Eugenio Aguirre murió hace unos días. Su novela Gonzalo Guerrero (Planeta) lo puso en el candelero en 1982. La novela de corte histórico fue el género que más cultivo, además del cuento y el ensayo. En algunos de los puestos que ocupó ideó proyectos para que los escritores tuvieran una fuente de trabajo y la salida de una publicación como aquella colección ¿Ya leISSTE? que publicó el ISSTE en ediciones baratas donde muchos escritores fuimos invitados. Pero sobre todo Eugenio Aguirre fue un hombre gentil y generoso. Un maestro. La generosidad es una escasa joya en la conducta humana. Solemos velar cada quien para su santo y en cambio que alguien te dé la mano, un empujoncito o te ponga un escalón se agradece enormemente.
El primer libro que se publica es como el banderazo de salida para un escritor. Es creérsela. Remitirse a las pruebas. Apuntala el compromiso, coloca la primera piedra en la construcción de un edificio y Eugenio Aguirre tuvo que ver con ello cuando, como director editorial de la Dirección de Publicaciones de la SEP en los ochenta, ideó la colección Letras nuevas dentro del programa SEP CREA. Yo tenía aquel manuscrito con mis primeros cuentos reunidos, una vez que me decidí a dejar la biología. Mi amigo el escritor Martín Casillas tenía una editorial y yo ingenuamente pensé que sería muy fácil publicar ahí. Pero él me colocó en la realidad: la editorial tenía que vender. La editorial no lanzaba escritores, publicaba a Silvia Molina, a María Luisa Puga, Margo Glantz, Hugo Hiriart, Jaime del Palacio. Pero como el amigo que siempre ha sido, en cuanto Martín supo de esta colección para autores menores de 30 años, me dio el teléfono de Roberto Vallarino a quien debía entregar el manuscrito. Esto sucedió en una banca del centro de Coyoacán (Coyoacán de mi corazón, que por cierto estos días estrena Feria internacional del libro). Uno entrega un manuscrito como si diera un pedazo del cuerpo, una mano. Casi lo ve gotear sangre cuando se lo lleva el escritor que conoces por primera vez y que es parte del comité que decidirá junto con Andrea Huerta y Carlos Mapes si los cuentos reunidos pasan la prueba. Mientras ocurre el sismo del 85 y nace tu hija y estás refugiada con tu marido y la bebé en el estudio de tu hermana María José recibes la llamada telefónica, aquel primer Sí reconfortante: tu libro será publicado. Empiezas a cambiar la palabra manuscrito por libro con título: Cuentos de desencuentro. No puedes reunirte con Carlos Mapes que tiene sugerencias para el libro. Ese primer trabajo a la vera de un editor. Lo hacen todo por teléfono, teléfono de disco. Y cuando por fin el libro está listo con aquellas portadas de la colección que mostraban partes del teclado de la máquina de escribir, conoces a Aguirre en su oficina.
En esa colección nacimos varios de los escritores que seguimos escribiendo: Óscar de la Borbolla, Ana Clavel, Rosa Beltran. Quien iba decir que Rosa y Ana se volverían mis amigas al paso del tiempo, acompañantes de los proyectos de escritura. Más tarde, gracias a una recomendación de Eugenio Aguirre, tuve la suerte de aparecer en la revista El cuento que dirigía Edmundo Valadés. Valga este retrato de época para desandar el tiempo y convocar a muchos de los que ya no están. Eugenio Aguirre tuvo una candorosa forma de estar en el mundo y de ser amigo. Y si ya no está con nosotros, y no le di las gracias porque sé cuán difícil es la publicación del primer libro, hay que procurar que su nombre no se borre, ni su memoria y que sea leído y recordado.