Hace unas semanas, mi amigo y librero de cabecera, Hugo, publicó en sus redes sociales que cierto día un cliente entró a su librería en la calle Guerrero preguntando por un volumen sobre los presidentes de México. “Normalmente recuerdo qué libros tengo en la librería y ese título no me sonaba”, escribió Hugo y continuó: “El cliente me dice ‘aquí lo vi yo’”. Luego mi amigo explicaba que era común que confundieran su local con la librería de al lado: “Le pregunto a la persona si no se habrá confundido y me dice: ‘no, yo aquí lo he comprado’. Ante la seguridad mostrada por él me encamino a la sección de historia de México y no había nada. Le pregunto al cliente que más o menos cuándo vio el libro y me dice: ‘pues hace ya varios años, unos 5 o 6’”. La anécdota me hace preguntarme por la forma en que circulan los libros: sus maneras de trasladarse de un estante a otro, de viajar de un lector a otro. También me hace evocar otro tipo de transformación libresca: la que opera en una obra a través de sus diferentes ediciones. Se combinan aquí los desplazamientos y traslados de un objeto concreto (el libro como artefacto específico) y las metamorfosis de sentido que una totalidad simbólica (el libro como contenido) experimenta en las diversas revisiones y publicaciones hechas por el autor o los editores. Sobre la segunda transformación, traigo a colación otra historia para ilustrar mi punto. Hace poco tiempo, cayó en mis manos un libro de tema parecido al buscado por el cliente de mi amigo: Los 76 gobernantes del México independiente, del escritor y periodista Ricardo Covarrubias (1895-1972), jalisciense de origen y nuevoleonés por adopción.
La publicación era reciente, de este mismo año, y llegaba hasta el actual mandatario: ¿cómo puede seguir actualizándose una obra escrita por un autor desaparecido hace tiempo? La primera edición data de 1952, y se titulaba Los 65 gobernantes…, en 1965 se relanzó subiendo el número a 67. Tras la muerte de Ricardo Covarrubias, en 1972, su hijo, Jorge, ha continuado la labor en dos entregas posteriores: la de 75 (lanzada al público en 2012) y ahora la de 76, con ilustraciones de Alfonso Reyes Aurrecoechea (provenientes de las ediciones previas) y de Armando López. He aquí una circulación libresca peculiar pero no desconocida: el hijo continúa la labor escritural del padre, reafirmando con ello el carácter inconcluso de los libros: pueden reescribirse infinitamente. Un ejemplo de esto: Sueño en el pabellón rojo (1792), la clásica novela del escritor chino Cao Xueqin, fue terminada, tras la muerte de su creador (él había escrito los primeros 80 capítulos), por sus editores (quienes añadieron 40 capítulos más). Y otro caso más cercano a nuestro tema: Los hijos de Húrin (2007), novela en donde Christopher Tolkien completó el manuscrito inconcluso que dejó su célebre progenitor: J. R. R. Tolkien.
Los 76 gobernantes del México independiente va más allá del listado nominal de presidentes: es una crónica múltiple que gira en torno a la función histórica de los gobernantes en este país. Lectura a contrapelo: evita el regodeo en el presidencialismo endémico que hemos padecido a lo largo de la historia y se centra en la dimensión cívica que conlleva la reflexión crítica sobre la representatividad política. Confieso, de antemano, mi afición por los libros de consulta (un afecto que el internet y sus infinitas entradas informativas no ha deteriorado ni un ápice). En mi opinión, así se deberían de escribir este tipo de textos: de forma abierta y cambiante. Sin determinismos ni afirmaciones categóricas. Los libros circulan de forma subterránea, pero los lectores también nos desplazamos de manera misteriosa (y silenciosa). Movimiento dual y necesario. Me pregunto ahora por el interés de esa persona que rastreaba la pista del volumen de los presidentes en la librería de mi amigo, tal vez lo que esté buscando se encuentre en esta obra que yo tengo ahora en mis manos.