El sueño de la libertad de expresión
Carlos A. Ponzio de León
Transitaba despacio en mi auto sobre Avenida de los Ejidos, yendo por la lateral, a unos diez o quince kilómetros por hora. Buscaba un anuncio que había visto esa mañana en una de las casas. Estaba casi seguro de que había sido en una casa color cian, pero no aparecía ninguna en esa tonalidad.
Por la mañana no había podido detenerme porque me dirigía a una junta importantísima en el trabajo y llegar tarde pondría en riesgo mi empleo. Pero ahora, a las dos de la tarde, pensaba que igual debía haberme detenido por la mañana y arriesgarme. El asunto ya me parecía vital: lo más importante y extraordinario que había escuchado sobre un perro. El dueño lo ponía en venta. Lo vi anunciado en un cartel pegado a su ventana.
Yo nunca he sido un hombre cercano a las mascotas, pero ahora, a los treinta y cinco años, soltero y sin hijos, pienso que bien podría hacerme de la compañía de una de ellas. ¡Más si aquel anuncio era cierto y el perro podía hablar! ¿En verdad había visto que lo vendían? Y justo en ese momento, ¡zas!, di con la casa y el anuncio. Me estacioné en la acera de enfrente y bajé de prisa. No recuerdo si cerré el auto con llave.
Toqué a la puerta desesperado. Caminé rápidamente unos pasos hacia atrás, tratando de asomar la mirada por la ventana del piso de arriba, a ver si distinguía alguna luz o algún ruido. Nadie abrió luego de unos minutos. Volví a tocar, más fuerte, en la puerta y sobre el vidrio de la ventana junto a la puerta. Busqué rápidamente algún timbre; pero no encontré nada. El calor arreciaba y ya molestaba; comenzaba yo a sudar por todas partes. Pero no me iría de ahí hasta que alguien me abriera. En ese momento, escuché un teléfono sonar adentro de la casa. Timbró dos veces y alcancé a escuchar a un volumen muy bajito: "Bueno". Supe que había alguien. Esperaría un poco más. Pegué una oreja a la puerta y alcancé a escuchar la voz que hablaba claramente. Volví a tocar con los nudillos. Toc, toc, toc. "¡Un momento, por favor!", alcancé a escuchar a una voz masculina desde adentro. Me tranquilicé.
Pasaban pocos autos por la calle. ¡Era una suerte! De otra manera, alguien más ya habría notado el anuncio y se habría detenido a comprar al dichoso perro.
La puerta se abrió. Apareció un hombre corpulento, de casi dos metros de altura, en atuendo deportivo. "Buenas tardes", me dijo. "Vengo a pedir informes sobre el perro", le dije. "¡Ah!, está en el patio trasero; venga". Salió y dimos toda la vuelta a la casa por un pasillo de más de diez metros de largo, hasta que salimos a un patio con pasto verde intenso y flores por su orilla. "¡James!", gritó el hombre. Noté que, al fondo junto a la barda, había una casita de mascotas. De ahí salió un Dóberman negro con la nariz café. Se acercó a nosotros. "Este hombre está interesado en ti, James".
Me le quedé viendo al animal de cuatro patas y tuve que preguntarle: "¿En verdad hablas?". "¡Claro!", respondió el animalito. "¿Cómo es eso posible?", volví a preguntarle. "Es una habilidad que descubrí cuando era cachorro", comenzó a decir el Dóberman y continuó: "mi antiguo dueño lo descubrió y me vendió al gobierno de Estados Unidos. Allá trabajé para la CIA, con un agente especial que viajaba mucho. Conocí más de veinte países siendo espía. Descubrí varios intentos de atentados terroristas que iban a perpetrarse en Europa. Fui acompañante de varias reinas e incluso jugué con varios príncipes para estar cerca de las conversaciones secretas de sus padres. He llevado una vida muy ajetreada. Viví también en Medio Oriente, en Asía y en Australia. Realicé algunos estudios de teatro y aparecí en varias películas; sin hablar, por supuesto. No iba a revelar mi secreto en la pantalla grande. Me codeé con Brad Pitt y Tom Cruise y sus respectivas esposas. En las fiestas de gala que celebraban en sus casas tenían un lugar especial para mí junto a los invitados. En fin, he andado de aquí para allá; hasta ahora que me he retirado y me dedico solo a platicar con tipos como tú".
