La sección cultural de Notimex, a propósito de la presentación del libro La arquitectura, escrito por Felipe Leal y editado por el Seminario de Cultura Mexicana, charla con el arquitecto que ha sido responsable de los proyectos de remodelación más ambiciosos e incluyentes durante las décadas más recientes en espacios públicos emblemáticos de la Ciudad de México…
México.— “Infancia es destino”, dijo el psicoanalista mexicano Santiago Ramírez al referirse a que lo sucedido durante la niñez de cualquier ser humano le marca y determina en gran medida lo que será su futuro como adulto. En el caso de nuestro entrevistado pareciera que tal máxima se cumplió al pie de la letra: Felipe Leal, según nos relata en esta conversación, de niño jugaba a construir ciudades e incluso diseñaba medios de transporte para sus ficcionales habitantes.
Varias décadas después, ese infante ha llegado a ser el coordinador de la gestión para inscribir —con éxito— al campus de Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dentro de la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco en 2007. El niño que construía ciudades se convirtió en un arquitecto: “Infancia es destino”.
El también dos veces director de la Facultad de Arquitectura de la UNAM (1997-2005), miembro emérito de la Academia Nacional de Arquitectura y miembro titular y vicepresidente del Seminario de Cultura Mexicana, comparte con Notimex sus recuerdos acerca de cómo la profesión que hoy en día desempeña ya se prefiguraba en su vida durante la década de los sesenta, época en la cual él fue niño y caminaba junto a su padre por las calles de la Ciudad de México, urbe a la cual ama desde aquellos años.
Precisamente en dicha ciudad es en donde Leal ha implementado sus proyectos más distintivos dentro de su amplia carrera como arquitecto: esa ciudad que él caminó tanto durante sus primeros años de vida después él se encargaría de transformarla —al menos en sus espacios más emblemáticos— en un sitio donde se privilegia a los peatones por encima de los automóviles.
Probablemente más allá de los títulos y grados académicos que le han conferido a Felipe Leal, incluso más allá de las distinciones y críticas a su trabajo, él siga siendo simple y llanamente un peatón, un caminante de la ciudad.
“Seré arquitecto…”
?Me gustaría saber si durante su infancia existió algún momento en donde usted comenzó a vincularse incipientemente a lo que posteriormente sería su profesión, es decir la arquitectura. ¿Existió un momento así?
?Sí, desde muy pequeño, tendría ocho años cuando caminaba por algunas calles junto a mi padre, él era un hombre a quien le gustaba mucho la ciudad y lo acompañaba en algunos recorridos hacia su trabajo. Íbamos de un lugar a otro, en una sola tarde podíamos cruzar la ciudad desde la Nueva Santa María la Ribera hasta San Ángel y siempre me llamó mucho la atención la ciudad, guardo memorias de paisajes urbanos. Después, durante algunas caminatas, en específico me acuerdo que estaba caminando por la colonia Irrigación, y me dije: “Me gustan mucho las calles, me gustan las calles con árboles… los perfiles de las construcciones”, y un día le pregunté a mi padre cuál es la diferencia entre Ingeniería y Arquitectura. Me dijo: “En términos generales, la Ingeniería hace las grandes infraestructuras públicas, los aeropuertos, las presas, las carreteras… Y los arquitectos son quienes construyen las cuestiones de la ciudad”. Y me dije:
“?Seré arquitecto...
“Desde muy pequeño tengo esta afición por la arquitectura. Soy el menor de seis hermanos, evidentemente a los menores les hacen menos caso los padres, por fortuna y por desgracia... En mi caso fue algo afortunado, pues me inventaba mis juegos con lo que tuviera a la mano: cajas de zapatos, popotes, plastilina y armaba ciudades ficticias a los 10 o 12 años. Esa es mi aproximación con la arquitectura, nunca dudé que quería ser arquitecto. Cuando pasó el tiempo y entré a la UNAM conocí lo que era la disciplina y me enamoré más de la arquitectura”.
