El presagio del final
Olga de León G.
Los días eran como un amanecer en invierno: secos, crudos y de poca perspectiva. Las noches no existían o se confundían con la penumbra de las tardes. La ciudad dormía de día y también en las tardes; solo de noche, la vida citadina parecía un fantasma que recorriera la ciudad entre calles, rincones y desvanes de casas grandes y viejas.
No sé, a ciencia cierta, si eso era o no, así. O si salía de mi cabecita loca para convertirse en un imaginario, a veces, solo a veces, fértil y próspero. Lo cierto es que los días eventualmente sorprendían con un amanecer fresco o templado: otros eran soleados y brillantes, como luz que se enciende para darle un toque de alegría a la penumbra de una casa con las ventanas cerradas y las cortinas sin descorrer, ni siquiera porque la luz del sol ya brillara detrás de esas paredes.
Así era la casa de mis abuelos, la de mis padres en sus últimos años con vida, aunque ya con la salud algo deteriorada. Y, para allá pinta ir la mía propia. Nos hemos estado haciendo viejos, particularmente, en el último lustro, cuando llegamos a los setenta... ¡Pero llegamos! Y muy probablemente pasaremos de los ochenta; eso creo, así lo siento. O eso me dice mi sombra sobre el espejo y los pájaros inteligentes que se metieron en nuestro aposento, para ya no irse: "jamás".
Sí, estás pensando rectamente, como el cuervo según nos cuenta Edgar Allan Poe en su poema del mismo nombre: "El Cuervo".
En otro atisbo de mi memoria retro, se me apareció de pronto el recuerdo de: "...como decíamos ayer", frase con la que retomó su cátedra en la Universidad de Salamanca, Fray Luis de León, ilustre y sabio hombre, filósofo, poeta y profesor universitario de ideas avanzadas, un revolucionario auténtico. Lo hizo cuando tras varios años en prisión, donde purgó una injusta condena, salió de ella.
Frase que solía yo repetir ante mis alumnos, después de la temporada de vacaciones, receso escolar o cualquier otro motivo de ausencia involuntaria (casi siempre por mi padecimiento neuropático y de columna). Por supuesto, fuera de toda comparación absurda e imposible de imitar: me gustaba recordar y pedir a mis alumnos bachilleres, que investigaran el significado que tenía, "...como decíamos ayer", en el contexto que la pronunció su autor.
Luego, iniciaba con ellos algún ejercicio de redacción y tallereabamos en la clase. Un día les propuse escribir un poema colectivo, proporcionando cada quién una línea ya fuera que pareciera o no verso y que rimara o no rimara con la que le precedía y la que le seguiría: nos enriqueció a cada uno, si bien no resultó una joya literaria.
En otra ocasión, después de dejarles como tarea que llevaran impreso a la clase, el poema de Poe, "El cuervo", y de haberlo leído en sus respectivas casas, por lo menos tres veces continuas, les pedí, al iniciar nuestra sesión rutinaria, que escribieran un poema hasta donde les fuera posible semejante al de Poe.
Y, he aquí mi propio poema, pues yo hice con ellos aquel ejercicio, años ha:
El Búho y la Lechuza
Estaba tranquila sentada en mi mecedora,
meciéndome yo sola, en aquella soledad
de mi vida rutinaria y aburrida
donde nunca sucedía nada sorprendente.
Y, estando así, por voluntad propia
o imposición de salud precaria,
pude contemplar en el espejo
la entrada por la ventana abierta
de dos animales alados, muy parecidos;
si bien, también, muy distintos:
un búho y una lechuza.
Ambos, raudos y con prisa
fueron a posarse sobre la lámpara
que colgaba desde el alto techo
de mi aposento antiguo,
el que lucía, a pesar de los años,
como techo o cielo de cuarto
moderno y bien cuidado:
uno de esos escasos techos
de casa de ricos de otros tiempos.
¡Oh!, mi Dios, musité, que se aleje...
Aleja de mí a la lechuza
que con ella Satanás entrará.
Y la lechuza cantó: ¡nunca!
El Búho, agorero de males y desgracias
Mucho se guardó de cantar
por no ser descubierto
prefirió en un rincón guardarse.
Astuto es, más mal agorero también.
Poe enséñame a desentonar
rimando ficción con realidad.
Mas, Dios saca de mi aposento
O del reflejo en el espejo
Al búho y la lechuza
que de mi solitaria alma
astutos y predictores malignos
se quieren apoderar.
Y, al unísono, en un solo
clamor, cantaron: "¡Nunca!