"¡Vaya, eres increíble!", le dije, y volteé a mirar al dueño, a quien no tuve otra opción que preguntarle: "¿Y por qué lo quiere vender?"
"Porque es un maldito perro que exagera las cosas que ha hecho en la vida. Lo de Brad Pitt y Tom Cruise es pura mentira, y no viajó a más de diez países en toda su vida. Ya no aguanto sus mentiras".
En busca de...
Olga de León G.
El hado de la escritura creativa y la prosa, poética o narrativa ya sea fantástica o realista, me huyen, se me esconden desde hace meses, no sé cuántos, pero sí suman más de siete u ocho. Si se lo topan en alguna esquina, díganle que no lo esperaré demasiado: una hada o hado también es reemplazable.
¿Por qué me dejó? Acaso no soy la misma, la que nació para escribir y decir verdades o mentiras bien estructuradas y mejor inventadas y creadas a partir de mi imaginario y de la lógica o del absurdo y contradictorio razonamiento de mi pensamiento.
¿Qué sucede? ¿La inspiración se agota? ¡Nunca! Afirmar tal cosa es mera estrategia o artimaña del que escribe, para irse de vacaciones, tomarse un descanso o asumirse normal y humano: dormir un buen rato.
Yo suelo dormir mientras escribo, hasta cabeceo y uno de mis dedos que ha quedado apoyado sobre alguna tecla indefinida, produce varias líneas, que cuando me despierto y las veo, tengo que borrarlas, porque eso no cuenta ni como prosa, ni como poesía. También entre párrafos, por variados lapsos, dormito...
Cuando ya mis ojos y mi cerebro no soportan estar más en alerta, me levanto, me voy a mi sillón reclinable que está en el cuarto contiguo y me pierdo con Morfeo: diez, quince, veinte minutos o una hora. A veces, tras "X" lapso, regreso a la silla frente al ordenador y escribo aceleradamente, para que no escapen las ideas recién surgidas en el inconsciente; en otras ocasiones, simplemente me voy a la cama y vuelvo, a mi espacio creativo, al día siguiente. Así es como se me da últimamente, esto de escribir para publicar cada domingo. Mi situación es muy distinta hoy, de hace tres años: la inspiración me está jugando rudo, o yo no quiero escribir más sobre asuntos tristes y dolorosos. Por eso me escondo, me niego a escribir llorando o sobre tristezas humanas, esas que algún día a todos nos toca vivir.
Así que hoy salí de mi soledad y tristeza y me fui a buscar dónde bailar un danzón o una rumba; o, si no se puede más alegre, entonces un vals, algo romántico y dulce. Sí, yo que nunca aprendí a bailar, quiero lanzarme al ruedo y gozar dando vueltas, saltitos, zapateados y piruetas extrañas bailando en el centro de la pista, donde todos me vean y exclamen: ¡No puede ser, ella no sabía bailar!
¡Oh!, me quedé dormida más de media hora (últimamente donde quiera me duermo, en cuanto me siento en un sillón). Creo que ya es hora de que me levante y vuelva al ordenador, que espera por mi prosa o mi poesía... ¡qué sé yo, lo que hoy escribiré! Pero, escribiré, no lo duden. Solo cuando haya muerto, no escribiré más. No importa que no todo me salga "a pedir de boca", me apena profundamente no producir siempre algo realmente bueno, desde alguna arista; tema, forma, argumento, personajes, conflictos, estilo, etc., etc.
Pero, repito, no importa, no mucho, porque publicar, ya es para mí un triunfo, es el precio de estar viva... De encontrar lo que buscaba: verdades, mentiras, sacrificios, libertad, justicia, conocimiento, equidad, empatías, luchas por las que vale la pena luchar... hermanos en la niebla de mis ideas plasmadas con tinta y creadas con endemoniada fuerza mental y de espíritu.
-Fin de la búsqueda sobre cómo escribo-
Saliéndome de contexto:
A veces, como hoy, en el proceso, recibo una noticia muy triste, una querida amiguita, de poco más de treinta años de conocernos, falleció hoy, la madrugada del sábado: mujer valiente, profesional de primer nivel, gran hija y excelente madre y esposa. Deja un enorme hueco en el corazón de los suyos, y de todos los que la quisimos. La noticia me la dio por texto, su hija mayor, muy joven (18 o 19 años). Su madre deberá ser un ejemplo incomparable para sus dos hijitas. Descanse en Paz, Dulce (Dulcecita, como yo la llamaba).