Escritores como personajes

Ser escritor es tener doble ciudadanía, me quedo pensando. Pertenecer aquí y allá. El mundo de las palabras dialogando con el cotidiano

Las vacaciones descorren cortinas, no sólo la ciudad se aquieta sino que los libros se nos abren como viajes en los que nos podemos perder con más serenidad y desparpajo. Hace poco en Twitter, ahora X (no me puedo acostumbrar al poco amable nuevo nombre) uno de esos hilos lanzados preguntaba qué libros sobre escritores conocíamos, es decir, donde el personaje fuera un escritor. Me pareció interesante la provocación y enlisto algunos que he leído y me han gustado. Una de las razones es que soy escritora, claro, y me identifico con las búsquedas, titubeos y zozobras del personaje. Otra, es que como todo lector/a, quiero ser acompañada. Eso que llamamos identificación puede ocurrir de manera más clara.

Me está gustando mucho escuchar Baumgard de Paul Auster. Para empezar es la voz del autor, y aunque sabemos que leer es darle vida de nuevo a la voz de los ausentes, el sonido que produce el cuerpo es un elemento vivo. Escuchar al personaje, un escritor que recién ha enviudado, narrado desde la primera persona con la intención, claridad y timbre de Paul Auster es un deleite que recomiendo si el inglés es un idioma que conocen. Me siento afortunada por ello, me pasaría lo mismo con la lengua de cada uno de los autores que leemos traducidos.

Cuando Baumgard explica que ha terminado la novela y que no la debe tocar porque hay una liga emocional con ella, sino alejarla, revisarla ya que se pueda relacionar de otra manera con el texto, siento que me habla al oído, que los gajes del oficio nos hermanan. Baumgard tiene la intención de sacar del espacio privado e íntimo los poemas que su mujer no publicó. Dar al mundo, dice el personaje con la voz de Auster. Y me quedo como planeta alrededor del sol, orbitando en la afirmación. Escribir es dar al mundo. Gracias, Paul.

Pregúntale al polvo, de John Fante, escritor italoamericano, es una de mis novelas reverenciadas. Arturo Bandini ha publicado un cuento en una revista "El perrito que ríe", y le ha ido bien, ganó unos dólares y salió a la luz. Ahora se ha mudado al centro de Los Ángeles, a ese curioso departamento de Bunker Hill, cerca de la Biblioteca Pública para escribir, lo que le cuesta trabajo, se sabotea, vive, cuando publica algo se gasta todo de inmediato. No es capaz de expresar su amor a Camelia, la mexicana. Pero ha escrito una novela y los personajes surgieron de su propia experiencia, de sus tribulaciones con el catolicismo de casa, con saberse ciudadano de segunda como la mexicana que le gusta, como el homosexual que padece sida. Ser escritor es tener doble ciudadanía, me quedo pensando. Pertenecer aquí y allá. El mundo de las palabras dialogando con el cotidiano. Hay que leerla y si van a Los Ángeles les emocionará reconocer los nombres de las calles en esa zona del centro: Arturo Bandini, John Fante, Bunker Hill.

El libro vacío, de la mexicana Josefina Vicens, es un clásico de la batalla de un hombre por avanzar en la escritura sin lograrlo. Es colocarse frente a la página y sacudirla y dejar un poco de la vida en ella. Es esa radiografía íntima del proceso y la doble ciudadanía de quien desea construirse un territorio de palabras entre las exigencias de la vida.

En Expiación, del inglés Ian McEwan, el twist final de la compleja historia de amor y desamor en la Segunda Guerra Mundial, de límites sociales y prejuicios que hemos estado leyendo, nos revela el empeño de escritura de la chica que ha comprendido demasiado tarde lo que de verdad ocurrió. La escritura como un acto de redención.