La gente se movía de un lugar a otro
?Y en ese hacer ciudades, una vez ya construidas… ¿jugaba a algo con la ciudad o sólo el juego se trataba de construirla?
?Ambas, aquello fue muy lúdico. Jugaba a que la gente se movía de un lugar a otro, se transportaba e iba a un sitio. Las ciudades tenían diferentes infraestructuras, desde recintos de habitación, fábricas, hoteles, había lugares de distracción. Jugaba a que las personas se movían de un lugar a otro, ya sea mediante un autobús o un automóvil. Eso sucedió porque no veía tanto tiempo la televisión… no había celulares (por fortuna), entonces uno debía inventar algo como pasatiempo durante las tardes.
“Me acuerdo de una cena de año nuevo, ya todo mundo estaba listo y festejando, ya casi iban a ser las 12 de la noche y a mí no me importaba, yo estaba haciendo mi ciudad. Tengo recuerdos de eso, desde entonces amo la arquitectura y admiro las ciudades”.
Nacer sobre una cimbra…
?Usted nació en Reforma, en un sanatorio que ya no existe…
?Sí, nací en el Sanatorio Reforma, era un sanatorio de ginecoobstetricia y le pertenecía a Anastasio García Ríos. Ahí iba mucha gente de clase media o clase media acomodada. Nací en 1956 en la Ciudad de México. Antes del temblor de 1957 ese edificio todavía permaneció hasta hace aproximadamente 25 años, pues lo derribaron… era un sanatorio muy modesto, debe haber sido construido en los años cuarenta.
“Un domingo por la tarde (un día antes de que yo naciera), mis padres estaban construyendo su casa, así que fueron a ver cómo iba la obra. Mi madre dice que al estar arriba en la azotea comenzó a sentirse mal y de ahí se fueron inmediatamente al hospital; nací al día siguiente durante la mañana, por eso ella siempre dice que yo nací sobre una cimbra, porque ella estaba en una obra cuando comenzó a sentir las pulsaciones del parto”.
?¿Esto se lo relataba desde que usted era niño?
?Sí, siempre me dijo: “Por eso te gusta la arquitectura”, eso me marcó.
—¿En cuál barrio de la ciudad vivió durante su infancia?
—En la colonia Condesa, en la calle de Mazatlán casi esquina con lo que hoy es Alfonso Reyes (antes era la calle de Juanacatlán).
—Ese niño se convirtió en un arquitecto…
—Y amante de la ciudad…
La memoria de las civilizaciones
Pareciera que el merecedor de la Medalla al Mérito en Artes 2018, en la disciplina de Arquitectura, otorgada por la Comisión de Derechos Culturales del Congreso de la Ciudad de México, encarna fehacientemente aquella frase del psicoanalista mexicano Santiago Ramírez, quien afirmó que “Infancia es destino”. Hoy en día podemos constatar que ese otrora niño que jugaba a construir ciudades se transformó en un arquitecto consolidado.
—En este libro que percibo muy pedagógico en el buen sentido, pues cualquiera sin conocimientos de arquitectura puede adentrarse y reflexionar junto con usted acerca de qué aborda dicha disciplina, usted en las primeras páginas de dicha obra menciona que la arquitectura es un hecho cultural, ¿podría ahondar un poco en esa definición?
—Sí, estoy convencido de que la arquitectura es un hecho de cultura. No es eso que sectores muy amplios de la población consideran como simplemente una disciplina dedicada a la construcción, en el sentido más contemporáneo como una cuestión técnica. No, no lo es. Gracias a la arquitectura hemos podido conocer, saber e interpretar a las culturas y civilizaciones de otros tiempos y lugares, eso lo manifiesta la arquitectura como una claridad de la memoria de las civilizaciones.
