Hace unos días, en la casa de Alfonso Reyes, conocida como Capilla Alfonsina (por haber sido el refugio de su biblioteca y el espacio donde trabajó y escribió durante los últimos 20 años de su vida; y, por extensión, espontáneo centro cultural que convocó a buena parte de la intelectualidad mexicana del siglo XX), en el barrio de la condesa de la ciudad de México, participábamos en una mesa dedicada a la Ifigenia cruel (1924), acaso su poema más conocido. El poema dramático presenta un inusual giro con respecto a la tradición clásica. Ifigenia (hija de Agamenón y de Clitemnestra, hermana de Orestes, salvada del sacrificio por la diosa Artemisa y convertida sacerdotisa en Taúride) en lugar de aceptar su destino (una vez recuperada su identidad vía la anagnórisis) se rebela y dice "No": "Robarás una voz, rescatarás un eco; / un arrepentimiento, no un deseo. / Llévate entre las manos, cogidas con tu ingenio, / estas dos conchas huecas de palabras: ¡No quiero!"
Esta vuelta de tuerca con respecto a la tradición (el hecho de otorgarle a este personaje femenino la capacidad de decisión, y de oposición) no es sólo un recurso retórico, sino una estrategia crítica que describe la formación del propio Reyes como escritor. Mucho se ha dicho sobre la dimensión autobiográfica del poema (la tragedia familiar del propio autor: la violenta muerte del padre durante la Decena Trágica; la diáspora posterior y el rechazo a la vendetta), y no voy a ahondar en ese tema. Me gustaría centrarme, en cambio, en ese rechazo a las imposiciones literarias. Después de todo, Reyes fue, en un primer momento, un escritor regiomontano, luego lo fue mexicano y finalmente se consagró como autor latinoamericano (y "universal", si ustedes gustan). ¿Qué quiero decir con esto? Primero, que su acercamiento a la literatura se efectuó desde diversos rincones y páramos alejados de los lugares centrales (esas grandes capitales de la cultura y del libro). Podemos imaginar al niño Alfonso haciendo malabares y esfuerzos para sostener y leer el gigante y pesado volumen del Quijote o, si nos acercamos un poco más, podemos verlo pergeñando en los cuadernos infantiles sus primeros versos. Segundo, que requirió grandes esfuerzos para abrirse paso en el ámbito literario (el nacional, el español, el europeo y el sudamericano).
Ifigenia cruel no fue el primer momento en que el joven escritor se negó a seguir las imposiciones. Durante sus años iniciales, y tras la lectura del ensayo Ariel (1900) de José Enrique Rodó, que autorizaba a la juventud latinoamericana tomar posesión de la tradición cultural de Occidente, el regiomontano aprendió a trabajar de manera directa con los clásicos; y, por si esa referencia fuera insuficiente, diré más: Reyes se encargó de editar, por primera vez en nuestro país, ese libro en Monterrey en 1908. Tal fue la actitud ante la juvenil lectura de El nacimiento de la tragedia, de Nietzsche, realizada también en Monterrey en enero de 1908: tras dos días inmerso en las páginas del libro sintió "un desbarajuste en mis ideas", según le confesó por carta a su amigo Pedro Henríquez Ureña, para luego proponer una interpretación personal y defenderla: "Yo, francamente, estoy muy convencido de que tengo razón". Ese desafío animó la escritura de su primer libro Cuestiones estéticas (1911), donde defendió a la intuición como guía a la hora de ejercer juicios críticos sobre autores rupturistas (como Mallarmé) y clásicos (como Góngora).
Ese "no quiero" proferido por Ifigenia se repitió cuando Reyes emprendió, en la primera mitad de la década del cuarenta, su labor más complicada: crear una teoría literaria, es decir, tratar de responder a la pregunta: "¿qué es la literatura?" El deslinde (1944) tuvo como cantera su propia experiencia como escritor. En lugar de atiborrase de citas de autoridades en la materia, redujo "al mínimo mis referencias bibliográficas -puesto que la primitiva exposición se ha convertido en una tesis personal-, procurando que ellas correspondan a la necesidad de mis argumentos..." Ifigenia, pienso mientras contemplo los altos muros de su casa biblioteca, fue la diosa tutelar de su escritura.