer, aterrada ante la muerte que le esperaba, se ahogó en su grito. Luego vino una cuchillada en el pecho y la mujer calló de rodillas, con la sangre brotándole del cuerpo. La bebé seguía llorando en la recámara.
El hombre volvió la vista al rostro de la mujer, que había cedido a todo acto de defensa y se encontraba de rodillas. Comenzó a atravesarle el pecho hasta los pulmones. Una por una, fue enterrando cada estocada, mientras ella lo miraba atónita hasta ir perdiendo consciencia. Mareada, en círculos, cayó al piso de espaldas.
El intruso marcó con sendas X los muslos de la mujer, quien jadeaba intentando sobrevivir. Comenzó a salirle sangre de la boca. El intruso se quedó quieto, mirando cómo la mujer se ahogaba en su propia sangre. Siguió acuchillando el estómago hasta que ella se quedó quieta. Diez y seis cuchilladas en total sobre el cuerpo. Cuando pensó que estaba muerta, le abrió el cuello, que escupió un chorro de sangre.
El extraño se encaminó rumbo a la recámara, donde encontró a una niña llorando, arrinconada en una esquina del cuarto. La tomó con furia de los cabellos y la levantó hasta la cama, donde la recostó y rompió sus vestidos con cuidado. Cuando estuvo desnuda, acercó una silla para sentarse y observarla. Del otro lado de la cintura, obtuvo otro cuchillo militar, igual, de ocho pulgadas. Se levantó y colocó a la niña sobre la silla, luego tomó su brazo y cortó la mano derecha de la bebé de un golpe con la navaja. La niña no dejó de llorar y gritaba con la boca totalmente abierta, con los ojos fijos sobre el ventilador del techo. Silencio. El intruso aceró su propia mano sobre la boca y la nariz de la niña para saber si seguía respirando. Sintió la brisa cálida de su expiración. Entonces tomó la pierna izquierda y le rebanó el piecito. Un chorro de sangre salió expulsado como agua de la regadera.
Se quedó mirando el rostro de la niña, trató de leer su expresión, la cual se mantenía fija sobre el techo. Acercó la mano a la boca y la bebé seguía inhalando y exhalando. Entonces sentó a la niña sobre la silla, elevó su mano hasta lo más alto y con una furia igual a su precisión, enterró el cuchillo sobre el cráneo de la bebé, quien se desvaneció, por un lado.
El hombre se dirigió a la cocina. Dejó correr agua sobre sus cuchillos y volvió a guardarlos en las fundas que le colgaban del cinto. Se lavó las manos y haciendo un cuenco con las palmas, juntó agua que dejó caer sobre el piso para formar un pequeño charco. Ahí limpió la suela de sus zapatos.
Se dirigió a la puerta, abrió despacio, con un trapo, y salió sin mirar atrás.