“Es un hecho cultural, pues con la arquitectura nos relacionamos de acuerdo a las condiciones climáticas, es como el vestir, la alimentación, la gastronomía, la música… forman parte de las culturas que guardan relación con la naturaleza que nos rodea. Así como existe una cultura mesoamericana, escandinava o africana, podemos afirmar que todas ellas se expresan espacialmente; la arquitectura interpreta esas expresiones culturales y las manifiesta a través de la materialidad física”.
Más allá de lo construido…
—Usted en este libro evoca una frase de Octavio Paz: “La arquitectura es el testigo insobornable de la Historia”; es decir, los seres humanos habitamos en algún tiempo y espacio, incluso las casas que construimos para vivir y los edificios que construimos para trabajar o estudiar… se mantienen ahí, siguen a lo largo del tiempo de una u otra manera… te dicen algo acerca del pasado.
—Sí, siempre. La memoria material de los pueblos y de las civilizaciones está expresada en la arquitectura y en otras disciplinas; pero la memoria material solamente tanto la arquitectura como la arqueología pueden darte esas referencias para entender un poco el pasado. También es parte de nuestra memoria a nivel del inconsciente: no toda la arquitectura es necesariamente lo construido, aquí hablamos de un tema mucho más actual.
“La arquitectura es ir más allá de lo construido, más allá de la edificación de estos muros que nos están conteniendo; la arquitectura es lo que guarda nuestra memoria: ¿cuál es la memoria que tienes del barrio en donde naciste? ¿De la casa de tus abuelos? ¿De la casa de tu infancia? ¿De la banqueta de tu calle en donde salías a andar en bicicleta, jugar futbol o encontrarte con los amigos?
“La arquitectura se relaciona con lo que ella misma te provoca: ¿te provoca bienestar? ¿Rechazos? Por eso es un hecho cultural, debido a que enriquece la experiencia de la vida misma”.
Calle Madero: un museo urbano
—Usted ha participado en distintos proyectos arquitectónicos en la Ciudad de México, me gustaría preguntarle específicamente acerca de cada uno de ellos y saber cuál fue su intención al ser parte de dichos emprendimientos. Empezaría preguntándole acerca del propósito de convertir a la calle Madero en peatonal, lo cual me parece muy simbólico en esta ciudad pues esa calle nos conduce directamente al epicentro de esta urbe, tanto históricamente como en la actualidad… ¿cuál fue su intención al diseñar a la calle Madero como un espacio peatonal?
—Pues era muy claro porque los dos puntos de espacio público más importantes de la Ciudad de México, que son la Alameda Central y el Zócalo, estaban articulados por una calle que mantiene su trazo colonial (la calle Madero), por la cual circulaban únicamente los automóviles a través de dos carriles y tenía una acera muy estrecha, pero sin ningún acceso vehicular ni algún estacionamiento; entonces, me parecía absurdo que una calle articuladora de los dos espacios más importantes de la ciudad fuera en sí misma una calle muy angosta, en donde los peatones estaban castigados.
“Lo natural por lo que ha sucedido en esa calle, por su traza urbana, por la historia, por quienes han caminado sobre ella (desde Agustín de Iturbide, Francisco Madero, Francisco Villa, y casi todos los presidentes de la República durante varios episodios nacionales) es que esa calle deba ser vista como un libro abierto de la Historia de nuestro país, con una riqueza enorme a nivel arquitectónica y monumental, desde la Torre Latinoamericana (que es parte de la Modernidad en México) hasta la Iglesia de la Profesa, la joyería La Esmeralda, el Hotel Ritz, la Casa de los Azulejos o el Banco de México…
“Es un repaso por nuestra historia cultural, eclesiástica, de la Reforma, de la arquitectura civil e institucional, entonces… ¿por qué no darle al paseante la oportunidad de recorrerla como una sala de museo? Me parece un museo urbano y una sala a cielo abierto, que articula los dos espacios simbólicos más importantes de la ciudad. Era absurdo que estuvieran pasando los automóviles con pocos pasajeros y no se detuvieran, utilizándola nada más para atravesarla. La respuesta del público ahí ha estado, esa es mi mayor satisfacción: antes caminaban aproximadamente 10 o 12 mil personas al día y hoy caminan 200 mil…”.
