La vida eterna
Carlos A. Ponzio de León
Sobre el llano sereno, al final de la empinada subida, se encontraría el sepulcro. Sobre la rama de un árbol, cerca de su entrada, nacía el canto de una alondra. Un vituperio de amapolas flotaba sobre la ciudad. El nuevo sol, pirámide de verbos, floreaba el cielo despejado, brillo de oro doblegando el horizonte. A unos metros de la entrada del sepulcro hacían eco las pisadas de una mujer llamada María Magdalena, quien iba apresurando el paso. Algo había notado desde lejos, (la piedra enorme) ... Sobre una higuera junto al pasto: un brillo. ¿Una sábana blanca ensangrentada de sangre seca? No, solo el reflejo de la luz serena. La mujer llegó y encontró que la piedra había sido removida. El canto del pájaro aún estaba ahí, nada más.
María Magdalena corrió para avisar a Simón Pedro. Ella le habló como habla el llanto a las cigarras, la luz a las veredas, el presuroso ir y venir al profundo mar. Luego fue en busca de Juan, el discípulo que Jesús amaba, con el que Jesús arrullaba el sueño, el de la alondra de las almendras y el atardecer de las montañas. Con el discípulo con el que Jesús había dormido acurrucado un día antes de ser entregado.
"¡Se han llevado su cuerpo y no sabemos dónde lo han puesto!", gritaba ella desesperada, con las manos sobre la cabeza, como paloma con el corazón despedazado, con la descendencia de Noé a cuestas, con el águila cargando el mar. Entonces, Juan y Simón Pedro corrieron al sepulcro. Notaron el agujero abierto, sin la piedra. Juan no quiso entrar, pero pudo ver, adentro, los lienzos sobre la cama de piedra. Simón Pedro se atrevió a ingresar. Encontró el sepulcro vacío. Entonces Juan dio pasos adelante. Vio el sudario enrollado.
Una noche antes, tres escoltas habían montado guardia junto al sepulcro, a petición de judíos ricos de la ciudad. "Los seguidores de Jesús son capaces de robar el cuerpo y decir que ha resucitado". El prefecto de la provincia de Judea les concedió la petición. Necios: producen necedades.
Esa misma noche, mientras los guardias montaban escolta, trece ángeles aparecieron. Trece ángeles del tamaño de santos, de profetas, de seres humanos; pero tres ángeles al fin. Y Dios les mandó decir: "Adormezcan a los guardias". Y lo ángeles rodearon a los guardias e hicieron como Dios les dijo. Luego, entre todos removieron la piedra y entraron al sepulcro, alumbrados por la antorcha de sus miradas, que es una luz celeste en la oscuridad. Tres de los ángeles colocaron sus manos sobre el cuerpo de Jesús, cuando Dios les dijo: "Déjenlo. No será así. Tomen el cuerpo y hagan como esto otro que les digo, porque consejero Consolador vendrá en su tiempo".
Con un hacha, cortaron la cabeza de Jesús y la separaron de su cuerpo. Envolvieron los restos de El Hijo de el Hombre en dos bultos separados y en una carroza lo trasladaron de Jerusalén a Hebrón, luego a Beerseba y finalmente a Gaza. Ahí quemaron el cuerpo y enterraron la cabeza de Jesús, Primogénito de Dios. Luego tomaron las cenizas y las llevaron al Mar Mediterráneo, donde las esparcieron.
La mañana en que los ángeles robaron el cuerpo de Jesús, los guardias despertaron con el sepulcro abierto y fueron y aviso dieron a los principales sacerdotes. No podían esclarecer lo sucedido. "¿Lo vieron resucitar?", les preguntaron insistentemente. Fueron honestos; no podían explicar nada. Entonces uno de los principales sacerdotes tomó catorce monedas de plata del santuario y las repartió entre los tres guardias y les dijo: "Digan así: Los discípulos han robado el cuerpo de Jesús".
Entonces, Dios llamó a un catorceavo ángel y le dio poder para que se transfigurara en el cuerpo de Jesús y fue así como se le apareció a María Magdalena, haciéndose pasar por él. Fue entonces que Él la mandó para que avisara a los discípulos de lo que había visto.
Por la noche, estando los discípulos reunidos en un lugar secreto, por miedo a los judíos, apareció en medio de ellos el ángel, con las heridas de Jesús en la cruz. "Paz a vosotros, los que creyeron en mí". Los discípulos lo miraron y el catorceavo ángel les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron creyendo que veían a Jesús. "Paz a vosotros", repitió el ángel, y los envió a predicar por el mundo, diciendo: "Los pecados que perdonen, les serán perdonados; y los que retuvieren, les serán retenidos".