El nacimiento de la nobleza
Carlos A. Ponzio de León
"Viene solo, el maldito Peter", se dijo Julio César. Corría aquel pequeño con el balón de soccer, por la banda izquierda. "Voy a tumbarlo de una patada", continuó pensando Julio César, el más corpulento del salón, de quinto año de primaria. Como otros compañeros, detestaba que Peter fuera el primero en todo: en las calificaciones, en recibir atención de la maestra, en el goleo del equipo de fútbol; además, les fascinaba a las niñas, sin importar que era un alumno medio chaparro. Y esta era la oportunidad que le presentaba la vida a Julio César para descargar su furia. Lo esperó en diagonal y fue a buscarlo casi por la espalda. Le metió una patada en las piernas, sin buscar el balón. Salió Peter volando por el campo: una plancha de cemento que terminaba en tierra dura de cerro. El golpe le dolió como la cabra sufre cuando le rompen una pierna, a al becerro le rebanan la garganta, o como el limosnero que pierde la fe luego de unos días de hambre. Así le dolió el golpe de aquella patada. No se diga la caída sobre el cemento: esa le dejó moretones, le rompió pantalón y playera y le abrió raspaduras por todo el cuerpo.
El odio de Julio César había estado conteniéndose durante los cuatro años y medio de escuela. Y durante el quinto grado, fue saliendo poco a poco, a chorros esporádicos que explotaban de alguna manera: Hacía dos semanas, en la fila que realizaban para que la maestra les revisara la tarea en su escritorio, apareció por primera vez la violencia física. El grandote le soltó un golpe en el estómago a Peter que lo tumbó al piso. Para que el niño no le dijera nada a la maestra, tuvo que reglarle una bolsa de papas fritas en ese mismo momento. Peter contuvo las lágrimas y aceptó la disculpa.
Inicio del sermón: ¿Nobleza? El dolor nos vuelve empáticos, podría decirse. Los artistas, cuya obra conmueve, en realidad sufren. El dolor les hace entender el mundo y las lágrimas los prepara para ver a Dios. ¡Pero todos sufrimos!, dirán algunos. Julio César sufría, pero tenía sus propios mecanismos violentos para lidiar con su dolor interno. Se metía en su propio infierno: No solo de pan se alimenta el hombre (Deuteronomio 8:3; Mateo 4:4). Hay que reconocer que el hambre empática ha descendido otra vez. (Taylor Swift: "How did it end?"). Fin del sermón.
Artículo periodístico: Entonces surgen preguntas importantes. Por ejemplo: en el concierto de apertura de Paris, 2024, de su largo "The Eras Tour", Taylor Swift incluyó en su repertorio "But Daddy I Love Him", de su más reciente material discográfico "The Tortured Poets Department". Y realizó cambios a la letra grabada. El tema de "But Daddy..." es un misterio porque la cantautora revela que está pensando en embarazarse; pero ¿de quién? Hay que recordar la canción "I Can Fix Him (No Really I Can)" del mismo disco. Es claro que el personaje central de este último tema es un Julio César cualquiera, (cadenero o guardaespaldas en algún bar), de malos modales y no presentable ante la familia. Pero el otro caballero, del que piensa embarazarse, tampoco parece ser presentable ante la familia. ¡Está loco, es un caos y es pura rebeldía! ¿Será, acaso, "The Joker 2?", cuya película se estrena el próximo 03 de octubre de este 2024? Se abre un mundo de posibilidades. ¿Acaso Lady Gaga estará representando a alguien que no es una cantante? ¿A una psicóloga? Lady Gaga no es Lady Gaga y su tremenda voz. La buena noticia: hay música dentro del Guasón, (no es el psicópata tradicional de Ciudad Gótica, sino una especie de redentor Apocalíptico). ¿El Rey David? Tanto misterio en Berlín. Aguardemos las nuevas noticias... Fin del artículo periodístico.
Poesía fuera de moda: Oh, peregrinos que viajáis por este mar de palabras. no creo que todo lo entendáis, pero un día será revelado. La muerte, Casandra, el final. Peter, Robin y El Manuscrito, (el robo, el cambio de tercera a primera persona). ¡Todo! Aunque siempre dudas cabrán, nadie podrá asegurar nada. Ahí está la fe. Junto con la humildad y la meditación. Fin de la poesía.
Vuelta al cuento: Peter no pudo levantarse, su cuerpo se enroscó como cochinilla. Julio César se acercó lleno de remordimiento. Le tocó un costado para preguntarle si estaba bien, fingiendo sorpresa, franco en su preocupación. El resto de los niños disfrutó la caída. Algunos rieron; ninguno ayudó. Todos eran mayores que Peter. Luego de algunos minutos, el chico logró levantarse y se dirigió a los baños para lavarse las heridas. No regresó la agresión; no por nobleza, sino porque no tenía cómo defenderse. Fin del cuento.