—Esta calle es utilizada tanto para ir de compras como para divertirse, para encontrarse con alguien, pero también por ahí transitan protestas sociales encaminadas hacia el Zócalo. Hay una reapropiación del espacio público, a raíz de que se convirtió en una vía peatonal…
—En el espacio público sucede todo: tanto la recreación como el encuentro con alguien en un punto y así hasta la protesta pública… desde la festividad (porque el 15 de septiembre o las celebraciones navideñas se festejan ahí en Madero llegando finalmente al Zócalo), pero también es el lugar de la protesta, el espacio público tiene esa virtud: es el lugar en donde todo puede acontecer.
“Si uno quiere celebrar algo, sale uno a gritarlo a la calle; si uno quiere gozar del cielo abierto, del entretenimiento y del tiempo de ocio, sale a la calle; si uno quiere encontrarse con los otros, sale a la calle; pero si uno quiere protestar, manifestar su inconformidad por alguna política pública o frente a un fenómeno que pueda irritar a la sociedad, eso se realiza en el espacio público. Y lo vemos ahora con todo lo que sucede en Latinoamérica, lo vemos en Santiago de Chile, Bogotá, La Paz, Quito… los meses más recientes han sido una evidencia de ello”.
—Eso en el caso de calles y avenidas por donde la gente transita…
—Pero son calles emblemáticas, la gente no irá a protestar al Circuito Interior o no hará una manifestación en Periférico; bueno, pueden bloquearlo, pero no es una manifestación ciudadana, entonces escogen lugares emblemáticos, que concentran a las instituciones y a la Historia. Y esa calle está cargada de eso, era imposible no tener un corredor peatonal y hacerla más amable para los ciudadanos.
“La ciudad se disfruta como un libro”
—Y también hay otro espacio emblemático por donde no necesariamente se transita sino ahí se congrega la gente, me refiero a la Plaza de la República donde usted participó protagónicamente en el proyecto de restauración…
—Sí, es un lugar que visité en alguna ocasión. Años atrás de la remodelación, fui a un restaurante y caminé alrededor de la plaza y me dije: “¡Qué desperdicio! ¡Cómo puede ser que una plaza tan grande y con este potencial se halle semiabandonada, con un monumento casi destruido, muy erosionado…! y pensé: “Algún día hay que arreglar esto”. Jamás me imaginé que iba a tener la oportunidad de plantearle a las autoridades que, para conmemorar el centenario de la Revolución Mexicana, lo que debíamos hacer era rescatar esa plaza, pero con un elemento vivo, entonces lo que se hizo fue recuperarla para los ciudadanos.
“Es la segunda plaza más importante de la Ciudad de México, la más grande en dimensión (es más grande que el Zócalo, se hace más pequeña porque el monumento está al centro, pero es más amplia en área, tiene aproximadamente 3 o 4 mil metros más) y no debíamos dejarla que estuviera secuestrada por el sistema corporativo del Estado (por el sindicalismo), que es parte de la sociedad pero no es toda la sociedad… entonces debíamos recuperarla para los ciudadanos y ofrecerles un lugar incluyente, que no fuera excluyente y no te costara estar ahí: que los jóvenes pudieran estar mojándose en las fuentes, recreándose en los jardines, que las personas pudieran acceder al monumento, reconocer el paisaje urbano casi perdido en la ciudad de México, y recuperar parte de la historia de lo que fue la gesta revolucionaria, además de incentivar parte de la vida de la colonia Tabacalera, la cual está teniendo un resurgimiento muy importante.
“Eso fue un proyecto integral de lo que el espacio público hace… cómo puede detonar la vida ciudadana y colectiva, volver a salir a la calle… eso se dio después de una época de mucha inseguridad en la ciudad; se trababa de recuperar la calle, es decir no dejarla solamente a los delincuentes y a la inseguridad, sino pasar del malestar por la ciudad al bienestar y al disfrute: la ciudad se disfruta como un libro”.
