El Evangelio de este Domingo XXVII del tiempo ordinario comienza con una introducción que lo relaciona con lo anterior: «Escuchen otra parábola». De esta manera sabemos dos cosas: que Jesús mismo define ambos relatos, el del padre que envía sucesivamente a sus dos hijos a trabajar a la viña y el de los viñadores homicidas, que leemos este domingo, como «parábolas»; y que ambas parábolas tienen el mismo auditorio y la misma finalidad.
La parábola de los viñadores homicidas aparece en los tres Evangelios Sinópticos -Mateo, Marcos y Lucas- y es claro que Mateo y Lucas la toman de Marcos que les sirve de fuente. La versión de los tres Evangelios pueden ponerse en columnas paralelas para discernir en qué forma Mateo y Lucas usaron a Marcos como fuente. En este caso nos interesa Mateo.
Para empezar, la introducción: «Escuchen otra parábola» es una adaptación de Mateo, porque, la anterior, la de los dos hijos, es propia de Mateo y sólo él la introduce aquí, como parte de la reacción de Jesús a la pregunta de los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo sobre su autoridad para enseñar en el templo. Marcos introduce la misma parábola con estas palabras: «Y comenzó a hablarles en parábolas: "Un hombre plantó una viña..."» (Mc 12,1).
En la descripción de los cuidados que tuvo el propietario para con su viña Jesús usa las mismas expresiones que se leen el la versión griega -la LXX- del canto de la viña de Isaías 5,1-2: «La rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre». La conclusión de ese canto era: «Esperaba que diera uvas, pero dio espinas». El profeta Isaías agregaba esta interpretación: «Pues bien, viña del Señor de los ejércitos es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito» (Is 5,7).
En la parábola que Jesús propone, el propietario arrienda esa excelente viña a unos labradores y se va de viaje. Como era de esperar, «cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos». Como vemos, en la versión de Mateo los frutos de la viña pertenecen a su dueño y él manda a recibir lo que le pertenece. Pero «los labradores agarraron a los siervos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron, a otro lo apedrearon». En la versión de Marcos, el propietario manda a recoger «la parte de los frutos» que le corresponden en tres instancias sucesivas, pero un siervo cada vez. Quiere dar la impresión de muchos intentos, antes del envío definitivo del hijo. En su afán de resumir a Marcos, el evangelista Mateo dice: «Envió sus siervos», sin especificar cuántas veces. Pero luego repite: «De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera».
La idea de la parábola, tal como salió de los labios de Jesús, es describir la historia de Israel -porque esta es la viña de la cual se esperan frutos- al cual Dios envió continuamente sus profetas para llamarlos a convertirse al Señor. El libro 2Crónicas, que describe la historia de Israel y Judá, hasta el fin de ambos reinos y su exilio a Babilonia, resume esa historia con estas palabras: «El Señor, el Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio» (2Cro 36,15-16). Esta es la historia que quiere evocar Jesús con esa parábola. Él mismo tuvo toda esa historia presente, cuando acercandose a Jerusalén exclamó, como el Hijo que viene en busca de los frutos: «¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no has querido!» (Mt 23,37) y, a la vista de la ciudad, Jesús «lloró por ella» (cf. Lc 19,41).
Pero la parábola continúa: «Finalmente, (el propietario) les envió a su hijo, diciendo: "A mi hijo lo respetarán"». Pero también esta vez, como Dios en la historia de Israel, el propietario sobreestimaba a esos labradores, pues ellos -así sigue la parábola- «al ver al hijo, se dijeron entre sí: "Este es el heredero; vamos, matemoslo y quedemonos con su herencia". Y agarrandolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron». Hay en esta descripción una alusión clara -esta vez dirigida a nosotros, los cristianos- que evoca la pasión del mismo Jesús, como dice la Epístola a los Hebreos: «Para santificar al pueblo con su sangre, Jesús padeció fuera de la puerta» (Heb 13,12), es decir, fuera de viña.
Jesús deja la sentencia que merecen esos labradores al juicio de su auditorio: «Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?». Mateo introduce en el relato de Marcos la cláusula: «Cuando venga», para evocar la Parusía, la venida final de Cristo en su trono de gloria. La respuesta de los que escuchan es: «A esos malvados malamente destruirá (literal) y arrendará la viña a otros labradores, que le den los frutos a su tiempo». Entre ese auditorio estaban también los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, que comprenden la alusión a ellos: «Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriendose a ellos». (Mt 21,45).
El evangelista cambia la descripción de los que objetan la enseñanza de Jesús -sumos sacerdotes y fariseos- para insinuar que, cuando se trata del rechazo de Jesús, los sumos sacerdotes, que pertenecen al partido de los saduceos, están de acuerdo con los fariseos (comparar con Mt 21,23). En realidad, cuando llega el momento de la condena a muerte de Jesús, los fariseos no adhieren a esa sentencia; en todo caso, no aparecen en las escenas de la crucifixión de Jesús. Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, en cambio, recordaban esa parábola ante la cruz de Jesús: «Los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de Él diciendo: "A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Es Rey de Israel; que baje ahora de la cruz, y creeremos en Él. Ha puesto su confianza en Dios; que lo salve ahora, si es que de verdad lo quiere; ya que dijo: Soy Hijo de Dios"» (Mt 27,41-43). Entendieron que Jesús reivindicaba esa condición.
La sentencia final de Jesús es también una profecía que se cumplió: «Por eso les digo: Se les quitará a ustedes el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos». El Reino de Dios es la presencia de Cristo en el mundo. Esta ha sido dada al Pueblo de Dios que es la Iglesia y que es universal, porque abraza a todos los pueblos de la tierra. A este Pueblo lo llama San Pablo: «El Israel de Dios» (2Cor 6,16). Pero el apóstol no renuncia a su pertenencia al pueblo de Israel y espera el cumplimiento final de la promesa de Dios hacia su pueblo: «El endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles, y así, todo Israel será salvado» (Rom 11,25-26). «Todo Israel» es el Israel de Dios, que incluye al Israel de la promesa.