Para Santo Tomás de Aquino, el suicidio era una ofensa a Dios y una forma de rechazo hacia otras personas al no prever el dolor generado. A partir de esa premisa, ahora dimensionamos la importancia de las redes de apoyo para prevenir un problema de salud pública, reconocer los factores detonantes e identificar las señales. Evitarlo es un camino en dos vías, aquella de quien enfrenta estos pensamientos, y la de quienes formamos parte de su entorno.
Según la Organización Mundial de la Salud cada 40 segundos una persona se quita la vida en el mundo, y por cada uno hay 20 intentos. En el marco del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, a conmemorarse este 10 de septiembre, hagamos consciencia de la oportunidad para ayudar a salvar a otras personas.
Pensar, planear o ejecutar el suicidio es consecuencia de una diversidad de factores, frente a los cuales, como comunidad tenemos la capacidad colectiva e individual de prevenirlo.
Esta condición llega a presentarse ante situaciones de duelo, por la muerte de una persona muy querida o cercana, la pérdida del empleo o el fin de una relación sentimental. La historia familiar tiene también impacto, en casos de abuso o violencia.
Este año, desde el Consejo Ciudadano de la Ciudad de México hemos apoyado con Primeros Auxilios Psicológicos a más de 4 mil 300 personas de todo el país ante situaciones suicidas.
Dos de cada tres son mujeres y tres cuartas partes jóvenes menores de 30 años. Pero un dato significativo y revelador de la inmensa oportunidad de ayudarles es que el 98 por ciento dio señales de alerta, no siempre de manera verbal.
Entre esos signos en apariencia ocultos están los cambios bruscos de conducta, tanto el enfado o tristeza repentina como las excesivas muestras de alegría, que salen del comportamiento tradicional de la persona. Hay quienes descuidan su arreglo, tienen problemas de sueño o de apetito, así como desapego a las actividades que cotidianamente le daban placer.
Al identificar esas señales es momento de actuar, hacerles sentir que no están solas ni solos, escucharles sin juzgar, pero, sobre todo, acercarles a las herramientas para procesar sus emociones.