Ciudad Universitaria: un gran estacionamiento
—Usted también participó en el proyecto para mejorar a la Ciudad Universitaria en donde se instauró el transporte del Pumabús, la Bicipuma, y pugnó por la Declaratoria de Ciudad Universitaria como Patrimonio de la Humanidad… ¿cuál fue su intención ahí?
—Sí, había dos alternativas: desde el punto de vista práctico y técnico. Estaba colapsado todo el tráfico en Ciudad Universitaria, sucedía lo mismo que en la Ciudad de México, se había colapsado el Circuito Universitario que va desde el Estadio Olímpico Universitario hasta la Facultad de Medicina. Se podían hacer 45 minutos desde la Facultad de Filosofía y Letras hasta la Facultad de Medicina, era un gran estacionamiento porque los tres carriles que tiene el Circuito, todos estaban ocupados por automóviles estacionados y uno por un transporte público muy ineficiente.
“Ciudad Universitaria padecía los peores problemas de la Ciudad de México: a nivel técnico había que hacer una alternativa y, por otro lado, se veía que había un estacionamiento vacío en el Estadio Olímpico… ¿cómo tengo un estacionamiento vacío de una gran extensión y tengo colapsadas las calles? Un principio básico: las calles son para circular y los grandes estacionamientos y planchas son para que los coches se estacionen, entonces había que trasladar todos esos automóviles a ese estacionamiento y crear un sistema de transporte público al interior.
“Esa fue una parte técnica, a la par también por la extensión de la propia universidad, debíamos procurar que la movilidad estudiantil (que no académica) de un lugar a otro no se diera únicamente a pie, sino que la intención era que también se pudiera dar en bicicleta, esto ayuda a la salud pública, a tener un sistema de transporte más lúdico y poder ir de un lugar a otro: el estudiante de Medicina podía ir a Filosofía o Arquitectura o al Metro Universidad y moverse en bicicleta pública (lo cual fue un antecedente de la bicicleta pública de la Ciudad de México que conocemos como Ecobici), entonces hay una movilidad interna que ya se estaba dando en otras universidades del mundo”.
Ciudad Universitaria, Patrimonio de la Humanidad
—Y la otra era que, después de la huelga de 1999 en la UNAM, había cuestiones políticas y de autoestima. Aquella huelga fue muy traumática después de nueve meses, había que resarcir todo el tejido social de la universidad, recuperar el autoestima pues había estado muy desprestigiada en la opinión pública y había que resaltar los valores de la universidad, no únicamente los valores académicos y de la calidad de los profesores y alumnos sino también de su infraestructura: ¿cómo un conjunto de tal envergadura como Ciudad Universitaria no puede tener un reconocimiento de monumento nacional o de Patrimonio de la Humanidad? Fue una gestión larga, duró cerca de tres años, pero a lo largo de esa gestión se logró la obtención de que la Ciudad Universitaria fuera reconocida como Patrimonio de la Humanidad.
“Esto logró que los estudiantes sintieran una autoestima por su lugar y valoraran la riqueza de ese conjunto que es espléndido a nivel de paisaje, áreas verdes, murales, arquitectura, de las innovaciones urbanísticas que tuvo en su momento y fueran conscientes así de que están en un lugar con un gran valor arquitectónico, artístico y paisajístico, pues tienes paisajes extraordinarios, murales de gran calidad y arquitectura de muy buena factura. Parte de los grandes problemas que tiene la Ciudad de México, no los ves en Ciudad Universitaria”.