Entonces el ángel les anunció su partida y los discípulos pidieron que no los abandonara. "Ustedes deciden si profundizan, o se quedan con lo que les dejo ahora: Mi paz... y para los que creen en mí: La vida eterna.
Memorias que arroja esta Semana
Olga de León G.
Cada Año nuevo pretendemos renacer o volver a vivir en alguna forma distinta a como lo veníamos haciendo. Lo mismo que hacemos cada Semana Mayor o Semana Santa, solo que en esta fecha (Semana Santa) lo hacemos por fe y con devoción cristiana.
No sé cuándo exactamente fue que mudé mis costumbres y cambié mi apariencia, alejándome de la fe cristiana y acercándome más a la ciencia, la justicia, la verdad y las cosas simples y sencillas de la vida, sin las complicaciones de lo que es y no es cierto o probable, menos físicamente que espiritualmente. La humanidad me parece cada vez menos humana y sí más errática y falta de credibilidad; como que sus aguijones protectores de lo falso se han ido mudando y convirtiendo en suaves y mullidos almohadones de blancas plumas de gansos.
A dónde se fue la inocencia, cuándo murió la confiabilidad, qué fue de los días brillantes y soleados, dónde se quedaron los amigos... ¿Por qué mudé tanto? Qué fue lo que pasó en mi vida que las perspectivas y horizontes se esfumaron, los cubrió una neblina espesa e impenetrable.
Cuando enfermó mi padre, tenía solo veintiún años. Nada sabía de tristezas reales y dolores tan punzantes y tortuosos como los que entonces entraron en la vida de mi madre y todos sus hijos. La enferma era ella. Pobre mujer, incomprendida y mal valorada en muchas ocasiones incluso por los que más la amábamos. Sus dolores eran insoportables, pero no podíamos verlos ni palparlos, por lo mismo no los sentíamos ni comprendíamos su enfermedad. Cuando drogas tan fuertes como la morfina no apaciguaban esos dolores y sus gritos no cesaban, ni los doctores podían entender, ¿por qué? La medicina no conocía mejor antídoto contra la osteoartritis degenerativa y progresiva, que la cortisona. Y, la cortisona la mató.
También nos fue matando un poco a todos los hijos, ¡maldita droga! Cuando ahora, a más de cuarenta años de distancia, me la prescriben para mi herencia materna, simplemente, no la consumo: mil veces prefiero soportar los dolores, al fin y al cabo, ya sé que son pasajeros, aunque también sé que se van, pero regresarán, más temprano que tarde.
Y, sí, aunque ella era la enferma desde hacía más de diez años (muy joven la atacó el mal: treinta y algunos años), fue mi padre quien primero partió de viaje hacia Comala dejando, a sus cincuenta años, en la orfandad a sus seis hijos, entre ellos yo, la mayor - recién concluida la carrera universitaria- con veintidós años y once el menor de los seis.
Ahora lo veo claramente, fue cuando mi mudanza fue completa y el carácter acabó por forjarse: ya era otra. Nunca el futuro se presentó adelantado: fui adulta de la noche a la mañana, no porque tuviera veintidós años, sino porque la vida me puso en el lugar de la madurez y la responsabilidad de seguir la ruta trazada por mi padre: que todos sus hijos fueran profesionales titulados de carreras universitarias... Y lo fueron, lo fuimos los seis: con la colaboración de cada uno, y la guía y apoyo total de los dos hijos mayores: mi hermano, año y cinco meses, menor que yo, y yo misma. Fue una etapa muy dura para todos, pero con resultados satisfactorios, de los que nos sentimos orgullosos, a pesar de nuestros fallos, como padres sustitutos.
Un dieciséis de septiembre de mil novecientos setenta, muere papá. A los cuatro años, agosto once de mil novecientos setenta y cuatro, mamá por fin se libera de sus dolores, la tortura terminó con la aparición repentina de un Lupus, en una semana concluyó su viaje y se fue al lado de su amado esposo.
Quiero ser lo más objetiva posible, y por ello, pienso y supongo que no somos la única familia que vivió a muy corta edad de sus hijos, el dolor de la agonía y muerte de los padres. Pero, es irrefutable el hecho de que quedamos huérfanos desde entonces.
Hoy la vida se impuso la tarea de ensañarse, nuevamente, conmigo: Dios, en dónde estás. He de seguir madurando, pensando que realmente no existes, solo fuiste un paréntesis en mi vida. La Humanidad de Dios es un sueño y la justicia no es la vara que mide por igual a todos: se tuerce, se alarga o a se acorta a gusto del mejor postor. Humanidad, palabra hueca.
Y, sin embargo, cada mañana amanezco agradeciendo a Dios por el nuevo día que nos regala, uno a la vez...