Hace días que no baila el muñeco, el caballo no se explica por qué no aparece el vaquero más auténtico que existió. El caballo loco, ese sitio cutre donde vimos llorar al cantante de la orquesta mientras cantaba "Perfume de gardenias" y el ron rolaba machín. Ignacio Trejo Fuentes se nos adelantó. ¿Supiste que tu equipo quedó campeón? No te enteraste pero te informo que ahora tendremos presidenta, una chava de la UNAM que prefirió estudiar física a ser gerontóloga. Aunque sabíamos que estabas enfermo nos sorprendió tu partida. Al Juanjo se le quebró la voz. La noticia fue como un penalty cobrado por Cristiano Ronaldo. Un puñal de esos que parten los días sin salpicar. Chuy Hidalgo se quedó sin palabras.
Leonor a quien Leonor merece, dijiste cuando conociste a esa chica de ojos grandes que se convirtió en mi esposa. María Paredes, no olvida cuando presentaste Crónicas romanas en la universidad del Gato de Lara, y el sufrimiento porque se acabó la cerveza. Afortunadamente César Ibarra solucionó el problema, algo que cuenta en su libro, Las trampas de la fea. Fue tan fructífera tu presencia en Culiacán que es parte de nuestra memoria cultural. Cuando llegabas, llevabas la literatura del brazo, conversabas con ella y definías los años según la calidad de los libros publicados. Tu evaluación aparecía en diciembre y ese día sumabas amigos y enemigos. Una noche en el San Pancho un compa te reclamó y con tres brindis quedó contento. Uno por Juan Rulfo, otro por Carlos Fuentes y uno más por Fernando del Paso. No pocos afirmaban que eras el crítico que más leía literatura mexicana y el más esclarecedor de lo que se escribía en ese tiempo. Arturo Trejo Villafuerte estaba con nosotros pero no quiso leer poemas.
Trabajaste con Gustavo Sainz en el INBA, en la revista de Bellas Artes donde publicaban las nuevas generaciones. En las oficinas de la Torre Latino vimos un par de veces a una joven de cabello largo y rizado que era una belleza. Alessandra Luiselli. Eso ocurrió porque solicité a Sainz la presentación de mi primer libro en la librería de Bellas Artes. El público se sentaba en una escalera. Quince años después me contaste que a Gustavo le gustó mi libro, aunque sólo leyó dos o tres líneas. Gracias Nacho. Fue un gran estímulo para mí. No recuerdo si te dije, pero la revista de que hablo además de los textos inéditos, contenía verdaderas lecciones sobre al arte de escribir. Allí leí que Jules Renard expresó que los novelistas somos verdaderas bestias de carga, que cualquiera escribe una página, pero pocos trescientas y los que lo hacen genialmente, se cuentan con los dedos de una personaje de Alfred Hitchcock. Cuántas cosas, Nacho Trejo, cuántas.
Me dijo Juanjo que te enterraron en un pueblo de Hidalgo en una ceremonia especial. Sin duda tu familia eligió el silencio porque muchos nos enteramos uno o dos días después de tu partida. Una tarde nos encontramos en la Feria del Libro de Pachuca. Llegabas. Siempre con esa sonrisa que abría puertas y corazones. Delgado, bien vestido, impelido por el deseo de compartir tus conocimientos. Fue lindo ver cómo eras recibido, con más respeto a lo que significas para la literatura mexicana que por tu aparente fragilidad. Esa tarde los relojes se retrasaron varios años. Gracias por todo Nacho, hombre hecho de palabras. Gracias por meter a Culiacán en tu corazón y contribuir a desarrollar el universo literario que somos y que sigue creciendo. Gracias amigo.