—Pareciera que Ciudad Universitaria es la vanguardia de lo que pudiera ser la Ciudad de México…
—Así es, así se manejó. Por eso, después de ese ejemplo que pusimos en la Universidad, pudimos hacer otros ejemplos en la ciudad. Fue como el laboratorio y después pasamos a otras escalas. Eso nos permitió tener la autoridad moral para hacer Plaza de la República, Reforma, Madero, el entorno de la Basílica de Guadalupe, Garibaldi… en fin, muchas acciones que hicimos en ese tenor: no embellecer la ciudad sino dignificarla para que el espacio público y la vida ciudadana estuviesen activas.
Arquitectura con responsabilidad artística y social
—Pareciera que en este país la arquitectura está lejana de la gente, de los habitantes de la misma ciudad. Pareciera que la arquitectura es algo ya dado y que los ciudadanos no tenemos más que resignarnos, pero la intervención de usted en estos proyectos que hemos mencionado durante nuestra charla, apunta a crear espacios incluyentes…
—Esa es la voluntad mayor: hacer que el actor sea incluyente cada vez frente a una serie de desarrollos turísticos o zonas residenciales excluyentes para la mayor parte de la sociedad; debemos recuperar los lugares emblemáticos, los lugares donde la historia está presente, donde la calidad del trazo urbano y de los elementos sean incluyentes y de todos. Ahí podemos encontrar el Paseo de la Reforma o en todas las ciudades los grandes paseos, las alamedas, los jardines públicos, los espacios abiertos… Por fortuna cada vez vemos que en la mayor parte de las ciudades del país se está presentando dicho fenómeno: se ha generado una conciencia sobre lo que es el espacio público, sobre lo que son los espacios comunitarios para activar el tejido social y para mejorar las condiciones de vida en las ciudades…
—Una última pregunta, maestro. Si de usted dependiera, ¿qué elementos modificaría para transformar algo relacionado tanto con el espacio público como con la arquitectura de la capital mexicana?
—Creo que faltan aún muchos elementos, a mí me tocó crear la Autoridad del Espacio Público [2008], esa noción de que el espacio público es importante y debe tener cabida en la administración pública no como una instancia burocrática o administrativa sino de pensamiento y gestión; se arrancó con esos proyectos que he mencionado y fueron detonadores. Creo que falta mucha conciencia todavía en cuanto a mejorar a nivel de movilidad: uno conoce las ciudades moviéndose, trasladándose… entonces el nivel de la infraestructura para la movilidad sigue siendo insuficiente a pesar de enormes esfuerzos.
“Además falta tener una mayor conciencia a todos los niveles, no sólo de los grandes espacios públicos y emblemáticos sino de lo inmediato: la banqueta, tu calle, la placita de la esquina… que todos los ciudadanos generemos una conciencia acerca de generar una mayor estructura barrial, el frente de nuestras casas: si tu barres el frente de tu casa, si mantienes un árbol en buen estado, si te fijas que tu calle esté bien iluminada, si trabajas por mejorar tu entorno inmediato… ¡Si cada uno de los millones de personas que habitamos una ciudad hiciéramos una acción cotidiana, la ciudad sería distinta! Debemos mejorar la calidad de vida de la ciudad, pero desde el punto de vista de los ciudadanos…”.
—Respecto a lo que acaba de decir, infiero que la arquitectura es más que simple arquitectura…
—Sí, es algo mucho mayor… por eso hablo de que es un fenómeno cultural, es una responsabilidad artística con una enorme responsabilidad social. Si la arquitectura es desvinculada de la sociedad, no tiene sentido. Lo que hoy tenemos como referencias a lo largo de la historia, es la arquitectura que se vinculó y tuvo presencia en la estructura de las ciudades… en las connotaciones históricas. Si miramos una fortificación podemos entender una época de nuestro país, tenemos el Fuerte de San Diego en Acapulco o San Juan de Ulúa en Veracruz, eso nos da una perspectiva de nuestro pasado… como si vemos la Torre Latinoamericana o en el futuro miráramos las torres que se hallan edificadas en Reforma: nos están dando referencias de momentos históricos por los cuales atraviesan las sociedades y en este caso, la sociedad mexicana.